Residencia médica obligatoria para evitar una futura crisis de calidad
Estamos a tiempo de tomar medidas que permitan garantizar algo tan esencial como la confiabilidad de nuestros profesionales y la disponibilidad de especialistas con sólidos conocimientos
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En los últimos años, muchos médicos jóvenes están decidiendo no continuar su formación de posgrado en una residencia médica. En un segundo plano (no menos importante), está la decisión de quienes se inscriben en las residencias de no dedicarse a determinadas especialidades clínicas (denominadas críticas), entre ellas, pediatría y terapia intensiva. En el caso de los intensivistas ya se habla de “una especialidad en vías de extinción” (Irrazábal C. y Reina R. en “Medicina”-Buenos Aires-2023:83:858-860).
Son datos de un fenómeno impensable poco tiempo atrás, que está generando una profunda preocupación en quienes advertimos las posibles consecuencias en un futuro cercano en materia de calidad de la atención médica. Para que el lector perciba la gravedad de este escenario, nada más expresivo que una frase de las autoras citadas: “Un especialista calificado en terapia intensiva marca la diferencia entre la vida y la muerte”. Si el lector considera importante la formación de los médicos que los asistirán a él, sus hijos y nietos, seguramente este tema captará su atención.
La inmensa mayoría de los médicos que estamos involucrados en la docencia coincidimos en que la residencia médica es el mejor sistema formativo de posgrado para entrenar especialistas confiables. El gran problema es que los médicos en la Argentina no tienen la obligación de completar su formación en una residencia médica y, paralelamente, disponen de otros caminos para certificarse como especialistas.
El médico que egresa de la Facultad de Medicina en nuestro país tiene una formación (que debe ser mejorada), para ejercer como generalista en un contexto de atención primaria de la salud. No puede anunciarse como especialista, pero con su matrícula puede, en teoría, atender todo el espectro de enfermedades.
La pregunta que nos tenemos que hacer es: ¿por qué un subgrupo significativo de médicos recién recibidos decide no continuar su formación en una residencia médica? La respuesta no es tan complicada: la combinación de una muy baja remuneración y una agobiante exigencia laboral –que no siempre respeta las condiciones de un contexto formativo– son las principales causas de una decisión que condiciona el desarrollo profesional de esos médicos. Esta decisión de nuestros jóvenes colegas está enmarcada en una actitud generacional ante la vida (muy respetable), que genera lo que se ha denominado la “renuncia silenciosa”. Esos jóvenes no están dispuestos a inmolarse aceptando condiciones inaceptables de formación y trabajo médico que conspiren contra la calidad de vida que desean.
La normativa vigente define que el objetivo de la residencia médica es “complementar la formación integral del profesional ejercitándolo en el desempeño responsable, eficiente y ético de las disciplinas correspondientes mediante la adjudicación y ejecución personal supervisada de actos de progresiva complejidad y responsabilidad, bajo un régimen de actividad a tiempo completo con dedicación exclusiva y remunerada”.
La normativa es muy enfática: “Las residencias del equipo de salud configuran el mejor sistema de formación de especialistas en el posgrado, ofreciendo la posibilidad de profundizar en un área de conocimientos al tiempo que se realiza una práctica intensiva en escenarios de trabajo” (resolución ministerial 1993/2015). La contradicción es que, por un lado, el Estado define a la residencia como el mejor sistema de formación de posgrado, pero no establece su obligatoriedad y mantiene cuatro vías alternativas para lograr la certificación como especialista.
En nuestro país el primer antecedente de una residencia médica se remonta a 1944 en el Instituto de Semiología del Hospital de Clínicas a cargo del profesor doctor Tiburcio Padilla; el primer programa formal de residencias en el mundo se implantó en el Hospital Johns Hopkins –Baltimore, Estados Unidos– en 1889, bajo la dirección del insigne cirujano William Stewart Halsted.
Un aspecto fundamental es que las residencias médicas estén acreditadas, es decir que hayan sido sometidas a una rigurosa evaluación externa. No debería funcionar ninguna residencia sin la supervisión de las universidades –con sus carreras de especialistas articuladas con todas las residencias– y con la auditoría de las sociedades médicas científicas de cada especialidad.
Es interesante analizar los datos oficiales respecto de lo que está ocurriendo en cuanto a la elección de residencias, según el Observatorio Federal de Talento Humano en Salud (Ofethus), del Ministerio de Salud de la Nación (2023). Las especialidades en las que el número de postulantes fue inferior al cupo de vacantes disponibles fueron: Pediatría (841 cupos/491 postulantes); Clínica Médica (683/433); Medicina General y/o Medicina de Familia (479/180) y Terapia Intensiva (280/ 123). La cobertura de las especialidades priorizadas por el Consejo Federal de Salud (Cofesa) en las residencias con financiamiento nacional es de solo el 50,19%, según datos hasta enero de 2023.
El detalle del número de médicos postulantes y el número de los que finalmente rindieron el examen único de residencias en los últimos años es: 2019 (postulantes 6588/rindieron 6189); 2020 (7480/ 6654); 2021 (6239/ 5737) y 2022 (5954/5191). En 2023, uno de cada tres postulantes a cargos de residencia médica egresaron de universidades extranjeras (32,6%). (Fuente: Ofethus).
Si nos enfocamos en el dato de los médicos que rindieron el examen único de residencias en 2022 (5.191) y desagregamos los que procedían de universidades extranjeras (1095= 21,1%), observamos que 4096 médicos egresados de universidades argentinas rindieron el examen el año pasado. Inicialmente se habían postulado 4923 egresados de dichas universidades.
El número total de egresados de las facultades de Medicina argentinas (públicas y privadas) en 2021 fue de 6354 nuevos médicos. Esto significa que un 23% de egresados de nuestras universidades en 2021 no se postularon para el examen único de residencia de 2022 y un 36% no rindió dicho examen.
Los datos oficiales disponibles nos indican que en los últimos años, y teniendo en cuenta la fluctuación de las cifras, al menos un 30% de los médicos egresados de universidades de nuestro país no rinden el examen único para completar su formación en una residencia. Si esta cifra tiende a crecer, es muy preocupante desde la perspectiva de la calidad de formación de los médicos que cuidarán nuestra salud en un futuro cercano.
Ante a este escenario se impone mejorar significativamente las condiciones económicas y laborales de los residentes. Estas medidas deben ir en paralelo a la decisión de establecer la obligatoriedad de la residencia como único camino para ejercer como médico especialista Esto implica tener muy claro que la matrícula que tiene un médico en el momento de su egreso de la Facultad de Medicina le impide anunciarse y/o ejercer como especialista aun en centros donde haya especialistas. Solo puede ejercer como médico generalista. Estamos a tiempo de tomar medidas que permitan garantizar algo tan esencial como la confiabilidad de nuestros futuros médicos y la disponibilidad de médicos con sólida formación en las especialidades críticas.
Profesor consulto de la cátedra de Oftalmología de la Facultad de Medicina de la UBA (Hospital de Clínicas, UBA); doctor en Medicina (UBA)