Libros: la cultura rock tiene quien la escriba
Un reciente libro dedicado a David Bowie y otro a Lou Reed se suman a la larga lista de volúmenes sobre música, de Bob Dylan y Stevie Wonder a Pete Townshend y Janis Joplin, que poblaron recientemente las librerías argentinas
Ya casi transcurrió un cuarto de siglo desde que aquel 9 de enero de 1997 David Bowie festejó -con un día de atraso- en Nueva York, la ciudad que había adoptado como segunda patria, sus cincuenta años. El escenario fue nada menos que el Madison Square Garden, y Bowie, que se hallaba en un momento extraordinario -luego de reaccionar a su tibieza de los años ochenta primero abofeteándola con el hard rock elegante de Tin Machine y, más tarde, con dos obras maestras absolutamente disímiles-, aparecía rodeado de la crème de la música popular contemporánea, al menos de aquella que suele ejecutarse electrificada: Robert Smith, Billy Corgan, Dave Grohl, Frank Black, Sonic Youth y, desde luego -aunque el entusiasmo no se le notara demasiado-, su compinche Lou Reed. El gesto de reconocimiento era mutuo para con toda esa troupe, pero en el caso de Bowie además implicaba algo así como una declaración de principios: podía ser un ícono, podía prestarse a soplar las velitas delante de todo el mundo, pero su lugar no era el pasado sino, casi a regañadientes, el presente, y sobre todo el futuro.
Esa compulsión por situarse siempre un par de zancadas más allá es el núcleo central de Por qué escuchamos a David Bowie, volumen que integra una particular colección de la editorial Gourmet Musical, en la que un músico o una banda musical son abordados de manera personal por el autor del volumen. El libro dedicado a Bowie, escrito por el periodista y poeta Juan Rapacioli, reaviva el mito todavía fresco del hombre que eligió múltiples máscaras -empezando por el Bowie que reemplazó su apellido original: Jones- para desempeñarse y acaso ponerse a resguardo, y sin duda vuelve a situar el foco en el enigma de su muerte, esa última obra maestra que diseñó y ejecutó a la perfección lanzando un notable disco, Blackstar, el día de su cumpleaños número sesenta y nueve, es decir cuarenta y ocho horas antes de morir, como si homenajeara así la promesa tácita y fundacional del rock de negarse a llegar a viejo.
Así como Walter Lezcano -en un libro recién aparecido en la misma colección-disecciona a Lou Reed, desde la perspectiva del misterio, desestructurando la biografía para tomar desprevenidas a las estructuras del autor de Transformer, o Luis Sagasti y Edgardo Scott, en sus respectivos abordajes de Led Zeppelin y Stevie Wonder, parten de una iluminación temprana para entablar su diálogo en clave más o menos íntima, Rapacioli elige concentrarse en esa cualidad camaleónica y por cierto neurótica desde la que Bowie buscaba enterrarse a sí mismo a cada rato, mucho más sediento que aburrido. Alguien que para fascinar a los otros necesitaba primero sacudir la propia conciencia; y que frecuentemente lo hacía con urgencia, como cuando apenas un par de semanas después de la salida de Hunky Dory, el disco que lo consagró, ya estaba de nuevo en el estudio grabando las primeras tomas de Ziggy Stardust, que en muchos aspectos sería casi su negativo.
Si bien Gourmet Musical ha sido una de las editoriales más constantes -impulsada por la especificidad que indica su nombre- dentro del género, en el último lustro hemos asistido a una explosión sin igual de textos de raíz musical, y en especial de la cultura rock, que abarca tanto ensayos como biografías, autobiografías y experimentos varios. El sello catalán Malpaso resulta casi omnipresente, reflejo de un catálogo contundente que incluye, entre biografías y autobiografías, nada menos que a Pete Townshend (un autorretrato, el suyo, Who Am I: memorias, tan descarnado y salvaje como lo eran su música y su performance escénica), Paul Mc Cartney, Chrissie Hynde, Elvis Costello, Frank Zappa por duplicado, Morrissey y otros músicos estelares. Aunque el mayor hallazgo quizá sea el de haber encarado algo así como la obra completa de Bob Dylan (incluidas memorias y prosas poéticas), con la edición bilingüe de sus letras completas, de un peso literario abrumador, como la verdadera joya de la corona. Dylan, que en el medio ganó el Nobel, se niega a dejar esa obra cerrada. Al inmenso volumen le faltan ahora, claro está, las letras de sus últimas canciones: las de Rough and Rowdy Ways, el formidable disco que sacó en 2020 y que, a sus casi ochenta años, lo muestran poéticamente intacto.
Hay, de todas maneras, para todos los gustos: las librerías argentinas se han visto invadidas en los últimos dos o tres años por una nueva biografía de Janis Joplin, un nutrido libro de entrevistas y conversaciones con Leonard Cohen, memorias revisadas o por revisar de Elton John, Keith Richards, Brian Wilson (el líder de The Beach Boys) o el local Litto Nebbia.
A propósito de los libros, la relación de David Bowie con ellos ha sido bastante menos referida que la que estableció con el cine, el teatro o incluso la pintura, pero, como podría descontarse de alguien con su voracidad, fue asimismo prolífica, desde la lectura temprana de Nietzsche que marcaría sus primeras grandes obras a la entronización en la estética de George Orwell. Intentó adaptar 1984 como pieza teatral, pero la viuda del escritor británico lo rechazó no tan amablemente. Bowie no se amilanó, e hizo lo que había hecho y seguiría haciendo siempre: canibalizó algunos elementos, y en ellos basó su distópico album Diamond Dogs, para muchos uno de los picos de su carrera. Otro de los cruces de Bowie con la literatura tiene como coprotagonista al novelista Hanif Kureishi. El escritor inglés se había basado en el rockero para uno de los personajes de El buda de los suburbios, y muchos años más tarde lo invitaría a escribir la música para una serie de la BBC que la tomó de base. Aunque solo uno de los temas terminaría escuchándose en pantalla, el resultado fue un disco completo del mismo título de la novela, acaso la más oculta de todas las joyas de su producción.
Privilegiando los períodos más valiosos de la historia musical de Bowie -como el de la célebre trilogía berlinesa de fines de los años setenta-, el breve y agudo libro de Rapacioli permite acercarse con ludicez a una de las figuras emblemáticas de la música reciente. Alguien que como Dylan, Reed o Lennon parece haber trazado el mapa de la vida moderna en sus propios términos, que en ningún caso podrían ser reemplazados por -ni leídos con- los de los otros.
POR QUÉ ESCUCHAMOS A DAVID BOWIE
Por Juan Rapacioli
Gourmet musical. 94 págs./ $ 660
LETRAS COMPLETAS.
Por Bob Dylan
Malpaso. 1320 págs./$ 2848