Reseñas: Hotel Insomnio, de Charles Simic
Un poeta en guerra contra el cliché
No basta el hecho de haber pasado la infancia en un país en guerra (Yugoslavia), bajo la ocupación de una potencia extranjera (Alemania), en una ciudad (Belgrado) que por las noches podía recibir la bendición del cielo en forma de bombas, para convertirse años después en un poeta cuyos versos abonan un desencanto burlón, una imaginación rigurosamente disparatada o la certeza de que la muerte viaja siempre a nuestro lado, aunque por ello no haya motivos de preocupación. No debería tratarse de eso, pero en parte fue lo que moldeó el carácter del poeta norteamericano Charles Simic (Belgrado, 1938), lo mismo que el desenlace posterior de la Segunda Guerra Mundial: es decir, una vida de pobre entre pobres, bajo un nuevo régimen político (el comunismo) que iba a decidir a su familia a exiliarse en Estados Unidos.
De aquellos años de infancia, Simic guarda, sin embargo, el recuerdo singular de un objeto que en los años cuarenta (y seguiría siendo así por varias décadas) formaba parte de la vida cotidiana de las personas. “AL PRINCIPIO FUE… LA RADIO. ESTÁ EN UNA MESITA, JUNTO A LA CAMA. Se pueden ver los nombres de las emisoras en el dial iluminado”, escribe en su libro de memorias, Una mosca en la sopa. Y agrega: “Las noches de mi infancia las pasé en compañía de esa radio. Creo que la tentación de encenderla es la culpable del insomnio que padezco desde tiempo inmemorial”. Tentación, noche, insomnio forman la tabla de elementos del universo de Simic, formas incompletas que el poeta arrastra hacia la vigilia para poner en duda la estrechez de lo real, la vida rasa, y hacer evidente aquello que habita más allá de las narices.
De su vasta producción, se conoce ahora en castellano, traducido por la poeta María Negroni, Hotel Insomnio, volumen publicado en inglés en 1992. ¿Y qué es este libro sino un condensado de cada una de las invariables que pone en juego el poeta, desde sus primeras publicaciones de fines de los años sesenta hasta las más recientes? Entre aquellas constantes puede señalarse la suspensión de lo sublime. O su derrota. La ironía, que nunca se queda atrás. Simic siempre lleva las cosas lo más lejos posible, y logra que el poema experimente la sensación de grandeza en la miseria. Otro tanto ocurre con la imagen, compacta y compleja, arriesgada y precisa, como para poder reemplazar lo que muchas veces se confía al énfasis retórico. Y acaso en eso consiste lo que llamamos estilo, ciertas repeticiones de una estructura sobre la que puedan montarse las más diversas variaciones.
En Simic hay algo de lo que el teórico Henri Meschonnic reclamaba en general a la poesía: “Una guerra contra el cliché”. El poeta lleva adelante esa batalla con un persistente desafío a la convención. No sólo en términos de moral, sino, sobre todo, en extremar la conciencia de que el arte de escribir versos se encuentra siempre amenazado por el museo, y de esto Simic huye como de la peste. Sin hacer trampa, el poeta se vale de ciertos recursos del oficio, como hacer progresar la idea del poema mediante pequeños latigazos verbales y sucesiones de sentido que van encadenándose hasta alcanzar una forma que excede la simple acumulación. Así logra al final una única imagen que cumple lo que había sido anunciado al comienzo. “Pensar con claridad”, “Local en alquiler”, “Adivina enjaulada”, “Mi pelea con el infinito”, representan una buena muestra.
Hotel Insomnio es un libro noir –en un sentido libre del término– en tanto pueden ser oscuros un ángel y un profeta bíblico, o un ángel y un cerdo; o también una noche en la que no se puede dormir, y el estado desvelado se convierte en una casa de empeños donde una máquina que adivina la fortuna ilumina nuestro camino hacia no sabemos dónde. En caso de saberlo descubriríamos que es el sendero “de la monja que da morfina a los moribundos, / La monja negra, en suaves pantuflas de piel”.
HOTEL INSOMNIO
Charles Simic
Zindo &Gafuri
Trad.: María Negroni
141 págs., $ 250