Rezar en la Casa Rosada
La política argentina es más un acto de fe que una suma de actitudes y aptitudes que llevan al bien común. Muy lejos quedó la afiliación por coincidencias programáticas con los líderes de turno. Hace muchísimos años que se tornó casi un movimiento religioso. Sí una eventual copia de la Iglesia Maradoniana, cuyos devotos ven a Diego Armando como el prócer del balompié que fue, pero sin los defectos del hombre que padeció e hizo padecer a muchos de quienes lo rodearon y de los que, aun con derechos, no lograron ser reconocidos por él.
Ya sé, querido lector, que usted me mandará a revisar la historia argentina casi desde su concepción, y le aseguro que lo hago con fruición para tratar de entender por qué estamos como estamos y seguiremos como seguiremos. Pero, de todos modos, los fieles siguen cada vez más cegados a que sus líderes de turno hacen lo que deben hacer, aun cuando a sus propios ingresos en blanco o en negro les están sobrando muchos días del mes. Cada vez la realidad que pintan los políticos está más alejada de la que se vive en las calles y nada parece que vaya a tener un giro en favor de la sensatez.
Por eso, cuando el jueves pasado Gustavo Beliz le puso fin a su gestión como secretario de Asuntos Estratégicos de la Nación, dejó flotando en su breve carta de renuncia un mensaje difícil de decodificar sobre si es de buenos deseos para el presidente Alberto Fernández o si es para que los ciudadanos se aferren ciegamente a la oración para enfrentar el temporal. “Que Dios los guarde”, escribió sucintamente Beliz, que en 31 meses de gestión dijo poco en público, aunque controvertido como su iniciativa de “profundizar los lineamientos actuales del uso de las redes sociales para el bien común”. Casi un eufemismo para referirse a limitaciones a la libertad de expresión. Quizá su devoción por el Presidente lo llevaba a plantear ese férreo dogma. Pero la iniciativa, como su gestión, no prosperaron.
Una variante del “que Dios los guarde” de Beliz, para tratar de entender a quién le habrá querido hablar, es la versión de los médicos cuando le dicen a un paciente que “no hay que perder la fe” y le sueltan un más que sombrío diagnóstico de salud. Sin embargo, ante cada Beliz de la vida siempre puede haber un Aníbal Fernández como contrapeso que afirme, sin que se le mueva el bigote, que “nadie está asustado” con los cambios que el Presidente aceptó que se hicieran en su gabinete. Por las dudas, quien quiera y crea, que eleve una plegaria al cielo; todavía es una actividad libre de impuestos.