Resuenan los tambores de guerra
Entre 1997 y 2000 se produjo un intenso debate en Washington DC. Por un lado, se encontraban quienes pensaban que China debía ser tratada como un enemigo y, como tal, limitar la cooperación, restringir el comercio y mantener una política de visas restrictiva para el ingreso a los Estados Unidos de alumnos y profesores chinos.
Por el otro, estaban quienes, encabezados por el presidente Clinton, sostenían que China era un potencial aliado y socio central de los EE.UU., por lo que debían incrementarse las inversiones norteamericanas, facilitar el comercio, el turismo y la transferencia tecnológica (en áreas no estratégicas). Asimismo, era importante que China se incorporara a la OMC - lo que ocurrió en 2001-, ya que era imposible alcanzar una plena globalización sin su participación en el sistema multilateral de comercio.
Lo mismo debía llevarse a cabo respecto de Rusia (cuya incorporación se dio finalmente en 2012); la Guerra Fría había terminado en 1991, la URSS se había disuelto y era el turno de los EE.UU. de ser la "hiperpotencia" que condujera el mundo mediante un esquema de paz, progreso y cooperación que contemplara un fluido diálogo con todas las regiones del mundo.
La Corte Penal Internacional de La Haya y el Protocolo de Kyoto fueron los instrumentos iniciales para la defensa de los derechos humanos y el medio ambiente. Por su parte, los Objetivos de Desarrollo del Milenio -votados por las Naciones Unidas en 2000- expresaron la meta de terminar con la pobreza en la primera mitad del siglo XXI.
La última década del siglo XX quería enterrar el recuerdo de un sangriento período en el cual el mundo atravesó guerras mundiales y conflictos regionales (Corea, Vietnam, Cuba, Argelia, Medio Oriente, Malvinas, etc). En este contexto, el G-20 fue el ejercicio de coordinación ampliada entre el G-7 y los países emergentes de todos los continentes, que se lanzó en Berlín en 1999, a nivel de ministros de finanzas y presidentes de bancos centrales, como consecuencia de una iniciativa norteamericana.
Al estallar la primera gran crisis global del nuevo siglo -corría 2008- se llevó a cabo la reunión de esa nueva e informal institución, pero otorgándole un upgrade al nivel de jefes de Estado; así el FMI, institución muy cuestionada por los países en vías de desarrollo, comenzó a reformular su rol bajo la conducción del G-20. Cabe destacar que la acción conjunta de los Estados Unidos, China y la Unión Europea impidió que la mencionada crisis se transformara en una debacle.
En los primeros años del siglo fuimos testigos del desarrollo de un nuevo espíritu de articulación universal que planteaba metas consensuadas -y posibles- a ser alcanzadas antes de 2050: derrotar la pobreza, proteger el medio ambiente y combatir globalmente el terrorismo y el narcotráfico. Sin embargo, hoy estamos escuchando el sonar de tambores de guerra. El populismo nacionalista, el proteccionismo comercial y las medidas restrictivas de la circulación de capital y de personas parecen reverdecer como si nada hubiera pasado desde la década del 30 del siglo pasado.
Ideas de una "Nueva Guerra Fría" -con su construcción de alternativas ideológicas y el rechazo a los procesos de integración regionales- son invocadas con una vitalidad que nos retrotrae a los años 50 y 60. La "realidad líquida" contemporánea genera una nueva corriente de manipulación que, en manos de dirigentes inescrupulosos, puede conducir hacia conflictos que pensábamos superados.
No es cierto que no se tropieza dos veces con la misma piedra. Es muy importante que las naciones con algún grado de significación planteen a las dos superpotencias que deben negociar sus diferencias comerciales y que en lo que respecta a aquellas de índole política, ideológica y militar, la única opción es la cooperación, que tan buenos resultados ha demostrado tener en los últimos veinte años.
Nuevos tambores tienen que anunciar la paz y el progreso universal.
Embajador argentino en China, exembajador en los Estados Unidos, Unión Europea y Brasil