Reseña: Taj Mahal, de Deborah Eisenberg
Hay que admitir que alguna que otra cosa, en el universo de la literatura, cambia de vez en cuando para bien. Un cuento, por ejemplo, es una estructura cada vez menos rígida, menos autodefinida, menos signada por reglas. Las clasificaciones son a lo sumo un punto de partida para la lectura, pero jamás representan lo que el texto, en última instancia solo idéntico a sí mismo, termina siendo.
Desde esa perspectiva ampliada, saludablemente híbrida, habría que pensar una narrativa –y en verdad toda literatura– como la de la norteamericana Deborah Eisenberg (Winnetka, Illinois, 1945), una singular autora reverenciada en su país, o más precisamente en el epicentro de la intelligentsia literaria como es Nueva York.
Se trata de seis relatos extensos, cuya construcción de sentido parece moverse en pliegues, como si trabajara en diversos planos, con diversos intereses jugándose en paralelo, superponiéndose. Persiste en algunos una cierta idea de desarrollo, pero lo que se impone es la sensación de que un hecho nunca es una isla, sino una constelación. El otro aspecto a subrayar es la constante interrogación de Eisenberg sobre las posibilidades –es decir: las limitaciones– del lenguaje, lo que valdría extenderla al acto mismo de narrar.
Sin embargo, lo que en sus relatos casi nunca elige alinearse o convertirse en una suerte de progresión en general termina estancándose, produciendo una indudable saturación, así como la sospecha de que en ocasiones el misterioso núcleo de sus historias es un espacio vacío. Así, "Taj Mahal", el cuento que da título al libro diluye su prometedor punto de partida –la reunión de un grupo de actores veteranos a propósito de un escabroso libro de memorias– en la deriva de un sinfín de pequeños episodios que solo logran amontonarse; "Tu pato es mi pato", la particular experiencia de una artista en casa de una excéntrica pareja, se pierde en una acumulación de episodios bizarros o apenas ingenuos; "La capacidad de combinar" o "Tachar y seguir", desde la lucidez de su autora para describir vínculos complejos, podrían haber sido conmovedores, de no ser por la arbitrariedad y artificialidad con que casi todo irrumpe, o se dice, o se recuerda. Aunque carezca de brújula, y por momentos resulte incómoda, la de Eisenberg en Taj Mahal es, contra todo, una literatura con la que vale la pena sentarse a discutir.
TAJ MAHAL
Deborah Eisenberg
Chai
Trad.: Federico Falco
231 páginas
$ 850