Ricardo Darín y el compromiso de un actor
El autor de la entrevista de Brando a Darín reconstruye la charla que disparó el escándalo y señala la mejor cualidad del actor: su humildad
"Ojalá te toque vivir tiempos interesantes", reza una maldición china. Se la pronunciaron al historiador británico Eric Hobsbwam de niño en Alejandría. No sé si me tocan vivir tiempos interesantes –o en todo caso, aquí no importa-, pero sí conocí a gente interesante. Grandes escritores , artistas y deportistas descollantes , políticos encumbrados –incluso alguno honesto-, gente ordinaria con destinos extraordinarios , completos desconocidos, tipos con vidas literarias. Muchos de ellos me sorprendieron por su inteligencia, otros por su pulso vital, su candidez, su bonhomía. Algunos de ellos apenas repararon en mí: fui un rostro más en el largo repiqueteo de sus lugares comunes. Otros sí se animaron a la charla, a dejarse llevar –o a llevarme- por un camino impredecible, el diálogo . Hablé con genios y héroes contemporáneos, pero también con gente desdichada, con la mente, los dientes y los sueños rotos. Madres del dolor, presos rehabilitados , putas sin destino.
De todos ellos, de todo ese abigarrado y fascinante grupo de personas, el tipo más interesante con el que traté es uno que vive a no más de 30 cuadras de mi casa. Es actor, fue galán y alguna vez sacó un disco. Se llama Ricardo Darín.
Como ocurre con Marcelo Bielsa, tengo la sensación de que la Argentina sería mucho mejor si hubiera muchos Ricardo Darín entre nosotros. No actores como él, personas como él. Tipos sensibles, sencillos o inteligentes hay muchos. Hombres con carisma o magnetismo sobran: están en las radios, manejan taxis, atienden bares. El talento o la pasión tampoco son escasos: con solo levantar una baldosa salen un futbolista gambeteador, un estudiante de teatro o un geek que hackea el futuro.
Como ocurre con Marcelo Bielsa, tengo la sensación de que la Argentina sería mucho mejor si hubiera muchos Ricardo Darín entre nosotros
En Darín se conjugan todos esos atributos, pero se añaden otros que no abundan cuando se trata de celebridades. De esos elementos, el que más se sorprende es su poca –poquísima- importancia personal. Darín es un hombre que le ganó la pulseada al ego.
Hace un año y medio, Ricardo Darín fue distinguido con el Konex de brillante entre las 100 figuras del espectáculo de la última década. Un premio colosal: un país pródigo en artistas lo coronaba su emperador. Pero ese premio no alteró su rutina vital. Aún cuando ese universo pareciera ser el que más habilita a sus integrantes a adquirir poses de star, aún cuando socialmente está legitimado tratar a esos sujetos como dioses modernos que pueden dejarse llevar por los oropeles del "famosismo" –ese tobogán de vidrio por el que resbalan las estrellas-, no hay nada más alejado de un divo que Darín. Más importante aún: en un ecosistema en el que la mirada aprobatoria del otro es esencial, en el que los egos viven en posición de apetito permanente y el narcisismo se agranda con cada ducha, en ese valle de vanidades en el que muchos de sus colegas suben a recibir otros premios (menores) convencidos de que hacía mucho tiempo que los merecían, de que sí, son especiales, distintos, únicos, Darín tomó ese galardón como lo que es para él, un pedazo de acero.
En Darín se conjugan atributos que no abundan cuando se trata de celebridades. De esos elementos, el que más sorprende es su poca –poquísima- importancia personal. Darín es un hombre que le ganó la pulseada al ego.
No importa aquí su honestidad, su calidad humana, su humor impenitente. Tampoco el soplo de energía que desprende a su paso. Si es cierto que la conciencia crea la realidad, pues Darín hace de eso su evangelio: hay pocos artistas más comprometidos que él con su tiempo. En una época dominada por el relativismo moral y el imperativo del placer, en un tiempo en el que deterioro social es parte de nuestro menú callejero, Darín se sigue preocupando (y ocupando) por eso que lo rodea. Le duele el dolor ajeno, un sentimiento con poco rating que es mirado por el resto de la misma forma que se contempla a un animal exótico, como si no viviera. Darín hace propia, y combate, aquella frase de Simone de Beauvoir: "lo más escandaloso del escándalo es cuando uno se acostumbra".
