Reseña. Una ofrenda musical, de Luis Sagasti
Las Variaciones Goldberg, Las mil y una noches, Sgt. Pepper’s, las pinturas de arena de los indígenas navajos y la música planetaria que imaginó Kepler no parecen tener, en principio, mucho en común. Pero si algo caracteriza Una ofrenda musical, de Luis Sagasti (Bahía Blanca, 1963), es la manera insospechada con la que logra hilvanar materiales heterogéneos de acuerdo a una lógica propia. Retomando procedimientos que había explorado en Bellas Artes y que, más cerca de la novela, continuó en Maelstrom, el autor se vale de una combinatoria personal para yuxtaponer datos aparentemente inconexos que pasan a componer las piezas de un móvil que transita entre la ficción y el ensayo, con resultados poéticos.
El libro empieza cuando el conde de Keyserling le encomienda a Bach una composición para remediar su insomnio. El resultado es un aria con treinta variaciones que serán conocidas por el nombre de su primer ejecutante, Johann Gottlieb Goldberg. Como quien dibuja constelaciones, con la premisa de que “el orden Ecósmico es un orden musical”, Sagasti traza las líneas que unen a Bach con Glenn Gould (uno de sus más granados intérpretes), y a este con los Beatles. Las narraciones de Sherezade para mantener en vilo al sultán en Las mil y una noches aparecen el reverso de la ensoñación que inducen las Variaciones sobre el conde. El canto de la madre que mece en brazos a su bebé –la economía de notas que se repiten, el ritmo dictado por su suave balanceo– se impone como figura primigenia del vínculo entre música y sueño en la primera sección, titulada “Lullaby” (canción de cuna).
Después de zambullirse en la ficción con un relato en el que imagina un órgano de dimensiones descomunales concebido por el delirio de un barón del siglo XVIII, un capítulo titulado “Guerras” entrelaza historias en las que la música tiene como escenario el horror bélico y sus periferias, como la del compositor francés Oliver Messiaen, quien escribe y estrena su célebre Cuarteto para el fin de los tiempos en un campo de concentración en 1941. Aquí también, como en el resto del libro, Sagasti imagina derivas, derroteros posibles para sus personajes. Los datos de la realidad se vuelven, así, semillas de ficción sobre las cuales se lanza a narrar.
El libro avanza a través del encadenamiento de pequeños motivos temáticos, personajes, anécdotas y recuerdos, sobre los que ensaya variaciones y dibuja discretos contrapuntos. De este modo, la escritura termina por incorporar algunos de los procedimientos musicales a los que se refiere. No es en su carácter fragmentario sino en su circularidad que el libro acaba por configurarse, para descubrir, en el final, un modo de recomenzar, constatando que “de un círculo solo se sale antes de dar el primer paso”.
UNA OFRENDA MUSICAL. Luis Sagasti, Eterna Cadencia,128 págs., $299