Residuos textiles: el lado B (y no sustentable) de la moda
¿Dónde va la ropa que ya no usamos? A basurales a cielo abierto que deberían recibir igual o parecida atención que los vertederos de plástico y desechos electrónicos. Las iniciativas que, en Europa y países de la región como Chile, están intentando resolver este problema
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El registro del desierto de Atacama que difundió el fotógrafo Martín Bernetti a finales de 2021 resultó apabullante. Viralizado sobre todo en las redes sociales, logró evidenciar la magnitud del basurero de ropa que copó la geografía de la región de Iquique al norte de Chile. Y aunque eso no es algo que haya pasado de la noche a la mañana, la vista masiva en pantallas de todo el planeta volvió a poner en escena uno de los principales conflictos que atraviesa la industria de la indumentaria y en un aspecto más amplio la sociedad en su conjunto: qué se hace con los residuos textiles. A su vez, esa imagen, además de representar las toneladas de vestimenta descartada que importa el país vecino, es la expresión en la superficie de otras cuestiones subyacentes, como las que involucran la instancia de consumo y que refieren a si hay que seguir comprando ropa nueva o qué se puede hacer cuando se deja de usar una prenda. Al mismo tiempo, resulta un alerta para las áreas de gobierno a cargo de establecer políticas públicas para la gestión de este tipo de desechos. Algo que, en la mayoría de los casos, se encuentra relegado en detrimento de la mayor atención que se le da a los plásticos de un solo uso y también a la basura electrónica.
En España el Congreso de los Diputados acaba de tratar la “Ley de residuos y suelos contaminados” que, entre otras cosas, establece implementar la recolección selectiva de desechos textiles antes del 31 de diciembre de 2024
En este panorama, las iniciativas gubernamentales que apuntan a los descartes de vestimenta continúan siendo escasas o incipientes. Por caso, en Chile fue recién en septiembre pasado que el Ministerio del Medio Ambiente comunicó que incluirá los residuos textiles en la Ley de Responsabilidad Extendida del Productor (REP) que data de 2016. Esto quiere decir que aquellos que los producen y comercializan también deberán considerar cómo será la recolección, reutilización, revalorización y reciclaje una vez que termine la vida útil de los mismos. Mientras que en la Argentina, si bien todavía no hay avances significativos tanto de parte del Estado nacional, como así tampoco en la Ciudad de Buenos Aires, en Chubut, por ejemplo, profesionales de la sede local del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) están llevando a cabo un relevamiento sobre el ecosistema productivo textil donde contemplan cuáles son los residuos generados en la zona.
También vale destacar que no es un problema exclusivo para los países sudamericanos. En ese sentido, en España el Congreso de los Diputados acaba de tratar la “Ley de residuos y suelos contaminados” que, entre otras cosas, establece implementar la recolección selectiva de desechos textiles antes del 31 de diciembre de 2024. En un marco más amplio, el Parlamento Europeo ya hace dos años que puso en marcha el Nuevo Plan de Acción para la economía circular que, entre otros objetivos, se enfoca en la reutilización de los productos originados por esta industria, además de promover nuevos modelos de negocio.
Lo cierto es que en un contexto signado más por el imperativo de la sobreproducción de atuendos y calzado que por la necesidad real de los consumidores –donde de acuerdo con la estimación de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo celebrada en 2019, la producción mundial de indumentaria se duplicó entre 2000 y 2014– son cada vez más las organizaciones de la sociedad civil y los activistas que anticipan las consecuencias que en un futuro no muy lejano traerá la contaminación de la ropa que se descarta. Al mismo tiempo, se suman alternativas de marcas y emprendedores que insisten con propuestas, algunas artesanales y otras más o menos industriales, para hacer que las prendas (por lo tanto la tela y la fibra que las componen) no terminen en un vertedero. De este modo, diseñan atajos creativos para que esa vestimenta siga circulando e incluso siendo consumida con otras formas y de otra manera. En esa línea, los emprendimientos más usuales son los vinculados a la donación y a la venta de ropa usada o la denominada vintage, como los que aparecen en el mapa interactivo para Latinoamérica que está gestionando la filial argentina del movimiento Fashion Revolution. También ganan terreno las propuestas que deconstruyen los productos textiles para cambiarles el significado y generar diseños nuevos o directamente materiales.
