Reseña: Opus Gelber, de Leila Guerriero
Retrato de un pianista excéntrico en la intimidad
La infancia de un pianista no es cualquier infancia. Y menos la de uno que a los siete años contrajo poliomielitis. Bruno Gelber siempre fue un distinto. Cuando estuvo enfermo pidió que le encastraran el piano en la cama para poder seguir estudiando. Ya entonces era alumno del colérico y severo Vicente Scaramuzza. Conoció París gracias a una beca y supo codearse con la nobleza. Fue el último discípulo de la afamada Marguerite Long. Aceptó giras maratónicas y encandiló al público con el glamour de una diva de Hollywood. Se mudó a Mónaco buscando el mar. En 2013 regresó a Buenos Aires y compró un piso silencioso en un edificio art déco del barrio de Once. La trágica fractura de la mano derecha lo mantuvo recluido por un tiempo, pero cuando volvió a pisar un escenario lo hizo para tocar Mozart, según los entendidos, lo más difícil. Hoy es un hombre sin edad, mezcla de frívolo monje goloso y refinado sabio libertino, invariablemente coqueto, infaliblemente locuaz. Leila Guerriero dialogó con él a lo largo de un año y de alguna manera construyeron juntos la biografía de un mito.
Opus Gelber es el "retrato de un pianista" y el perfil más ambicioso de Guerriero. Pero también podría considerarse una crónica de interiores, una conversación interrumpida por fragmentos de entrevistas, testimonios ajenos, clases de piano y críticas de conciertos. Un viaje alrededor del mundo y de una mesa a la hora del té. Y por supuesto una pesquisa: la del verdadero Bruno Gelber.
Guerriero es una suerte de documentalista con cámara al hombro. Nada se escapa a su espíritu fisgón. Desde el color de un mantel de damasco hasta los falsetes de una voz, pasando por los habitantes quietos de los portarretratos y el pequeño postizo de pelo color cobre que vive en el baño. Dueña de una curiosidad amaestrada y una perseverancia feroz, intenta horadar la intimidad de Gelber a fuerza de preguntas simples y directas, pero las respuestas del pianista nunca terminan de convencerla: "Me voy con la sensación de no haber obtenido mucho. Más bien, nada."
Gelber es magnético, hipnótico. Si uno lo escucha un largo rato, posiblemente produzca un cierto mareo. Guerriero sin embargo no pierde pie. Se planta allí donde él la coloca -porque él es muy protocolar, sabe sentar a la gente en el lugar que le corresponde- y lo ausculta imperturbable.
Hay dos veces en que Gelber define a Guerriero delante de otros y sus palabras, al margen de la picardía socarrona, son de una irrefutable lucidez: "Es guerrera", advierte en una primera oportunidad, y más adelante dirá "es espía". Gelber, que en su verborragia parece distraído de sí mismo, sabe en todo momento el juego al que está jugando. No baja la guardia. Actúa. Entiende que su partenaire no le dará tregua y también intuye que cualquier desliz podría ser usado en su contra, porque ella, la cronista a la que él llama cariñosamente "tesoro", "maravilla" y hasta "rulito", está ahí para desenmascararlo.
La personalidad barroca e invasiva de Gelber obliga a Guerriero a salirse del resguardo de la tercera persona para entrar en escena diciendo "yo". Claro que se trata de una primera persona discreta, con la astucia suficiente como para volver invisible cualquier contestación suya que pudiera desviar el foco de ese pianista que prefiere casi no hablar de música.
Hay algo triste en todo adiós y el final de Opus Gelber no desobedece a esta lógica. Él se irá a veranear a Mar del Plata; ella se quedará en Buenos Aires para escribir sobre él. De ese distanciamiento nacerá un libro que necesariamente se interpondrá entre ambos. De un lado, Gelber seguirá ensayando sus historias con sutiles variaciones, como sucede con esas obras de teatro malcriadas que misteriosamente se mantienen en cartel durante décadas. Del otro, Guerriero seguirá preguntándose cómo es Bruno Gelber cuando está solo, y en algún punto tendrá la impresión de ignorarlo por completo, de haber fracasado. Pero ciertos fracasos, es sabido, valen más que cualquier victoria.
Opus Gelber
Por Leila Guerriero
Anagrama. 333 páginas, $ 645