Convivir. El desafío de crear comunidad en un mundo dividido
Si algo pusieron de relieve la pandemia y la tan anunciada "nueva normalidad" son las dificultades para tejer lazos colectivos; desde la filosofía, algunas voces proponen ampliar la noción hasta ahora aceptada de lo común
Afirmar que 2020 fue un año que trastocó nuestras vidas es, a estas alturas, un lugar común. Si bien la noticia de la producción y distribución de vacunas en distintos países generó una sensación de alivio, la aparición de una nueva cepa y la nueva ola de contagios y muertes reavivaron en el mundo la incertidumbre en relación con el fin de esta situación anómala.
Mucho se ha hablado de la imperiosa necesidad de dar paso a una "nueva normalidad". Pero ¿si en lugar de apresurarnos a reparar nuestro modo de vida anterior a la pandemia aprovecháramos la contingencia para evaluar cómo estuvimos viviendo y cómo queremos y podemos vivir?
El 2020 fue también el año en el que en nuestro país se publicó un libro particularmente oportuno para pensar nuestro presente: Un mundo común, de la filósofa Marina Garcés (Barcelona, 1973). El hecho de que el libro haya sido escrito algunos años antes de que la pandemia asomara en el horizonte de la humanidad otorga a su diagnóstico del estado de las relaciones humanas y a su proyección de futuro un valor aún mayor. "El mundo global -afirma Garcés- [?] con sus amenazas permanentes (de guerra, de crisis, de enfermedades, de contaminaciones?) nos invita a protegernos, a asegurarnos, a aislarnos en la indiferencia hacia todo y en la distancia de unas comunicaciones inmateriales". En un mundo así, construir un "nosotros" más que un desafío parece ser una aspiración a lo imposible: "Vivimos el nosotros bajo el signo de la catástrofe. Por eso aumenta el deseo de inmunidad, de separación, el miedo al otro y al contagio. El miedo a ser tocados".
Uno de los desafíos que asume la autora es el de no incurrir en propuestas utópicas o idealistas. Vivir juntos es un problema. De lo que se trata, entonces, es de adentrarse en ese problema, de explorarlo, de percibirlo con toda su hondura y, sobre todo, de asumirlo, antes que de apresurarse a buscar una salida fácil que encubra las dificultades. En los términos usuales de estos días podríamos plantear que antes de buscar una "nueva normalidad", quizá sería conveniente analizar los problemas de esa supuesta "normalidad" perdida.
En su rastreo de antecedentes, la autora otorga especial importancia a la idea de contrato social, fundante de nuestra modernidad. Como es sabido, el contrato social se sustenta en el miedo. Es el temor al otro lo que hace que el individuo propietario (de su propia persona, de sus bienes, de su familia) acceda a ceder derechos a cambio de protección, de seguridad, de orden. En los orígenes mismos de nuestra sociedad se encuentran en germen dos componentes clave de la dificultad actual para construir un nosotros: el individualismo y el universalismo abstracto. El contrato no genera un nosotros sino que se limita a regular un espacio en el que cada individuo se relaciona con los demás y con el Estado: "El universalismo -sostiene Garcés- es la forma abstracta que toma el estar-juntos en la era del individuo".
Frente al universalismo abstracto, se desarrollaron -particularmente durante los siglos XIX y XX- intentos por dotar a la identidad y a la comunidad de contenidos concretos. En su libro Communitas, el filósofo italiano Roberto Esposito (Nápoles, 1950) -uno de los más citados por Garcés en su texto- sostiene que estas concepciones propias de los nacionalismos se apuntalan en el presupuesto de que una comunidad se construye en torno a algo común (un atributo, una cualidad, una esencia) que hace de sus miembros sujetos plenos. En palabras de Esposito: "Es común lo que une en una única identidad a la propiedad -étnica, territorial, espiritual- de cada uno de sus miembros. Ellos tienen en común lo que les es propio, son propietarios de lo que les es común".
Son evidentes las atrocidades que se han cometido en nombre de identidades fuertes, de comunidades que para afianzarse requieren de un otro al que enfrentarse. De ahí que hacia finales del siglo XX la filosofía política haya abundado en intentos por concebir la comunidad desde otras perspectivas. Garcés repasa algunos de los textos más relevantes en los que se ha intentado "vaciar" la noción de comunidad o, dicho de otro modo, construirla en una suerte de vacío, como Ser singular plural, de Jean-Luc Nancy; La comunidad inconfesable, de Maurice Blanchot; La comunidad que viene, de Giorgio Agamben y el ya mencionado Communitas, de Roberto Esposito. Pero, más allá de su inocultable proximidad con estos autores -así como con Gilles Deleuze o Jacques Derrida- Garcés va a recurrir a otro filósofo del siglo XX para sostener su propuesta de abogar por "un mundo común": Maurice Merleau-Ponty. Es él quien advierte que todo intento por construir lo común partiendo de la oposición entre identidad y alteridad está condenado al fracaso. Es necesario reducir esa tensión entre "yo y los demás", "nosotros y los otros", "adentro y afuera", "mío y ajeno". Para Merleau-Ponty, el error en estos planteos estriba en partir de conciencias o individuos separados a los que se coloca enfrentados entre sí para postular posteriormente su relación. Siguiendo al filósofo francés, Garcés va a sostener que "no se trata de explicar mi acceso al otro, sino nuestra coimplicación en un mundo común". Abrir la perspectiva de lo común no es preguntarnos cómo unirnos más, sino luchar contra lo que nos separa; ir contra el poder que se concentra en el individuo y que se aplica sobre él, para propiciar, en cambio, la liberación de la potencia de las singularidades. No son el miedo, la inmunidad o la autosuficiencia quienes podrían ponernos a salvo de peligros futuros o, menos, permitirnos vislumbrar un mundo mejor. Lo común se construye poniendo el cuerpo, saliendo de una cómoda situación de espectadores distantes, dejándonos afectar, aceptando la finitud, esa que nos muestra cuánto necesitamos de los demás.
Desde hace tiempo sabemos que vivimos en un mundo globalizado. Pero nunca como ahora, con la pandemia de Covid-19, experimentamos en tantos aspectos y con tanta contundencia que lo que sucede en un lugar del mundo puede afectarnos a todos. Por primera vez tomamos conciencia del hecho de que vivimos todos -no sólo los seres humanos, sino todas las especies que habitan el planeta- en un mismo y único mundo. Por ello, quizá sea el mejor momento para posicionarnos en la perspectiva que propone Marina Garcés. Dejar de pensarnos como individuos forzados a coexistir, para implicarnos en la construcción de un mundo común.
UN MUNDO COMÚN
Marina Garcés
Editorial Marea
232 págs.
$1090
NUEVA ILUSTRACIÓN RADICAL
Marina Garcés
Anagrama
80 págs.
$ 850