Retos de la región más peligrosa
América latina es la región más peligrosa del planeta. Como informa el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), aunque la América antiguamente española y portuguesa solo tiene el 9% de la población mundial, en ella se comete el 27% de los homicidios, casi 100.000 al año. Pobreza y desigualdad son ingredientes habituales de esa inseguridad ciudadana, pero no por ello han de ser inevitables, ni tampoco decisivos.
En Venezuela, donde el chavismo ha hecho grandes progresos en la reducción de la pobreza más extrema, Caracas se ha convertido, pese a ello, en una de las ciudades más inseguras del mundo, con un índice superior a 50 muertes cada 100.000 habitantes. Tiene que haber, por tanto, otros factores en juego. El guatemalteco hijo de españoles Severo Martínez, autor de un imponente pero siempre discutible trabajo – La patria del criollo– pretende dar, indirectamente, una respuesta: la culpa es de los colonizadores que transformaron al indígena en indio, haciéndolo víctima de las peores exacciones físicas y morales hasta el punto de arrebatarle su natural identidad. Las venas abiertas de América latina , de Eduardo Galeano, es la versión panfleto de estas lapidarias aunque elaboradas acusaciones. Pero atribuir a diferencias étnicas la desarticulación social de la violencia, además de políticamente incorrecto, sería confundir el síntoma con la enfermedad.
El periodista británico Michael Reid publicaba hace unos años, refiriéndose a América latina, El continente olvidado, título acertado en los términos –sobre todo económicos– en que lo empleaba, pero que ya entonces estaba dejando de responder plenamente a la realidad. En este inicio del siglo XXI, Bolivia vive un intento de recuperación de su identidad prehispánica. Ha pasado a llamarse plurinacional, lo que sin duda es, pero el adjetivo apenas vela la pretensión de practicar un salto atrás, la devolución del país a los que constituyen la abrumadora mayoría, todos aquellos que no tienen origen europeo. Al mismo tiempo, el repliegue planetario de EE.UU. ha permitido el surgimiento del llamado grupo de naciones emergentes, entre ellas Brasil. El ex presidente Lula, y en su desaforado estilo también Chávez, reclaman la atención de su pueblo y de los pueblos circundantes sobre sí mismos. Tras una ocultación secular, América latina comienza a interesarse por sus vecinos, en lugar de mirar solo a EE.UU. y Europa.
Y una superestructura occidentalizada cada día cubre de manera menos convincente la realidad de fondo. Es obvio que América latina no se resume en una única historia. El Cono Sur ha inventado su propia versión de Occidente; pero en la América que escala por los Andes hasta América Central hay un extenso ajuste identitario que practicar. Esa crisis, unida a una nueva conciencia de estar en el mundo, son los elementos de una revolución que, según la prisa que se dé en desarrollarse y la conmoción que entrañe, podrá llamarse solo evolución.
Ni esa revolución evolutiva o evolución revolucionaria, ni tampoco contingencias específicas a países como México o Guatemala, donde la sangrienta refriega del narco nutre los índices violentos, explican nada por sí misma. Pero los pueblos que aún no han decidido quiénes son, pueden verse sometidos en el futuro a diferentes y aún mayores volúmenes de violencia; política, que es también común.