Reventando la burbuja
Por Alberto Alesina Para La Nación
ROMA
Para miles de personas en el mundo entero, invertir en la Bolsa significa, hoy por hoy, enriquecerse pronto. Los viejos invierten sus ahorros y jubilaciones desde su PC doméstica; los jóvenes abandonan el trabajo asalariado en busca de una gran ganancia en las opciones que ofrecen las firmas "punto com". En vista del tumultuoso mercado global de los últimos días, examinar los datos históricos sobre el desempeño de los mercados accionarios es una experiencia forzosa y sedante para los inversores de toda edad y procedencia.
En los Estados Unidos, en el último siglo, las inversiones accionarias rindieron en promedio un 6 por ciento más que las inversiones seguras en títulos públicos a corto plazo. Esta diferencial se ha mantenido bastante estable, aunque entre 1947 y 1994 fue del 8 por ciento. En otros países, hubo cifras similares. Por ejemplo, en Italia, desde 1961 hasta 1994, rindieron alrededor de un 6 por ciento más que los títulos de Tesorería. Sin duda, hubo períodos extraordinarios (por ejemplo, los años 50) en que la diferencial entre invertir en la Bolsa de Milán y en títulos de Tesorería trepó a más del 22 por ciento. Pero también hubo malas rachas: en 1961-1970, la diferencial medio fue -2 por ciento.
Riesgos y ventajas
A mayores retornos, mayores riesgos. Así de sencillo. Si en vez de invertir en el índice Standard & Poor de las 500 compañías más grandes que cotizan en Wall Street, un inversor hubiera colocado sus ahorros en compañías pequeñas y, a menudo, más innovadoras (las llamadas small caps ), su rendimiento habría subido un 6 por ciento en los últimos 50 años, o sea, un 15 por ciento por encima del rendimiento de los segurísimos títulos públicos. Pero sus riesgos también se habrían duplicado, por cuanto, en el mismo lapso, la volatilidad de los retornos sobre títulos públicos a corto plazo fue del 3 por ciento, contra un colosal 17 por ciento para el índice S&P y un 30 por ciento para las small caps .
Esta última cifra significa que, en cualquier año, nuestra inversión tiene las mismas probabilidades de rendir un 30 por ciento más o un 30 por ciento menos que los títulos públicos. Si, en ese mismo período, los títulos públicos norteamericanos rindieran poco menos del 2 por ciento (previo ajuste inflacionario), esto implicaría que, en cualquier año, las small caps podrían rendir un +32 por ciento o un -28 por ciento. En otras palabras, las inversiones accionarias a largo plazo rinden más que las inversiones en títulos públicos, pero, dada su mayor volatilidad, deben transcurrir varias décadas antes de que podamos inferir con certeza que en verdad una inversión accionaria media ha dado mayores ganancias.
La historia de las acciones de la "nueva economía" es demasiado breve para poder decir si el desempeño extraordinario de las bolsas, observado desde hace pocos años en casi todos los países, es un auge especulativo temporario o el resultado irreversible de la nueva economía. Hasta ahora, aun considerando las rotaciones recientes, casi todas las bolsas se han disparado en una escalada. Volviendo a Italia, entre Navidad y el 31 de marzo de 2000, las anualidades rindieron un 120 por ciento. Pero la mayor volatilidad de las últimas semanas hizo que el índice de las nuevas acciones europeas perdiera, por lo menos, un 30 por ciento de su valor.
Este es un fuerte síntoma de que la antigua relación entre los retornos y la volatilidad se está reafirmando. Sin embargo, hoy se teme que una nueva generación de inversores, incluidos los que operan desde sus computadoras domésticas y nunca pasaron por la experiencia de un mercado con rendimiento negativo, esté subestimando los riesgos.
En los Estados Unidos, donde el ciclo expansivo ha sido más prolongado, muchos observadores no dudan de que el mercado actual opera dentro de una burbuja. Ante los índices de valorización de Wall Street, Robert Shiller, economista de la Universidad de Yale y uno de los alcistas más convencidos, comentó recientemente que las acciones nunca estuvieron tan sobrevaloradas, ni siquiera en el verano de 1929, antes de la Gran Bancarrota.
Experiencia histórica
Los datos indican por cierto, al menos para los Estados Unidos, que la nueva economía está incrementando extraordinariamente la productividad. Pero, a la luz de la experiencia histórica, quizá no sean del todo convincentes. No somos los primeros en experimentar un salto tecnológico: a fines del siglo XIX, el mundo presenció la introducción del motor eléctrico y el telégrafo, dos inventos de trascendencia comparable a la de Internet. No obstante, en ese período, la diferencial de retornos entre acciones y títulos de Tesorería rondó el 6 por ciento.
En suma, la lección de la nueva economía no es el enriquecimiento sin el menor esfuerzo, con sólo especular en la Bolsa. Ella nos enseña que la investigación, la innovación tecnológica y el espíritu emprendedor en un mercado competitivo son muy lucrativos. Nada de esto abunda en Europa. El Viejo Mundo ha importado de los Estados Unidos algunos aspectos negativos del mercado, como la especulación estilo ruleta, pero aún no ha avanzado hacia las características más importantes de la economía norteamericana, como la desregulación de los mercados laboral y de productos, y la reducción del peso del sector público sobre la economía.
Las caídas del mercado norteamericano podrían superarse prontamente gracias a la robustez fundamental de la economía norteamericana. Europa carece de esa reserva de vigor. Para los inversores individuales, las acciones siguen constituyendo riesgos personales; para Europa en general, reventar cualquier burbuja especulativa puede hacer peligrar la estabilidad económica.
© Project Syndicate y La Nación
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)