Retrato de un país sin figuritas
Si pusiéramos la “crisis de las figuritas” bajo una lupa, tal vez encontraríamos información valiosa para trazar un mapa sobre el funcionamiento de la economía, del gobierno, de la sociedad y de las familias. Las reacciones ante la escasez de un entretenimiento pueden aportar pistas, en definitiva, sobre la psicología de la Argentina.
En un país agobiado por graves desequilibrios económicos, con una inflación galopante, fábricas, escuelas y tierras tomadas, problemas para importar y exportar y una dramática pérdida de reservas, el Gobierno puso entre sus prioridades la falta de figuritas. Eso es lo que se vio, al menos, cuando el secretario de Comercio encabezó una “cumbre” por ese tema, a la que además se asignó singular relevancia en el dispositivo comunicacional del Estado. El hecho revela, por un lado, lo obvio: una fenomenal confusión para determinar urgencias y prioridades en los estamentos más altos de la administración nacional. Pero muestra algo más profundo: un gobierno sin brújula, dispuesto a montarse sobre la agenda que marcan las redes sociales, sin audacia ni capacidad para marcar una hoja de ruta y embarcado, apenas, en la escuálida ambición de sintonizar con lo que cree que es el humor social. “La gente quiere figuritas, démosle figuritas”. Esta suerte de pragmatismo a la bartola, que supone –además– una profunda subestimación de la demanda social, es el que parece explicar la puesta en escena del secretario de Comercio. Su intervención, por supuesto, ni siquiera solucionó el problema, y es muy posible que lo haya agravado, pero eso ya revela otra cosa: la impotencia oficial para alcanzar cualquier objetivo, por mínimo que sea.
La reacción del Gobierno excede, entonces, lo anecdótico. Lo muestra sin ideas, subordinado a las brisas –incluso las más leves– de la opinión pública; proclive a surfear sobre la agenda volátil de los grupos de WhatsApp, sin sumergirse en los temas de fondo y sin liderazgo para impulsar debates convocantes. Lo muestra, además, siempre inclinado al intervencionismo y a la improvisación. No sería extraño que en algún despacho estén pensando en la estatización de los álbumes y en el lanzamiento del programa “figuritas para todos y todas”.
El asunto, sin embargo, no solo revela las desorientaciones de un gobierno errático. Muestra también las fragilidades y distorsiones de algunos circuitos de producción y comercialización en la Argentina. ¿Cómo se explica que en vísperas del Mundial no se consigan los álbumes y figuritas que se preparan, cada cuatro años, para ese acontecimiento global? Es como si faltaran arbolitos para Navidad o roscas para las Pascuas. No hay una explicación clara. Se sabe, sí, que el problema solo existe en la Argentina. No faltan figuritas en Uruguay, en Brasil ni en Chile. Nadie lo dice, pero no sería antojadizo conectar la escasez con los cepos para importar (quizá papel, quizá tinta) o con limitaciones de mano de obra o con restricciones de otro tipo que afectan a distintos rubros de la economía. No se conocen las razones de la escasez, y esa ausencia de claridad remite a otro rasgo de la economía actual, que muchas veces funciona en territorios opacos a los que conducen la hiperregulación, la voracidad impositiva y la arbitrariedad del Estado. Solo en una economía dislocada puede producirse tal desfase entre la demanda y la oferta de un artículo básico, que se produce en serie, no necesita ensamblado ni requiere una sofisticada cadena de montaje.
Producida la escasez, irrumpen otros rasgos que ya tienen más que ver con nuestra idiosincrasia que con la economía y la política: la avivada, la ruptura de reglas básicas de comercialización, la reventa abusiva, la ventajita burda. Padres y madres pueden dar fe, en estos días, de una suerte de locura especulativa que atraviesa el comercio de figuritas. Es un rasgo exacerbado por un cóctel de inflación, recesión e incertidumbre. Los álbumes del Mundial emergen como las únicas ventas que suben, en un contexto en el que todas las otras se desmoronan. Tal vez esa sea una explicación del empeño que ponen muchos comerciantes, mayoristas y minoristas, para “salvarse” con las figuritas. Toda economía que incentiva el “sálvese quien pueda” quiebra, más temprano que tarde, las reglas de la lealtad comercial. Incentiva, además, el “mercado negro”, las falsificaciones y hasta las estafas por internet.
