Reseñas: Estanque, de Claire-Louise Bennett
En líneas generales una narración suele ser homologable a la idea de un río. Más allá de sus meandros, más allá de sus recodos, más allá de la sinuosidad de su recorrido, de sus afluentes y bifurcaciones: fluye, avanza, desemboca. En cambio en Estanque, primer libro de la inglesa Claire-Louise Bennett, la prosa pareciera no dejarse llevar por un cauce sino, más bien, acumularse contenida dentro de los límites del libro. Y es esa característica, justamente, la que lo vuelve un ejemplar tan atípico y singular.
Con una extensión que puede oscilar entre las decenas de páginas y unas pocas líneas, las veinte piezas que componen el libro incluyen anotaciones breves, relatos y entradas de diario escritos por una mujer inglesa que vive sola en una cabaña en la costa oeste de Irlanda. La escritura de Bennett es minuciosa y ligera a la vez, aguda y sensitiva. Y con ella va dándoles puntadas a sus miniaturas, bordándolas sobre un mismo fondo blanco, aisladas pero ligadas entre sí porque comparten la misma tela, el mismo pulso, los mismos hilos y la misma aguja.
Combinando revelaciones de entrecasa y un humor algo chiflado, a lo largo de las páginas va desplegando una fenomenología del hogar rural, una hidrografía doméstica que puede detenerse en los desperfectos de una vieja cocina a gas, en la descripción de una tormenta, en el encuentro con un extraño, la interacción con los animales y los pocos vecinos que la rodean, pasando por alguna cita ocasional (“pocas veces adquiero entusiasmo por el sexo opuesto salvo cuando estoy borracha,” se descubre pensando una mañana mientras vacía las cenizas de la chimenea) o el intento por determinar cuál es el momento oportuno y cuándo ya es demasiado tarde para desayunar porridge, esa tradicional preparación inglesa a base de avena cocina. “Si se escuchó hablar a un vecino o ya se doblaron las toallas el día está muy avanzado y el porridge, a esa altura, se sentirá vertical y opresivo, como un alimento del inframundo.”
Una y otra vez la narradora hace referencia a un libro que está leyendo. Un libro sobre “una mujer que es la última persona sobre la Tierra”. La protagonista de Estanque, por su parte, está lejos de habitar semejante escenario posapocalíptico; por el contrario, vive muy a gusto retirada en un ámbito bucólico en un poblado pequeño y la soledad en su caso pareciera ser una elección deliberada más que una fatalidad.
De alguna forma, entonces, esa última mujer sobre la Tierra funciona como puesta en abismo sobre la que se recorta su propia soledad, mucho menos dramática y terminal. Pero en última instancia, el libro de Bennett es también –y sobre todo– un libro sobre la soledad. Sobre ese estadio de la reclusión en el cual la percepción se enrarece, en la que objetos y pensamientos, animales y fenómenos de la naturaleza, rituales y mañas son más importantes que las personas con las que ocasionalmente interactúa.
Por afinidad literaria, por su heterodoxia, Estanque podría sumarse a una serie de títulos anglosajones publicados por el sello Eterna Cadencia en los últimos años: los de Lydia Davis (No puedo ni quiero) y Stephen Dixon (Interestatal, Calles y otros relatos, Ventanas y otros relatos), que se desmarcan abiertamente de la narrativa estadounidense de la gran novela americana. Pero a diferencia de Davis y Dixon, la de Bennett es una apuesta editorial más osada, porque si bien tuvo una entusiasta recepción crítica en su lengua, se trata del primer libro de una autora joven, difícil de resumir en pocas líneas y de encasillar genéricamente.
Ni novela ni libro de relatos, en Estanque el lector puede encontrarse con una escritura viva que cobra forma al verse contenida entre los límites de los fragmentos, entre la tapa y la contratapa del libro. Un espacio que alberga un ecosistema, un microcosmos, un mundo. Y, sobre todo, una forma de entender la literatura.
ESTANQUE
Claire-Louise Bennett
Eterna Cadencia
Trad.: Laura Wittner
156 páginas
$ 299