Revolución Cubana: ¿valió la pena?
Un mundo mejor no se logra con la dictadura de un partido, ni mediante la supresión de libertades, ni por la igualación a través de la violencia
Transcurridos 60 años de una dictadura que eliminó la oposición política, suprimió las libertades individuales e incrementó fusilamientos y torturas, ¿valió la pena la Revolución Cubana?
El 1° de enero de 1959 caía el corrupto gobierno de Fulgencio Batista y comenzaba una experiencia novedosa en América Latina al establecerse un régimen marxista bajo la conducción de Fidel Castro. En plena Guerra Fría, el proyecto cubano era funcional a la estrategia de la Unión Soviética para expandir su esfera de influencia en la región. Fue así como Nikita Khruschev instaló misiles en su nuevo país satélite (1962) y Leonid Brezhnev fogoneó la lucha armada en América Latina durante tres décadas hasta la caída del Muro de Berlín.
"Crear uno, dos, tres Vietnam", proponía nuestro compatriota Ernesto "Che" Guevara, artífice de la expansión de la guerrilla en la región, afirmaba ante la Asamblea de las Naciones Unidas (1964): "Fusilamiento sí; hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario". Nuestro país también debe a esas siniestras consignas muchas de las muertes causadas por los atentados subversivos y la posterior represión militar.
Como premio por su sumisión al poder soviético, Cuba recibió durante aquellos tiempos dorados más de 20.000 millones de dólares para financiar su presupuesto sin tener que exigir a la población el trabajo y la productividad que se requieren en el resto del planeta. Por esa razón, suele falsamente afirmarse que el marxismo en la isla logró niveles de educación y de salud sin parangón entre los países en vías de desarrollo pretendiendo demostrar que la igualdad sería un sueño realizable, con violencia o sin ella. Grueso error, pues nada es gratis en la vida y la supervivencia colectiva requiere un sistema institucional que genere incentivos para ganarse el pan con el sudor de la frente, sin violentar los derechos individuales ni sacrificar las libertades democráticas.
Desde la Revolución Francesa, pasando por las utopías románticas de Owen y Saint Simon, las insurrecciones populares de 1848, las revoluciones rusas de 1917, la sublevación espartaquista de Rosa Luxemburgo en 1919, el triunfo del Frente Popular en España en 1936, la Cortina de Hierro en 1945, la República Popular China en 1949 y por todas las secuelas del materialismo histórico, una y mil veces se ha intentado infructuosamente crear un orden más justo e igualitario, ignorando aspectos esenciales de la naturaleza humana. Al "hombre nuevo" se pretendió llegar quitando a los niños de las familias, adoctrinando con el Libro Rojo, internando en Gulags, aplicando electroshocks o fusilando, como propugnaba el idealismo guevarista.
En ningún lugar funcionó, como lo demuestran los fracasos de todas esas experiencias y la irrupción de la China moderna como una de las mayores potencias capitalistas, sin reconocerlo formalmente.
El régimen cubano pudo soslayar las exigencias materiales que tiene el resto de los países, por haber contado con recursos gratuitos: la asistencia económica de la Unión Soviética primero, y de Hugo Chávez después. Sin restricciones económicas cualquier nación podría lograr iguales resultados que Cuba en materia educativa o sanitaria. El desafío es hacerlo con recursos propios, provenientes del ahorro de las familias en forma sustentable, sin recurrir a la emisión o al endeudamiento. Cuba nunca enfrentó la creación de una sociedad igualitaria y también próspera mediante el esfuerzo de los cubanos (y no de los rusos o venezolanos), algo que solo se logra en ámbitos de libertad en los que prime la iniciativa individual y se respete el derecho de propiedad.
El gobierno cubano siempre atribuyó sus desgracias al bloqueo norteamericano. ¿Por qué entonces la nueva constitución reemplaza la referencia al comunismo por un "socialismo sustentable", admitiendo la propiedad privada? Si efectivamente el colectivismo fuese mejor para el bienestar general, el régimen hubiese debido profundizar el comunismo y no abrir la puerta al históricamente denostado capitalismo.
En un reciente editorial señalamos que la jubilación en Cuba asciende a solo 10 dólares por mes, estando los adultos mayores autorizados a ejercer el comercio y completar sus ingresos. El Estado fuerza a los jubilados y a los empleados públicos a volver a trabajar para aliviar las arcas bajando el gasto.
¿Valió la pena la Revolución Cubana? En 1947, el filósofo marxista Maurice Mérleau-Ponty sostenía que solo puede juzgarse la violencia de una revolución en función de la sociedad que pretende instaurar y no con los valores del orden establecido. Pues bien, habiendo transcurrido 60 años, ya es posible conocer el resultado de la Revolución Cubana y emitir un juicio fundado acerca de la legitimidad de los medios que utilizó para sus crueles experimentos sociales.
Para los cubanos implicó el sacrificio de una generación que careció de oportunidades de desarrollo fuera de los cartabones castristas. Para la sexta parte de la población que debió emigrar, implicó un desarraigo forzado por razones políticas. Para los balseros que murieron ahogados o para quienes fueron fusilados o encarcelados se trató de otra inmolación inútil por un sueño delirante que jamás hubiese podido funcionar sin el dinero de la vieja URSS.
Para el resto de la humanidad, ha sido otra dolorosa demostración de que un mundo mejor no se logra con la dictadura de un partido, ni mediante la supresión de las libertades, ni por la igualación a través de la violencia, sino a través de reformas democráticas que extiendan la mayor prosperidad posible con igualdad de oportunidades para todos.
Ideales no son realidades. En el 50° aniversario de la revolución, Cristina Kirchner viajó a Cuba y alabó a Fidel Castro diciendo que era "el último de los modernos, el último de los líderes globales anteriores a la caída del Muro de Berlín". En este 60° aniversario, el mismísimo Vaticano, mientras el papa Francisco recibía al Circo Nacional de Cuba, publicaba en su página oficial, convenientemente levantada al día siguiente, su adhesión a las celebraciones por seis décadas de dictadura marxista.