Mujeres y ciencia. La pionera del ADN, reivindicada
Hoy se cumple el centenario del nacimiento de Rosalind Franklin, la investigadora que fue clave en los estudios que modificaron para siempre la biología, pero fue despojada de un reconocimiento en vida
¿Pieza clave y desdeñada en la historia de uno de los descubrimientos de la ciencia de la segunda posguerra mundial? ¿O una científica gruñona y algo limitada que no vio la importancia de las fotografías moleculares que tomó y que por eso tuvo que ser trascendida por quienes sí vieron la estructura en forma de doble hélice del ADN, los célebres y laureados científicos James Watson y Francis Crick?
A cien años de su nacimiento, que se cumplen hoy, la herencia del trabajo de Rosalind Elsie Franklin (1920-1958) aún está en disputa para la historia de la ciencia. Mientras durante mucho tiempo la visión que predominó fue la cristalizada sobre todo por James Watson, una creciente corriente busca darle hoy un lugar acorde a sus méritos.
Una parte de ese revisionismo que buscó valorarla en su justa medida fue Brenda Maddox en La dama oscura del ADN (2002; aparentemente, sin traducción al español). "Franklin se ha transformado en un ícono feminista, es la Sylvia Plath de la biología molecular, vista como un genio cuyos dones fueron sacrificados para la gloria de los machos", escribió Maddox en la revista Nature.
Antes de eso, su consagración o reivindicación post mortem, Rosalind había vencido la resistencia de su propio padre a que estudiara durante la Segunda Guerra Mundial en lugar de sumarse a los esfuerzos de la sociedad civil en la lucha contra Hitler. Luego de doctorada en Cambridge en ese mismo 1945 del final de la contienda, vivió cuatro años en París, donde se transformó en especialista en difracción de rayos X. A su regreso a Londres en 1951 comenzó a trabajar en el ADN. En particular, su campo era la realización de fotografías de rayos X; una de ellas, conocida como "foto 51" es la que usaron de inspiración los tres Nobel para proponer el modelo helicoidal finalmente triunfante.
El problema es que fue innoble el cómo. Maurice Wilkins -un científico que trabajaba puerta de por medio y con quien tenía fuertes disputas- sustrajo la foto de Franklin y se la mostró a Watson, que hizo "eureka". Tras eso, publicaron un trabajo el 25 de abril de 1953, que reúne en pocas páginas una información que modificó a la vez la biología y la sociedad para siempre. En ese paper, Franklin aparece perdida entre los agradecimientos. Hay investigadores que creen que la propia Franklin pudo haber llegado a la estructura por sí sola algunos meses después si no se le hubiera arrebatado esa foto de su cajón. Luego de ese hito, del que quedó marginada, se mudó al laboratorio de John Bernal -una institución en sí mismo- donde trabajó en el virus del mosaico del tabaco y en la polio, y en cierto modo se despidió del ADN. Falleció a los 37 años por un cáncer de ovarios, quizá en parte provocado por su trabajo sin protección con los rayos X. Vivió los pocos años que le quedaban bastante ajena a estas disputas.
Es famoso que a la hora de recibir el premio Nobel de 1962 por ese trabajo que Franklin protagonizó junto con Maurice Wilkins y la dupla Watson-Crick, la referencia a Franklin haya sido igual a cero. Se cuenta que Crick le preguntó a Wilkins si debía nombrarla; no, dijo Wilkins. Quienes se quedaron con la gloria del ADN apelaron a dos estrategias: por un lado, no nombrarla; y si lo hacían, hacerlo por lo general en términos de su conflictividad. Watson destaca que no se pintaba los labios, se vestía mal y "era innegable que tenía un buen cerebro. Solo con que lograse mantener sus emociones controladas, había grandes posibilidades de que fuera una verdadera ayuda". Lo hace en La doble hélice (escrito en 1968), en cuyo epílogo de años después tiene, no obstante, algunas palabras de disculpa. La llama "inmadura científica", que hubiera visto antes la doble hélice si se hubiera prestado más a la interacción con expertos, en Prohibido aburrirse (y aburrir, 2010). Watson no se privó de nada en su logorrea.
