Revisitar el silencio. El encanto de lo que no podemos escuchar
La filosofía, la literatura y la música rescatan la ausencia de sonido y de palabras como un espacio de nuevos sentidos, de creatividad y reflexión
Ell silencio no existe en la naturaleza. Es una idea teórica, un deseo también, un concepto que engloba lo que en realidad no podemos escuchar. El silencio no existe en las ciudades y tampoco existe en la vida privada: nos decimos cosas, nos murmuramos, dialogamos sin hablar. Sin embargo, en nuestro presente, el silencio se ha tornado un tema de reflexión desde donde volver a observar el lugar de los sonidos, las palabras y los sentidos que circulan en nuestra cotidianeidad.
"En la era de las comunicaciones, el imperativo de comunicar cuestiona la legitimidad del silencio al tiempo que erradica cualquier atisbo de interioridad. (...) La ideología de la comunicación asimila el silencio al vacío, a un abismo en el discurso y no comprende que, en ocasiones, la palabra es la laguna del silencio. Más que el ruido, el enemigo declarado del hommo comunicans, el terreno que debe colonizar es el silencio, con todo lo que este implica: interioridad, meditación, distanciamiento respecto a la turbulencia de las cosas; en suma, una ontología que no llega a manifestarse si no se le presta atención", dice el filósofo David Le Breton, en su libro El silencio (Sequitur) y abre el juego a un silencio que nada tiene de censurador, sino que al contrario, es condición de encuentro con aquello personal y confinado a la interioridad, lo imposible de decir que sin embargo nos atañe a todos, y más allá de las palabras.
"Los seres humanos diferimos en nuestros lenguajes y en nuestras estéticas, pero somos todos sensibles a ese acorde del silencio que nos reúne a todos en un significado que va más allá de los sentidos: el silencio es, en realidad, el único idioma verdaderamente universal", revela Ivonne Bordelois en Del silencio como porvenir (Libros del Zorzal). El silencio que a todos nos iguala es, según Bordelois, condición prenatal y postmorten: "Lo que rodea al niño antes de nacer, y lo que la muerte teje alrededor de nosotros después de la partida, son regiones sustraídas a la palabra, a la palabra conciente", dice Bordelois. El silencio de lo que no es posible hablar, de la vida y también de la muerte.
Decir y no decir
Buscar el silencio perdido, ese silencio en el que el decir esté plenamente justificado, es tarea primordial de quienes toman la palabra como medio de expresión: escritores y poetas. Y quizá por esa presencia de lo no decible, sea justamente en terrenos de la creación literaria donde el silencio se erige como condición de posibilidad de la palabra.
"El lenguaje silencioso engendra fuego. El silencio se propaga, el silencio es fuego. Era preciso decir acerca del agua o simplemente apenas nombrarla, de modo de atraerse la palabra agua para que apague las llamas del silencio", dice Alejandra Pizarnik (El infierno musical, 1971). Y Bordelois subraya: "La gran poesía se singulariza, precisamente, porque parece ir y venir de ese silencio prenatal y posmortal retirando de él un agua inefable (...). Pero también hay que reconocer -sigue Bordelois- que todas las místicas del silencio señalan no tanto la amortiguación de la expresión o de los sonidos, sino el respeto por la verdad irreductible de lo indecible, la veneración por ese espacio anterior que preludia la libertad de todo lo posible, el amor de todo lo deseable e inefable". Callar entonces cuando el silencio se impone. Callar por imposibilidad del decir de la palabra.
Pero no sólo la poesía vive, vibra y reverbera en el silencio. En sus Tesis sobre el cuento (Crítica y ficción), Ricardo Piglia analizó de qué manera los cuentos modernos dejan en la zona de lo no dicho partes importantes de la trama. "Un relato visible esconde un relato secreto, narrado de un modo elíptico y fragmentario", sostiene Piglia en su trabajo: un cuento cuenta lo que calla. Y entonces, el lector lee, esto quiere decir, hace hipótesis, piensa, discute consigo mismo o con otros eso que el cuento (la novela también) no dice acabadamente.
"Ver al silencio como vacío, como omisión, es dejar en el lenguaje, en la palabra, sólo la posibilidad de ruido. La saturación incontinente de palabras (tan característica de los tiempos que corren y de ciertos discursos que tienden a que nada escape a su control) tapa los poros por donde respira lo callado", reflexiona Cecilia Bajour, en su libro Oír entre líneas (El Hacedor). Es silencio es la condición necesaria para que las palabras estallen en su pluralidad de sentidos y podamos leer, es decir, dar sentido a las palabras, pensar.
Pero también el silencio es convocado por la imagen, por el decir de lo que se ve. Entonces, la plástica y la fotografía tienen mucho para expresar: "Guernica, un lienzo al óleo de Picasso, retumba desde la tela silenciosa. Imposible observar el cuadro sin oír el estampido de las bombas aniquilando a un pueblo inerme durante la Guerra Civil Española. El otro gran estallido artístico es El grito, de Edvard Munch, imagen de un alarido mudo, soltado al viento, que sin embargo alcanza a aturdir", cita en su libro El silencio (Capital Intelectual) el escritor Luis Gruss. El grito silencioso de las imágenes también se dirime en la fotografía: el fotógrafo Dani Yako acaba de publicar su libro El silencio (Planeta), un recorrido por los basurales que conviven con el pueblo de Entre Ríos, que justamente se llama El silencio. Imágenes que expresan a los gritos escenas del mundo actual en las que no caben las palabras.
