Reseñas. El que mueve las piezas, de Ariel Magnus
Entre el diario ajeno y la ficción
La última novela de Ariel Magnus (Buenos Aires, 1975) tiene su inicio con el hallazgo de los diarios íntimos de Heinz Magnus, su abuelo. Comenzados en Hamburgo en 1935 y continuados durante dos décadas, esos escritos contienen reflexiones filosóficas, poemas, recortes y fichas de lectura, que registran su exilio a la Argentina huyendo del nazismo. En ellos, se revela que su deseo era ser escritor, pero la persecución que sufrió en Alemania y, luego, las condiciones materiales de su vida en Buenos Aires se lo impidieron. Con un doble valor, literario y documental (o triple, si se agrega el afectivo), estos diarios constituyen “el libro que siempre quiso y nunca pudo escribir”. La lectura y subsiguiente traducción del alemán, siguiendo las pistas que proponen y asumiendo los interrogantes que plantean, llevaron a Magnus a continuar el movimiento de escritura iniciado por su abuelo.
Situada alrededor del torneo mundial de ajedrez que tuvo lugar en Buenos Aires en 1939, en medio del cual estalló la Segunda Guerra Mundial, en El que mueve las piezas se superponen diferentes planos de representación. Como el autor advierte en las primeras páginas, se trata de una obra de ficción, pero muchos de sus personajes provienen de la realidad, “incluida la realidad ficticia de la literatura”. Es el caso de Heinz Magnus y Sonja Graf, excéntrica ajedrecista que participó del torneo y ocupa un lugar central en la novela, así como de Jorge Luis Borges, Macedonio Fernández o Ezequiel Martínez Estrada, cuyas “apariciones estelares”, al servicio de la imaginación narrativa de Magnus, conducen a episodios desopilantes.
La ficción literaria también funge de materia prima para la operación imaginaria. Es así como Mirko Czentovic, personaje que en La novela de ajedrez, de Stefan Zweig (ídolo literario del abuelo Magnus), toma un buque desde Nueva York hacia Buenos Aires para competir en el mundial de ajedrez, coincide con el resto de los personajes en el mismo escenario: una Buenos Aires de época cuidadosamente reconstruida, en la que es posible pasear por la tienda Harrods, ir a ver boxeo al Luna Park o emborracharse en el café Rex de la calle Corrientes.
Además de pasajes de los diarios de Heinz Magnus y de libros de Sonja Graf, una profusión de citas de la prensa de la época, anuncios y publicidades sirven como material de archivo para documentar la ficción, a la vez que ocupan, igual que el diario del abuelo, el lugar de objetos encontrados que el autor interviene. Un signo de exclamación en el lugar adecuado puede bastar para alterar la lectura de un párrafo entero. En otros momentos las citas son fagocitadas por la narración, que las incorpora al discurso de los personajes en forma de diálogos o pensamientos, en el intento de arrastrar lo adventicio al territorio de lo plausible. Es así que Martínez Estrada, en la novela, habla con palabras escritas por Martínez Estrada.
En el Torneo de las Naciones que se juega en el teatro Politeama parece dirimirse el destino mundial. Llevando la alegoría bélica del ajedrez hasta sus últimas consecuencias, la situación europea en los albores de la guerra es leída en términos ajedrecísticos. Y, como si la relación simbólica fuera reversible, los personajes buscan torcer el desenlace del torneo, que enfrenta a Alemania con Polonia, como una forma de incidir sobre el escenario internacional.
¿Son las piezas las que compelen al jugador a realizar un movimiento ya contenido en la disposición del tablero, como sugiere Martínez Estrada? ¿O existe una voluntad anterior al que juega, como propone Borges en un poema alusivo? Trasladando estas preguntas a la escritura, es posible imaginar que El que mueve las piezas responde, a su modo, a una voluntad previa, y no hace otra cosa que realizar el mandato oculto, contenido en los diarios del abuelo del autor, de escribir una novela, o más bien de continuarla
EL QUE MUEVE LAS PIEZAS. Ariel Magnus, Tusquets. 280 págs., $ 339