Recuperadores
“Estoy en esta aventura de replantearme nuevos conceptos”, expresa Victoria Cerón desde España, donde está cursando un máster en Codiseño de Moda y Sostenibilidad en la Escola d’Art i Superior de Disseny de Valencia. La diseñadora oriunda de Chile –que vivió un tiempo en Buenos Aires– es la fundadora de Telare, el proyecto con el que transforma ropa descartada en tiras de tela para tejer en telar. Materia prima a partir de la cual realiza piezas de arte y confecciona productos de indumentaria y calzado en fusión con otras firmas como Domingo, con la que creó mochilas y riñoneras en 2019, o la trasandina Quappe con la que recientemente lanzó una línea de sandalias.
Al rescate
Esa recuperación que hace Cerón puede ser considerada como otra expresión más del upcycling, el modo cada vez más expandido de rescatar prendas aprovechando el material ya existente y asignándole una nueva función para evitar que termine en un basurero. Técnica que se inscribe, además, entre los recursos empleados por marcas locales como Tramando y Somos Dacal, incluso por empresas de reconocimiento internacional como Marine Serre y Stella McCartney. Justamente esta última, liderada por la diseñadora homónima, fue una de las únicas representantes de la industria de la moda que en la pasada COP26 en Glasgow (Escocia) alertó también sobre el poco uso que se le da a la ropa antes de tirarla y los millones de dólares que eso implica.
Otra manera intermedia, entre lo artesanal y una fase industrial, es la que encontró Agustina Vilariño, diseñadora graduada de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UBA, al desarrollar “Quecha”. Se trata de una máquina desfibradora de textiles a partir de la cual tritura la tela proveniente de sábanas y toallas para generar vellón como materia prima que le permite fabricar hilo que se pueda teñir y ser utilizado para tejer al crochet, por ejemplo. Si bien Vilariño por el momento solo puede llevar a cabo el primer tramo de su proyecto, su propósito también es vincularse con personas idóneas para generar productos como pueden ser alfombras o trapos de limpieza.
A su vez, otro de los resultados es el del papel hecho en base a descartes de ropa producida en denim ( popularmente conocido como “jean”) otorgados por la firma Limay y trabajados posteriormente por el artista Julio Mroue del taller Confluencia.
Economía circular
También en el denim está incursionando Javier Toranzo en Córdoba. Con más de dieciséis años de experiencia en el sector, aprovecha los retazos de tela de la fábrica en la que trabaja para resignificarlos en nuevos diseños. Recycle and Denim es el nombre del proyecto con el que comenzó haciendo prendas (kimonos, por ejemplo) y muñecos de “jean” a partir de los cuales los chicos puedan asimilar el hábito del reciclado, para luego meterse de lleno en el desfibrado de los desperdicios de géneros planos que en su ámbito ascienden a alrededor de ocho toneladas por mes. “Veíamos que había que hacer algo”, señala Toranzo, quien durante el último año buscó vincularse con otros emprendedores y empresas que puedan estar interesados en ese material. Así se unió a Karikal para hacer paneles de revestimiento conformados con scrap (basura textil) y unidos por un componente aglutinante. Hasta ahora los ensayos realizados indican que el producto obtenido a partir de tela descartada es hidrófugo (impide el paso del agua), prácticamente ignífugo y dieléctrico (no conduce la electricidad).
A esas acciones llevadas a cabo para mitigar la producción indiscriminada de ropa, por ende el descarte y la contaminación que provocan la prendas de indumentaria y el calzado que son tirados a la basura, se la suele considerar en el marco más amplio de la llamada “moda circular”. Aunque, respecto de esto último, Pablo Galaz Esquivel, comunicador social chileno experto en sustentabilidad, explica que es tiempo de diferenciar y propone trascender ese concepto. Hablar ya no de moda circular sino de economía circular en la moda, al considerar que esta última es parte de un sistema de transacción de bienes, consumo y relaciones sociales en su conjunto. En ese sentido, además aclara que para que haya economía circular es condición sine qua non que exista trazabilidad desde el inicio del producto. Esto refiere a que tiene que haber un conocimiento del origen, la forma de pensar los bienes, hasta cómo serán reincorporados; de dónde vienen y adónde van a terminar. “¿A qué me refiero con esto? A que aparecen otros modelos de negocio como el intercambio, el arriendo y la reparación”, detalla. “Entonces, la economía circular parte desde la mesa de diseño, incluso antes de eso, los diseñadores reflexionan sobre qué quieren comunicar realmente, y esto tiene que ver con una experiencia, no es solo la fabricación de un producto, por eso también se habla de usar y no de comprar ropa”, concluye.