En la música y alrededores
"Es necesario entrecruzar miradas y experiencias en torno al silencio para construir ese campo de conocimiento ahora raquítico, circunscripto al simple concepto de ?vacío sonoro'. Por eso proponemos pensar al silencio como un depredador del sonido: el ?dato sonoro' es acechado por el silencio, que en cualquier momento puede aparecer en escena y devorar al sonido. Eso nos lleva a deconstruir el sentido usual de silencio, primero en lo musical y luego en otros territorios", dice el profesor de Composición y Teoría de la Música Luis Toro, uno de los organizadores de las Jornadas Nacionales de Silencio realizadas recientemente en la Universidad Nacional de Córdoba.
Para Martin Liut, docente e investigador en la carrera de Música y Tecnología de la Universidad Nacional de Quilmes, "el silencio es un componente tan esencial en la música como el sonido, no sólo como función sintáctica o 'dramática', sino como posibilidad en sí mismo, como reflexión sobre el transcurso del tiempo o sobre la imposibilidad de un silencio absoluto (como lo mostró Cage en su obra 4' 33'')".
"Un camino que estamos explorando es justamente poner al silencio 'en contexto' -sigue Liut-. Podemos pensar y discutir que, según los contextos musicales, sociales y políticos, los silencios pueden funcionar en un abanico que va desde la censura y la opresión a la protesta democrática, pasando por los espacios de reflexión e introspección. Como músicos, escuchamos a la sociedad que nos rodea: pedir silencio no es lo mismo que hacer silencio por propia voluntad. Los ?minutos de silencio' no son iguales según la figura homenajeada y los contextos. El silencio puede ser una decisión colectiva muy potente como protesta: recordemos las Marchas del Silencio en Catamarca para pedir justicia por el asesinato de María Soledad Morales", dice el especialista.
Quienes participaron de las Jornadas de la Universidad Nacional de Córdoba se animaron a realizar la Primera Orquesta Nacional del Silencio: "Algo bastante ridículo -admite Luis Toro-, pero cuando a una idea así se le da entidad y la posibilidad de que se convierta en un acontecimiento, esa afirmación empieza a tambalear. Porque ¿qué hace una orquesta de silencio? Sin dudas no hace 'silencio'. Pone en escena, en interacción humana, todo lo que nos preguntamos sobre lo que es 'silencio'. Disponer algo para que algo suceda o como dice el maestro Gerardo Gandini: 'Vamos a dejar que el imprevisto se torne necesario'. La ONS implica generar las condiciones para que el imprevisto silencio tenga lugar de muchas maneras".
Desplazar el ruido
"El silencio es la primera piedra del templo de la sabiduría", cita a Pitágoras Susana Paponi, doctora en Filosofía y docente en la Universidad Nacional del Comahue, y sugiere: "Quizás por ahí hay una pista a seguir para preguntar por qué y a favor de qué hubo de acallarse ese silencio potencia, creador, vital, y se produjo la obligación de callar, silenciar o bloquear como hábito y modo de lo colectivo. Y, como si eso fuese poco, obligar al ruido constante, no sólo como normal, sino como algo valorado. En ese sentido, pensar el silencio como predador es actualizar la problematización", sintetiza la especialista, autora de Pensar el presente. Travesía y ensayo sobre la cultura (Biblos).
Desplazar al ruido y volver al silencio, para escuchar de manera renovada ese silencio. "Porque el silencio está diciendo algo que no llegamos a escuchar", advierte Noelia Billi, doctora en Filosofía y coordinadora del grupo Blanchotianxs al sur que organizó las jornadas "Guardar (el) silencio", en Filosofía y Letras (UBA) en marzo pasado.
Siguiendo a Blanchot, Billi propone pensar en el lenguaje para redefinir el concepto de silencio: "En Occidente, el lenguaje queda atado al ?significado', es decir, al contenido ideal de la palabra cuya validez es dictaminada por la razón. Entonces, sólo se dirá que 'habla' aquello que tiene una razón y que dicha razón usa el lenguaje lleno de significados para comunicarse. De este marco emergen dos sentidos del silencio: quedarse callado en el caso de las personas, ser silencioso en el caso de lo que no habla (como las cosas o los animales). Sin embargo, con mucha lucidez, Maurice Blanchot ve toda una hormigueante zona medial, que de hecho es en la que vivimos, en la cual ni hay habla pura ni hay silencio puro y donde se ubica el habla 'cotidiana': lo que se escucha en la calle, lo que puede considerarse un murmullo de voces altisonantes que se entremezclan involuntariamente y que podría ser considerado silencio, porque no hay 'habla con sentido': escuchamos palabras dispersas, decimos a veces que hay interferencia, pero no hay pensamiento articulado, no hay voluntad de comunicación y hay sin embargo habla colectiva, impersonal, anónima. Así, se configura una enorme porción de la sociedad que es silenciosa, cuya palabra no es oída, pero ¿es porque no habla? ¿o es porque no se le atribuye sentido a su habla?", pregunta Billi.
Entre el ideal imposible, el grito ahogado que aturde y el murmullo que incita a ser descifrado, el silencio invita a explorar nuevos territorios. Un espacio y tiempo de palabras renovadas y menos ruido.