Reseña: Vera Baxter, de Marguerite Duras
E
l teatro es el paroxismo de la representación. Desprovisto su lenguaje de los recursos y las distancias técnicas, incluso al leerlo en silencio y con los apuntes a los que obliga el autor, impone un doble y constante movimiento de ruptura y retorno a la vida. Hace decir, dice y exhibe las coyunturas. Imita y declara su imitación, como un ventrílocuo perfecto. Por eso, en estas tres obras reunidas de la francesa Marguerite Duras (1914-1996): Vera Baxter, El square y Aguas y bosques, su teatro, poco conocido en español, luce como una entrada ideal –mucho más fiel y accesible que el cine que también produjo– a su obra narrativa, una obra con títulos como El amante, que puede encontrarse en cualquier biblioteca. Y a la vez permite releer la escritura y ficción de Duras desde otra perspectiva.
En El square, por ejemplo, hay un hombre y una mujer que, enseguida se aclara, “no llaman para nada la atención”. Algo similar ocurre con los personajes secundarios de Vera Baxter. Es que un objeto de escritura de Duras es el contrapunto entre regla y excepción. Los hombres y mujeres (pero sobre todo los hombres) sin fe ni pasión que integran el arcilloso sedimento de la historia, en diálogo con los personajes (pero sobre todo mujeres) donde habita la fricción del deseo.
En el estilo teatral de Duras impera el sentido, al estar dotado tanto de tensión narrativa como de profundidad musical; los silencios, blancos, pausas y cortes están dispuestos de manera que siempre parecen llegar un poco temprano o un poco tarde. Así, el sentido se vuelve una materia inestable que contagia a los personajes. Una muchacha dice “mi estado no es un estado que pueda durar”. Un estilo y un sentido, en definitiva, tan bellos como frágiles y renovados, precisos, pero afirmados en una zona de derrumbe.
También estas tres obras, que cubren un arco de casi cuarenta años en su producción –El square es de 1944; Vera Baxter, de la década de 1980–, presentan una de las insistencias de Duras: la diferencia de género, el malentendido de los sexos, ya establecidos en el lugar de discurso privilegiado que llega hasta nuestros días. Hombres sin causa –en El square, uno se pregunta: “Yo todos los días quiero estar limpio, alimentado y además quiero dormir, y también quiero estar vestido decentemente. Entonces, ¿cómo tendría tiempo de querer más?”– que a lo sumo comercian y subsisten por un dinero siempre servil y algo idiota, y mujeres con ya mucho más que un cuarto propio; mujeres, como Vera Baxter, al borde del colapso, pero también de la verdad y la conquista.
Marguerite Duras es la gran escritora del deseo del siglo XX. ¿Pero qué es el deseo? O mejor, ¿qué es el deseo en los textos de Duras? Otra vez: teatro, representación, o como prefería Joyce, drama. Un desdoblamiento de la vida. Un drama no necesariamente trágico, pero tampoco enajenado o absurdo. El deseo en la escritora francesa es una imaginación que acecha a los personajes, un camino que llevaría hacia algún lugar donde anida menos la felicidad que el espejo donde podrían reconocerse. Y sin embargo, parecería que la autora intuye que ese espejo no se encuentra en ningún otro lugar que en un escenario teatral, en unas pocas escenas o cuadros. Por eso son clave en todo momento el apagón, la luz, los detalles, los bastidores.
En la tradición de un realismo íntimo y chejoviano, las tres obras reunidas en este volumen arman involuntariamente una sola obra en tres actos, una sola novela en tres capítulos, donde la guionista de la famosa Hiroshima mon amour despliega la maravilla de su lengua, esa influencia que todavía se lee, que todavía afecta y transforma la subjetividad –la representación– de la mujer y por lo tanto de la época misma, de la subjetividad en sí.
VERA BAXTER Por Marguerite Duras. El Cuenco de Plata
Trad.: S. Mattoni 192 páginas
$ 270