Las figuritas son un claro indicador del impacto inflacionario en los bolsillos. Un estudio del sitio Chequeado comparó el valor de los sobres en cada Mundial. En Brasil 2014 se vendían a 5 pesos, en Rusia 2018 a 15, y para el de Qatar 2022, a 150 pesos. Cuando cruzó esos datos con el salario mínimo descubrió que hace ocho años alcanzaba para comprar 720 paquetes, hace cuatro años 633, y ahora, solo 319. La inflación no solo destroza el poder adquisitivo de los salarios, sino que enturbia todo el ecosistema económico: rompe las reglas y debilita la ética comercial.
Pero detrás de todo esto han asomado, también, otros rasgos sociales y culturales a los que quizá valga la pena prestarles atención. Algunos son estimulantes; otros, al menos, preocupantes.
La fiebre por las figuritas muestra que las nuevas generaciones no están definitivamente encapsuladas en sus pantallas y consolas como a veces se tiende a creer. Lo que las moviliza en estos días es el mismo entretenimiento por el que se apasionaron sus padres y aun sus abuelos. Es evidente que hay algo del valor del juego, y también de lo tangible, que trasciende a la revolución tecnológica. Hay algo que los chicos quieren enmarcar y guardar, contra la corriente efímera de lo digital. Es un síntoma en el que tal vez deban reparar tanto padres como docentes y pedagogos. Pero quizás haya algo menos visible que también merezca ser analizado: las “figuritas” simbolizan la valoración de modelos. Se conectan con el reconocimiento al talento, al que sobresale y al que se gana un lugar en el álbum. Con esta pasión inoxidable, tal vez las nuevas generaciones estén diciendo: “necesitamos ejemplos inspiradores”. En la infancia, “el ídolo” representa un lugar al que se quiere llegar, una meta, una ambición. Es un mensaje potente para un sistema educativo que prácticamente ha abolido el reconocimiento al esfuerzo, al talento y al mérito. A esa escuela hoy va una generación que sigue creyendo en “los álbumes de figuritas”. ¿No hay ahí un mensaje para decodificar?
Si vinculamos las figuritas con la educación, hay otra pregunta que podría promover la reflexión: ¿qué hacemos los padres frente a la escasez y la demanda de nuestros hijos? Son los psicólogos, seguramente, los que pueden aportar respuestas más consistentes. Pero desde la módica perspectiva de una columna periodística, quizá podamos animarnos a ensayar interrogantes.
Cuesta imaginar algo más noble y más sano que regalarles a los chicos paquetes de figuritas, acompañarlos en la tarea de completar el álbum, guiarlos en ese proceso en el que se ponen en juego expectativas, ansiedades, intercambios, frustraciones y alegrías. Pero ¿qué hacemos si faltan figuritas? ¿Nos embarcamos en cualquier aventura por conseguir un paquete? ¿Hacemos colas de madrugada para estar entre los primeros cuando abra un kiosco o un mayorista? ¿Pagamos cualquier precio en el mercado negro, aunque sea en cuotas con tarjeta? ¿O intentamos el camino menos épico, quizá, de explicarles a nuestros hijos cómo son las cosas? ¿Hacemos lo imposible por consentir el deseo (o hasta el capricho) de los chicos o les enseñamos a comprender las dificultades, a lidiar con los problemas, a esperar, a comprender?
No deberían faltar figuritas, pero faltan. Lo razonable sería que, por el precio accesible que históricamente ha tenido este entretenimiento, se pueda ir al kiosco de la esquina y comprarles a los chicos dos paquetes, quizá tres cuando traigan un “felicitado” del jardín o del colegio, o cuatro cuando colaboren en las tareas de la casa o logren ellos mismos un pequeño ahorro. Pero hoy es imposible. ¿No sería una oportunidad (indeseada, es cierto) para explicarles que no todo se puede ya y ahora, y mucho menos en un país que necesitará sacrificios y que también sufre la carencia de cosas más importantes?
Detrás de su liviandad y su cosa lúdica, la falta de figuritas tal vez venga a proponernos un debate: ¿cómo lidiamos con la escasez? ¿Cómo les transmitimos ejemplos y valores a nuestros hijos? ¿Cómo nos preparamos para vivir en un país que demandará sudor y lágrimas para superar su deterioro? Las respuestas no se compran en el kiosco, pero también parecen escasear en estos días.