Lo vi en la calle: en gestos que no son filmados pero que lo pintan. Diciéndole a un mendigo que lo acompañe hasta su casa para darle comida, anotándose en cuanta propuesta solidaria considere potable, ayudando a una editorial joven, yendo hasta el fondo con sus convicciones. Siendo gente y siendo generoso, condiciones que para cualquiera de nosotros son normales pero que para los tipos de su estirpe representan una anomalía.
El mediodía de la tan mentada entrevista se había caído el cielo en Buenos Aires. Cuando llegué –tarde-, Darín estaba parado en la esquina del encuentro apuntando en diagonal a la otra esquina. Era Hombre mirando al sudeste. Hablaba por celular. La casa de enfrente al bodegón estaba en venta y, convencido de que se construiría otro edificio más de los cientos que transforman –arruinan- su barrio, intentaba, en vano, evitar esa compra.
Ese llamado sirvió para comenzar a hablar de varios temas , hasta que la charla derivó, decantó, en la realidad política y aquel acuciante momento del 7D. El 90% de lo que hablamos está en la nota. Solo no salió un fragmento en la que él muestra su consternación por algo mencionado líneas arriba: cómo mansamente nos acostumbramos a convertir en invisible al dolor. En los chicos que erran como zombies por los pliegues de la Ciudad. En los pibitos azotados por el paco, en las generaciones perdidas. Ese es Darín. Ese fue Darín ese mediodía: más ciudadano que nunca.
No importa aquí su honestidad, su calidad humana, su humor impenitente. Tampoco el soplo de energía que desprende a su paso
En un momento de la charla comentamos lo obsceno que resulta, en ese contexto de generaciones destrozadas y de crisis de representación –crisis que tanto para él como para muchos argentinos aun no fue zanjada-, el pavoneo que hace la clase dirigente de sus patrimonios. Un sentimiento de indignación exacerbado por el nulo sentido de la culpa que tiene esa casta por su condición, difícil de sostener, de nuevos ricos. Darín se hizo preguntas. Por toda la clase política y por los K en particular. Y coronó la respuesta poniéndose en la voz de esos políticos que parecen no tener superyó: "’No, porque yo –imitaba Darín- tengo 14 autos…’ ¿Pero cómo puede ser?". Esa frase final fue suprimida, pero era claro que hablaba de los políticos, de todos ellos.
Alguna vez, en otra entrevista, Darín había comentado que, con el paso del tiempo, se había "esencializado". Ese era su mayor capital después de cumplir 50. La nota de la polémica, que digan lo que digan es un largo alegato en favor de la tolerancia y la unidad, fue viboreando por varios temas, pero dejó en evidencia, con sutileza, la clase de ética que lo formó y que fue macerándose en él. En la entrevista, Darín habló de su padre. Una frase, cómodamente olvidada por aquellos que buscaron enfatizar el escándalo y olvidar lo bello, explica esa peripecia como ninguna otra, que se condensa en un consejo que le repetía su viejo, actor y poeta: "No tenga nada, porque todo es mentira". En esa frase anida su grandeza.
Hace un año y medio, dos días después de que fuera distinguido con el Konex de brillante, le comenté a Darín que iríamos a cenar, con dos amigos que él también conoce, a un restaurante cercano a su casa. Contestó una formalidad, entendí, no vendría. Finalmente, el lugar estaba cerrado y terminamos en otro. Pasaron un par de horas. Cuando llegué a casa me puse a revisar los mails. Había uno del reciente Konex de brillante, el protagonista de una película que unos meses antes había ganado el Oscar, el tipo que despertó elogios en Robert De Niro y en Martin Scorsese. Decía: "Che, boludo, el lugar está cerrado, estoy acá, los estoy esperando… ¿A dónde carajo se fueron?".
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