Historia global. Una amplia manera de leer el pasado
La moderna corriente historiográfica que se centra en la conexión de grandes procesos generales vuelve a mostrar su actualidad en una flamante obra sobre América Latina y la Primera Guerra Mundial
El historiador alemán Stefan Rinke (Helmstedt, 1965), profesor de la Universidad Libre de Berlín, investigó el impacto de la Primera Guerra Mundial en América Latina -la región es su especialidad- desde el punto de vista de la novedosa "historia global". Su agenda en América Latina y la Primera Guerra Mundial es clásica. En primer lugar, las cuestiones internacionales y diplomáticas: el neutralismo inicial de todos los países latinoamericano y el ingreso de muchos de ellos a la contienda en 1917, siguiendo los pasos de Estados Unidos. Luego, el impacto económico, en países muy vinculados por el comercio y las inversiones con los países beligerantes: Gran Bretaña, Alemania, Estados Unidos.
Finalmente, según Rinke, esa guerra mundial instaló en la opinión de los latinoamericanos la idea del "fin del mundo", acompañada por otra igualmente rotunda: el advenimiento de "la hora de América". El primero refiere, más específicamente, a la "belle époque" europea y sus ideales, cosmopolitas y progresistas. El segundo al renovado ideal latinoamericanista, contrapuesto al "imperialismo yanqui".
Con estos y otros temas menores, el autor construye un relato instructivo y entretenido, quizás algo limitado por la falta de referencias más específicas de las singularidades nacionales, sin las cuales la visión global carece de sustento.
Una lectura más atenta descubre dos tesis, planteadas con un énfasis casi apostólico. La primera: afirmar que la Gran Guerra -y no la crisis de 1929- marcó un antes y un después en la historia de América Latina, algo más declarado que adecuadamente probado. La división tajante que hace resulta un poco forzada. En su opinión, cualquier novedad posterior a 1914 siempre fue "determinante", cuando en muchos casos hubiera sido mas prudente hablar de un acentuación de procesos anteriores. Por otro lado, le da crédito a los dichos de algunos contemporáneos -seleccionados arbitrariamente- que imaginan estar viviendo un gran giro del mundo. Son testimonios importantes para entender la conciencia de una época, pero no pueden ser considerados como evidencia fáctica concluyente.
Más chocante es su alegato sobre la "historia global", presentada como una suerte de panacea historiográfica. Esta corriente, instalada en la comunidad de historiadores desde hace un par de décadas, ha dado algunos frutos excelentes. Uno de ellos es la Historia de los Estados Unidos, de Thomas Bender, cuyo título original, "Una nación entre naciones", señala su intención polémica y pedagógica. Bender sigue un camino inverso al de Rinke. Interpela a a las historias nacionales, concebidas con el propósito de construir identidades y solidaridades, y en particular las estadounidenses, fuertemente autocentradas. Sostiene que los supuestos hechos originales de la historia estadounidense -los "padres peregrinos", la "democracia de la frontera" o su "destino imperial"- son en realidad parte de procesos generales o globales, que no pueden ignorarse si se quiere conocer la verdadera singularidad estadounidense.
Bender conoce bien la historia del mundo que se viene globalizando al menos desde el siglo XV, y ha pensado de manera original cómo engarzar en él la historia de su país. Para ello rescata la perspectiva global avant la lettre de algunos grandes historiadores norteamericanos del siglo XIX, como Henry Adams, olvidados en el siglo XX, cuando la nación se constituyó en el gran imperio mundial.
Uno de los aspectos de la globalización es la sensibilidad casi inmediata de las comunidades académicas nacionales a las novedades teóricas que tienen su epicentro en las universidades estadounidenses, cuya devoción por las "teorías de obsolescencia programada" señaló otro historiador, Benedict Anderson. La dependencia, la cuestión racial, los derechos humanos, la perspectiva de género son algunos de esos temas de recurrencia obligada, potenciados tanto por su carga moral como por su eficiencia en la competencia intraacadémica.
Cuando pase el "rush", la historia global dejará un sedimento importante, como decía el politólogo Gaetano Mosca de las oleadas democráticas que temía y admiraba. La historia global ya era una perspectiva obligada en cuestiones como la circulación del oro y la plata, el tráfico de esclavos, los movimientos migratorios, el movimiento de ideas o las pestes. La mayor novedad será, como lo ha mostrado Bender, la renovación de las historias de los distintos países, escritas desde la perspectiva de la construcción de su Estado y de su nación. La potenciación del interés por los contextos supranacionales será un excelente contrapeso del provincialismo y el nacionalismo que suele aquejarlas.
Quizá sirva también para valorar la modernidad de historiadores clásicos que, sin enarbolar banderas, pensaron en esos términos, desde Edward Gibbon, que en el siglo XVIII escribió su admirable Historia de la decadencia y caída del Imperio romano, hasta el francés Fernand Braudel, que en 1949 reconstruyó El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II.
Más cercanos a nosotros, dos historiadores argentinos han pensado en términos globales la historia de América Latina. Tulio Halperin Donghi, en su Historia de América Latina (1972), encontró un punto de equilibrio entre las historias nacionales y los problemas comunes de ese ramillete de estados. José Luis Romero, en Latinoamérica, las ciudades y las ideas (1976), desarrolló una mirada global del continente inserta en su estudio del mundo occidental, en torno de un eje: las ciudades. Si, como quiere Rinke, los historiadores latinoamericanos de hoy no son conscientes de la importancia de la historia global, no ha sido por falta de ejemplos.
HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS
Thomas Bender
Siglo XXI
Trad.: Alcira Bixio
382 págs./ $ 1250
AMÉRICA LATINA Y LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
Stefan Rinke
Fondo de Cultura Económica
Trad.: Marisol Palma Benke
337 págs./$1990