H. P. Lovecraft. Entre los viejos cuentos y los miedos de hoy
Una nueva edición de los relatos completos del maestro del terror cósmico y una historieta inspirada en su obra invitan a adentrarse en un antiguo mundo hostil por el que circulan paranoias y frustraciones de la más pura actualidad
Aunque su supervivencia literaria todavía es enigmática para los autores más sofisticados del último siglo, como si el nombre arrastrara un desajuste impune entre la calidad fluctuante de la obra y la multiplicación de la fama, para sus fieles lectores, en cambio, el hecho de que Howard Philips Lovecraft (Providence, 1890-1937) siga entre nosotros resulta inevitable.
Se trate de una nueva edición de sus cuentos completos, como la que acaba de publicar en la Argentina la editorial Del Fondo, o del estreno de una película con Nicolas Cage basada en "El color que cayó del cielo" (su relato preferido) o, incluso, de una serie como Lovecraft Country, producida por Jordan Peele y próxima a emitirse por HBO, la imaginación lovecraftiana avanza a través de los rincones peor traumatizados de la conciencia moderna. ¿Será el escritor y guionista de cómics Alan Moore, tal vez, el único que percibe que esto no se trata del éxito tardío de una "literatura menor" sino de un llamado urgente a recordar que, como escribió Lovecraft, "la vida es algo espantoso y desde el trasfondo de lo que conocemos de ella asoman indicios demoníacos que la vuelven a veces infinitamente más espantosa"? En principio, esa es la premisa de Neonomicón y Providence, dos excelentes historietas inspiradas en la literatura del estadounidense que también aterrizaron en castellano en las comiquerías argentinas.
Pero esta ubicuidad, sin embargo, podría tener otras explicaciones.
Nacido y criado en Providence, una ciudad de Rhode Island tan atrapada por lo que Jorge Luis Borges describió como "las pesadillas cósmicas de Lovecraft" como el estado de Maine lo está por las novelas de Stephen King, para entender lo que el creador del mito de Cthulhu aún desnuda entre nosotros, es necesario prestar atención a esa "mezcla de ciencia, historia, literatura general, literatura fantástica y basura juvenil" que, combinada bajo "la más completa falta de convencionalismo", el propio Lovecraft describió como el origen de su obra. Ahora bien, ¿no es esa misma mezcla promiscua lo que ahora llamaríamos "Internet"?
En ese caso, las ideas y las imágenes que se tejen en "El horror de Red Hook", "Herbert West: reanimador", "La llamada de Cthulhu" o "La sombra sobre Innsmouth", por mencionar un puñado de sus cuentos, nos enfrentan en un registro barroco a los mismos espectros de paranoia, confusión sexual, anhelo de inmortalidad, racismo y "abismos de nihilidad" que se proyectan sobre nuestra realidad en cualquier repaso por las noticias sobre los últimos crímenes de odio en Minneapolis, el origen del coronavirus o los variados desquicios a los que se arrastran las frustraciones de hombres y mujeres. Aun así, ni siquiera el marco de pandemia y muerte que hoy mismo envuelve al mundo es tanto una confirmación de que el "horror cósmico" que inventó Lovecraft realmente podría existir, sino de que, como señala en "El modelo de Pickman", lo único que salva al presente es que "su estupidez le impide cuestionar con sumo rigor el pasado".
Por supuesto, Lovecraft no siempre hizo de esta labor introspectiva el eje de su escritura, sobre todo porque la forma misma de la novela, el género en el que los escritores suelen pensarse a sí mismos, le resultaba inconducente y, sin duda, opuesto a sus urgencias económicas. En consecuencia, el cauce más sincero de sus fobias (en un abanico que va desde la repulsión al sexo y el racismo hasta la xenofobia y el antisemitismo) se restringió a la correspondencia privada con amigos y discípulos, quienes se ocuparían luego de sembrar la semilla que nunca dejaría de crecer.
Esto es lo que, en parte, tanto Lovecraft Country como Providence apuestan a volver a representar. Al fin y al cabo, ¿qué pasaría si, sin condescendencias ni moralismos, esos mismos pueblos lovecraftianos asediados a veces por "simios deformes y peludos" fueran recorridos ahora por un improbable protagonista negro perseguido por el Ku Klux Klan, o si aquellos callejones en los que nunca falta un hombre "excéntrico e inofensivo" con "manos enguantadas" se narraran por un periodista homosexual detrás de su gran novela americana?
La primera impresión es que, completado el salto sobre las convenciones de su época y sobre las neurosis privadas de Lovecraft, su poder literario sigue tan firme como nunca. Y lo que se desprende a partir de ahí es un temario que entre tentáculos, fantasmas y libros secretos, insiste en advertirnos tres cosas muy concretas. La primera es que lo que no se conoce, a veces, es mejor mantenerlo desconocido "para no rebasar por completo lo que el espíritu humano puede soportar"; la segunda es que los verdaderos dioses no están arriba de los altares, entre nubes y ángeles, sino debajo, en la oscuridad y el resentimiento; y la tercera es que a través de la letra escrita, como ocurre con el (no tan) imaginario Necronomicón, compuesto por "el árabe loco Abdul Alhazred" y fichado, según Lovecraft, en la biblioteca de la Universidad de Buenos Aires, puede codificarse la información existencial más devastadora.
Por lo tanto, entre los viejos cuentos y los actuales miedos, entre las páginas de papel y las inmediatas páginas virtuales, entre los tentáculos submarinos y los largos "hilos" de las redes sociales, para explicar por qué un escritor tan particular de principios del siglo XX permanece entre nosotros a comienzos del siglo XXI, tal vez sirva la ayuda borgeana para considerar que "solo son falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios", pero que el mundo hostil de Lovecraft y el nuestro, al final del día, sigue siendo exactamente el mismo. ¿Y no es esto más inquietante que lo que podemos aceptar?
Mientras la evidencia se acumula, en H. P. Lovecraft: contra el mundo, contra la vida, el francés Michel Houellebecq, uno de sus exégetas, escribe: "Toda gran pasión, ya se trate de amor o de odio, termina produciendo una obra auténtica. Ahí radica el secreto profundo del genio de Lovecraft, ahí nace el límpido manantial de su poesía: logró transformar su asco por la vida en una hostilidad activa".
PROVIDENCE (3 tomos)
Alan Moore y Jacen Burrows
Panini Cómics
Trad.: Gerardo Juárez
563 págs./ $ 3090
CUENTOS COMPLETOS (5 tomos)
H. P. Lovecraft
Del Fondo
Trad.: Cecilia Lozano
2546 págs./$4100