Reseñas: El museo vacío, de Álvaro Fernández Bravo
El patrimonio cultural y la identidad
Sabemos que ver es siempre dejar de ver otra cosa. Que recolectar es también desechar. Que la construcción de una identidad vinculada a un Estado-nación se sostiene en el relato de la posesión de un patrimonio cultural. El museo vacío, del crítico Álvaro Fernández Bravo, podría ser descripto como una reflexión alrededor de las consecuencias de estas premisas y los modos de “construir nación” en América Latina, muy especialmente en Brasil y la Argentina.
Ése es, contra todo, sólo uno de los efectos del libro. A partir del análisis de cómo se constituyeron los museos de ciencias naturales, las colecciones etnográficas, se presentaron los relatos de viaje y capturas fotográficas, el autor da sustento a esas hipótesis y va al mismo tiempo más allá: muestra cómo esas narrativas construyen la distinción entre lo humano y lo no humano, entre la naturaleza y la mera cosa, entre una temporalidad remota y otra condensada en el progreso. El recorrido erudito del autor se ubica más allá de cualquier simplificación, evitando siempre descansar en las dicotomías para privilegiar la hibridez.
El argumento central de Fernández Bravo –investigador del Conicet y autor, entre otros volúmenes, de La escena y la pantalla (2013) y Literatura y frontera (1999)– es que las narrativas de identidad se constituyen a partir de colecciones destinadas a delinear el patrimonio cultural, a través de la imposición, al engarzar las “cosas” según una cronología, del valor artístico o histórico-político. ¿Ejemplos? Los dioramas de los museos de ciencias decimonónicos, pero también los relatos de Guillermo Enrique Hudson (el autor de La tierra purpúrea), la colección de cabezas indígenas de Estanislao Zeballos o las secuencias fotográficas del alemán Roberto Lehmann-Nitsche. También el trabajo en la Argentina del antropólogo suizo Alfred Métraux –incluyendo su iluminador intercambio con la escritora María Rosa Oliver–, la insistencia del naturalista brasileño Euclides da Cunha en comprender el Amazonas, las participaciones latinoamericanas en las distintas exposiciones universales, los congresos científicos del Centenario y las clasificaciones fáunicas de Hermann Burmeister.
Construir el legado indígena en el marco de procesos de sacralización del progreso implica, por cierto, desplegar narrativas que puedan legitimar un supuesto avance hacia lo mejor. La temporalidad arcaica e impura que se le adjudica al mundo indígena no es simplemente un modo de construir al otro como posible sujeto sino que lo pone además en tensión con la modernidad.
Fernández Bravo recurre a un amplio pero preciso arco de lecturas para sostener su argumento: Giorgio Agamben, Aby Warburg, Georges Bataille, Roberto Esposito, Michel Foucault, Terry Eagleton y Georges Didi- Huberman le permiten indagar el modo en que la constitución de la distancia entre el observador y su objeto implica establecer una comunidad necesaria para la gobernabilidad. Se trata de la “administración de la vida como recurso humano”. Si, como insiste Fernández Bravo,“el proceso de homogeneización nacional debió acudir a una materia exótica y primitiva”, es porque la lógica del museo se instituyó como laboratorio de la subjetividad. La búsqueda del patrimonio cultural genuino, en lo que se considera remoto –una raza, una lengua, una animalidad–, define aquí una suerte de paradoja capaz de abrir la discusión más allá de los clichés.
Una de las riquezas del argumento de El museo vacío reside en la sutil primera persona que recorre cada una de las páginas. Aun cuando el tono sea académico y transparente a la vez, las referencias al presente del trabajo del intelectual y a los modos de armar y cuestionar la identidad atraviesan las páginas sin subrayados innecesarios. En ese modo de dejar traslucir el presente, El museo vacío deja de ser meramente histórico para volverse también político.
EL MUSEO VACÍO
Álvaro Fernández Bravo
Eudeba
308 págs., $ 449