Ciencia ficción. Cuando el futuro es pura historia
El género de anticipación no solo imaginó catástrofes, como se recuerda en estos días, sino también tramas que son parte de la mejor literatura: aquí, un catálogo de clásicos que no hablan ni de contagios ni de pandemias
En 1955, cuando Juan Domingo Perón era derrocado, la revista local de ciencia ficción Más Allá llevaba dos años apareciendo, y seguiría por dos años más (48 números en total). Más importante aún, en las librerías aparecía Crónicas marcianas, el primer título de Minotauro, con un prólogo de Jorge Luis Borges, y traducción de Francisco Abelenda (seudónimo del director, Francisco "Paco" Porrúa). Ahora, en 2020, muy poco antes de la pandemia, el mismo título, con el mismo prólogo (más otro del propio Bradbury) volvió a ver la luz en Buenos Aires como primer título de una resurrección del sello Minotauro, hoy español, en su ciudad de origen. Podría decirse que hace tiempo que la ciencia ficción viene haciéndoles compañía a los lectores, aunque ahora parezca más cercana que nunca.
Los dos títulos siguientes de Minotauro, La casa infernal, de Richard Matheson (versión de La maldición de Hill House, de Shirley Jackson, más sexo y violencia), y Fahrenheit 451 (otra vez Bradbury), en descripción gráfica de los editores, "quedaron encuarentenados de momento en las librerías". Cuando las cosas se normalicen (frase tan escurridiza en estos tiempos) seguirán: Ubik y ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick, Mercaderes del espacio, de Frederick Pohl, y Soy leyenda, de Matheson.
Como se ve, una serie de clásicos que siguen bien vivos. Tal vez la lectura de estos libros ineludibles de ciencia ficción sea una de las salvaciones lectoras del momento, contra la amenaza del aburrimiento y el mero despiste existencial. Conviene esquivar los títulos distópicos (1984 de Orwell, y seguidores) y sobre virus o epidemias, salvo Soy leyenda, donde el virus es un dato menor, y hasta la palabra "vampiros" pasa a segundo plano ante la tensión entre el "normal" y el "diferente", cuando el argumento cambia de signo.
En el caso de Dick, conviene agregar al lote alguna de sus primeras novelas, como Ojo en el cielo, llena de mundos individuales donde los autos de un cosmos religioso no funcionan con nafta, sino con ruegos de rodillas.
Clifford Simak escribió Ciudad, un conjunto asombroso de cuentos unidos en forma de novela (como en Bradbury) donde el hombre delega poco a poco el planeta en sus perros, algunos de ellos inolvidables. O Estación de tránsito, una novela asombrosa por la naturalidad y empatía con que despliega el contacto entre hombres y alienígenas. También en esos años Alfred Bester publicó sus libros barrocos y experimentales. El hombre demolido es a medias una novela policial (incluida una "bala de agua"), pero crece cuando describe minuciosamente la deconstrucción social y psicológica de la personalidad del asesino.
El casi liliputiense Fredric Brown desplegó por su parte un talento gigante en el género policial y la ciencia ficción. Uno de sus mejores libros es el desopilante Universo de locos. Una buena selección de sus cuentos es Paradoja perdida, que reunió su viuda y que son una garantía de diversión.
En Inglaterra, entretanto, J. G. Ballard fue publicando por aquellos mismos años, los cincuenta y los sesenta del siglo pasado, libros como El mundo de cristal, minuciosa metamorfosis de un entorno y sus seres. O escribía La sequía o cuentos devastadores como los de Playa terminal. Más tarde, elaboró en Crash una mezcla hipnótica, casi tóxica de erotismo y accidentes de auto. Con un estilo donde la poesía se aunaba a la lucidez y que parece -con algunos de los desastres ecológicos que narra- cada vez más cercanos a la realidad.
En los años setenta, la ciencia ficción se desarrolló hasta creer que podía competir, al fin, con la literatura a secas. En esas décadas florecieron, entre otras, las novelas de Christopher Priest: en La afirmación elabora una idea formal vanguardista, con la solidez de un narrador clásico. En El último día de la guerra unía a Winston Churchill con dos mellizos, uno piloto de bombarderos, el otro pacifista, que intercambiaban sus papeles y a veces sus mujeres. En El glamour (homenaje esquinado a H. G. Wells y su "hombre invisible") describía como nadie los misterios del amor y la pareja. También llega a experiencias extremas cuando se zambulle en la violencia y las matanzas múltiples.
En años más cercanos, se destaca Hyperion, de Dan Simmons, que resucita elementos claves del género, como los tiempos y los espacios monumentales. Y sobre todo Criptonomicon, de Neal Stephenson, un constructor de grandes "arcos" narrativos, que se suman a la vez entre sí. Aquí son tres libros de alrededor de 500 páginas, o se prefiere uno solo más imponente, que atrapan y entretienen tanto o más que la serie de Archivos X.
En los años 2000, podría creerse que la imaginación literaria tenía mucho para perder, pero en realidad, con la sutileza típica de lo mejor del género, sencillamente muchos autores se limitaron a disolverse en toda clase de aguas, alejados de cohetes y planetas. Un ejemplo es Jonathan Lethem, impulsor tenaz de Philip K. Dick, ensayista constante y gran novelista. Conviene no perderse Cuando Alice se subió a la mesa, deliciosa mezcla de aceleradores de partículas, amor y erotismo. Y sobre todo Chronic City, memorable visión fantástica de una Nueva York apenas futurista.
Entre los que toman el género con total seriedad y capacidad de renovación hoy está el lacónico Ted Chiang, apenas conocido en la Argentina, con cuentos que renuevan temas clásicos, sencillamente porque suelen ser mejores que todos los ejemplos anteriores. Están recopilados en el imperdible La historia de tu vida. Como cierre de la lista (que se puede usar para llenarla con tantos títulos que no están como los que sí figuran) podría recomendarse los clásicos de Theodore Sturgeon (Más que humano, Los cristales soñadores) y Cordwainer Smith (El juego de la rata y el dragón).
En nuestro propio campo de producción hay dos ejemplos notables. Uno es El eternauta, ejemplo genial de lucha y extrañeza urbana (los "gurbos", los "manos") o vida cotidiana (los integrantes barriales de una mesa de truco). El otro, más reciente, El año del desierto, novela de Pedro Mairal. Allí una mujer espera a su novio en uno de esos caos sociales que golpean regularmente a la Argentina. El novio nunca llega y de modo natural, imparable, la realidad, en solo un año, retrocede a la prehistoria.
LA SEQUÍA
J. G. Ballard
Fiordo
Trad.: L. Domenech
270 págs./ $ 750
CRÓNICAS MARCIANAS
Ray Bradbury
Minotauro
Trad.: F. Abelenda
352 págs./ $ 800