El propio Watson, hoy de 92 años, tuvo un recorrido posterior sinuoso que lo llevó a asesorar a la Casa Blanca sobre agentes biológicos para la guerra en Vietnam, y vio terminada su carrera cuando realizó declaraciones racistas, contra los homosexuales y contra las mujeres en ciencia, lo que de algún modo terminó de enmarcar su desprecio por Franklin.
En Científicas. Cocinan, limpian y ganan el premio Nobel(y nadie se entera) (2012), la argentina Valeria Edelsztein enumera la gran cantidad de investigadoras injustamente desdeñadas y apunta un rasgo en favor de la supuestamente conflictiva Franklin: "Contra toda lógica, Rosalind no se enojó al ver que Watson y Crick habían usado sus resultados sin mencionarla, sino que estaba contenta porque otros habían corroborado su modelo [?]. El resto ya lo conocemos. Es la historia de siempre: callaron, pero no otorgaron".
También en el Olimpo la ubica la italiana Rita Levi-Montalcini (ella misma genial científica y Nobel de Medicina de 1986) en Las pioneras. Las mujeres que cambiaron la sociedad y la ciencia desde la Antigüedad hasta nuestros días (2017) donde cuenta la historia de colegas como Caroline Herschel, Vera Rubin o la infaltable Marie Curie. "El propio Watson reconoció el hurto (de la fotografía 51), aunque relató aquel episodio casi como si se tratase de algo cómico. En su obra describe a Rosalind con tal desprecio que muchos miembros de la comunidad científica hicieron llegar sus críticas al autor por el tono que había empleado y por su falta de ética profesional", escribe Levi-Montalcini.
Otra obra en el mismo sentido reivindicativo fue la publicada en España por la doctora en química María Jesús Santesmases y el periodista científico Antonio Calvo Roy titulada simplemente Rosalind Franklin (2019). "Era una mujer moderna, amante de las montañas, inteligente y hábil con las manos. En apenas quince años de vida en los laboratorios publicó treinta y siete artículos de primera línea, considerados clásicos en su especialidad [?] capaz y brillante, dotada de un formidable tesón y de un extraordinario rigor intelectual, no se arredró en el difícil ambiente masculino de los laboratorios de los años cuarenta y cincuenta", escriben. Santesmases-Calvo Roy anotan que el Nobel de 1962 no fue el único en el que colaboró: también lo hizo con el Nobel de Aaron Klug de 1982 por sus investigaciones sobre las estructura de ácidos nucleicos y proteínas.
Esos tardíos reconocimientos ahora se multiplican. Desde 2004 una tradicional facultad de medicina de Chicago lleva su nombre; la actriz Nicole Kidman hizo de ella en la obra de teatro Photograph 51 y la revista Time la eligió como una de las cien mujeres más influyentes del siglo XX. Para su centenario, entre otras recordaciones, el King's College tenía preparada una celebración particular que pasó al 2021 por pandémicas razones. El homenaje en redes será con el hashtag #Franklin100e incluye algunas de las consecuencias de su trabajo, por ejemplo en la secuenciación de virus, virtualmente imposible sin los conocimientos de ADN. Sería justo entonces que su nombre se agregara en el ADN cuando se habla del descubrimiento de Watson y Crick y se pasara a la tríada Watson-Crick-Franklin. Pero habría que ver si a ella le hubiera gustado la compañía.
CIENTÍFICAS. COCINAN, LIMPIAN Y GANAN EL PREMIO NOBEL
Valeria Edelsztein
Siglo XXI
128 págs./$ 469
LAS PIONERAS
Rita Levi-Montalcini
Crítica
Trad.: Lara Cortés Fernández
128 págs./$ 810