Reseñas: Las lealtades, de Delphine de Vigan
Un enigma con varias perspectivas
Hay escritores que poseen la inteligencia o el buen gusto de frustrar expectativas. Eligen un camino, y mientras este se desarrolla identifican sus potenciales manipulaciones y efectismos y los hacen a un lado. Acaso sea esa la mayor virtud de la francesa Delphine de Vigan (Boulogne, 1966) en su última novela, Las lealtades, una historia plagada de posibles facilismos que la autora sabe desechar con metódica rigurosidad.
Pese a su brevedad, la historia se cuenta desde cuatro perspectivas distintas, o en verdad habría que decir que son cuatro historias que se entrelazan, porque cada una va ganando espacio desde su punto de partida. Ese núcleo inicial es Théo, un chico de doce años retraído, de padres separados, que para la mayoría resulta invisible, o a lo sumo un incómodo acertijo. Luego está Hélène, una maestra que se preocupa por él y ve lo que los demás no saben ver, sin duda porque su propia infancia le da letra. Mathis, el mejor amigo de Théo –el único–, es otro chico solitario que se deja arrastrar por aquel a situaciones algo ingenuas pero progresivamente peligrosas. La madre de este último, Cécile, intuye parte de la realidad pero apenas puede con lo suyo, en particular desde que descubre un costado secreto de su esposo que lo ha convertido en un absoluto extraño.
Es justamente ese el concepto central sobre el que trabaja De Vigan: el otro como enigma. Y a partir de allí, cómo se construyen fidelidades y pertenencias que en ocasiones se asientan en muy poco, o en el peor de los casos en apenas una necesidad. Casi todo en Las lealtades es misterio, presunción, búsqueda; es decir, los infinitos y a veces fatales espacios en blanco que construye el silencio.
De Vigan no estigmatiza a sus personajes; solo lo parece al comienzo, hasta que la suma de eslabones, de pequeñas puertas semiabiertas, ofrece otros flancos a sus retratos. Con todo, la concisión de estilo y la mesura con que aborda a sus personajes –el punto de vista de ambos chicos está narrado, por ejemplo, no casualmente en tercera persona– también se traduce por momentos en cierta pobreza. Pese a la clara intención de De Vigan de evitar cualquier golpe bajo, lo paradójico es que esa misma economía la obliga, como si temiera que cualquier artificio desvirtuara el carácter testimonial de su relato, a poner con frecuencia blanco sobre negro, cuando lo que trata de decirnos es que el mundo está hecho de grises.
LAS LEALTADES
Por Delphine de Vigan
AnagramaTrad.: Javier Albiñana200 páginas $ 650