Reseña: Turno noche, de Edgardo Cozarinsky
Hay una propiedad en la narrativa de Edgardo Cozarinsky (Buenos Aires, 1939) sobre la que se machaca con la monotonía de un estribillo: su carácter cosmopolita. Pocos autores como él –que a las décadas vividas en París le suma la experiencia móvil del cineasta– pueden situar con tanta naturalidad, se dice, una historia verosímil ya sea en Odessa o en Camboya. Ese talento suele demorar una segunda percepción: que pocos transitan con idéntica desenvoltura esa rara entelequia, hecha de latitudes y personajes diversos (la triple frontera, un Rimbaud de los valles calchaquíes), que llamamos lo argentino.
Turno noche es un buen ejemplo de eso. Con su estructura tripartita, condensa sin estridencias más de una época y geografía, subrayando los puntos de contacto entre los protagonistas, a la vez que deja ver la parte oculta del iceberg que los separa. La novela gira alrededor de una pasión que hace eco a los tangos que se citan, pero eso es apenas el núcleo. La primera parte cuenta la adolescencia en Misiones de una hija de ucraniano y libanesa, Lucía, que termina por bajar a la capital. Se la reencuentra en la segunda sección, donde el eje es un periodista mayor que convive con ella por poco tiempo. Mucho después, convencido de haber estado enamorado –él, tan poco dado a ese estado–, cree descubrir su rastro en una noticia de un diario. La tercera punta de este triángulo, menos amoroso que intrageneracional, es un colega más joven con vocación literaria que, ya fallecido el periodista, reconoce en un recital, con bastante más edad, a aquella veinteañera a la que había visto una sola vez, “la novela vivida” de su viejo amigo.
Turno noche va y viene de manera deliberadamente desdibujada por los años, con algunas alusiones claras a los años ochenta. Solo al final se puede deducir la línea de tiempo del periodista veterano que, se informa, murió octogenario a fines del siglo pasado (parece haber un mínimo desacople si se piensa que había sido chico tras la Segunda Guerra Mundial).
Los detalles argumentales son, de todas maneras, el imán alrededor del que la novela va adhiriendo esos saberes y descripciones casi periodísticos, siempre únicos, que conforman cualquier vida: de la virgen negra de Czestochowa a la Alaska (la zona prostibularia) de una ciudad patagónica, de las referencias a Eduardo Holmberg al viaje final al Iberá, Cozarinsky da forma a una trama –nunca más exacta la palabra– hecha de toda clase de pequeñas memorias.
Turno noche
Por Edgardo Cozarinsky
Tusquets. 140 páginas. $ 1050