Reseña: Tres inviernos en París, de Marta Minujín
Una artista adelantada, en sus diarios
"Yo solo quería producir arte, era como una religión", escribe Marta Minujín en el prólogo de Tres inviernos en París, que reúne sus diarios de juventud, escritos entre 1961 y 1964. Un conjunto de páginas rescatadas del olvido que registran tres inviernos consecutivos de la artista en París, ciudad a la que llega con tan solo 18 años tras haber ganado una beca (y tras haberse casado en secreto para lograr la emancipación familiar con quien sería el gran amor de su vida, Bebe).
Tanto en el prólogo como en el epílogo quien habla es la Minujín de la actualidad, una artista de 75 años consagrada, cuya obra forma parte de las colecciones del MoMA y el Guggenheim de Nueva York, del Pompidou de París, del Tate Modern en Londres y el Reina Sofía de Madrid, por nombrar solo algunos. Todavía vigente en la escena internacional, el año último una obra suya se destacó en Documenta14 en Kassel, Alemania: su Partenón de libros prohibidos, esta vez con títulos censurados en la historia de la humanidad.
El prólogo está fechado en mayo de 2018, mientras que el pie de imprenta informa que el libro fue impreso en abril de este año; como un lapsus, esta desprolijidad rinde cuenta de una característica de Minujín, quien ya como artista en ciernes mostraba una ansiedad desaforada y vivía adelantada a su tiempo. Es interesante leer a la Minujín de 2018 referirse a la joven que llegó a París en 1961 siendo apenas una promesa en la escena argentina: son la misma persona pero las separa toda una vida.
"Era como una religión", escribe. La metáfora no suena caprichosa ni elegida al voleo. Al contrario, subraya el tono que signa las páginas del diario. En la historia de Minujín el arte no es una elección, una preferencia, si no que irrumpe con la fuerza de la vocación religiosa, de un llamado atronador. "Esta maldita vocación tan fuerte que es imposible torcer, esconder, matar; pide, exige, demanda siempre y me lleva para donde quiere", escribe. Y el relato de cuando se estropea la vista por manipular pintura para autos en su taller –que era la misma pequeña habitación en la que dormía– pide ser leída como martirio, como sacrificio en el altar del dios Arte.
Cómo conseguir una habitación y después un taller; trabar amistades y hacer contactos ("Todos son contactos, desde entrar en un salón hasta comprar pintura más barata"), visitar incansablemente museos y galerías, frecuentar vernissages y cafés de moda, pero sobre todo pasarse días y días encerrada en el taller, dándole forma a objetos, esculturas totémicas, obras con colchones, mientras afuera la temperatura cae bajo cero: así van pasando las semanas.
"Me hizo sentir ganas de superarme, de llegar a dar algo realmente trascendente," escribe. La ciudad y la extranjería la estimulan y desafían constantemente; haberse quedado en Buenos Aires hubiera sido cavarse una tumba de mediocridad. Minujín nunca intenta esconderse bajo los ropajes de la falsa modestia: "Veo mucho en mí, y sé que algún día voy a asombrar al mundo", escribe. "De los treinta argentinos en la exhibición, fui la más admirada" y también: "Nadie a los diecinueve años logra cosas en París como yo lo he hecho." El ego refulge a sus anchas pero sin imposturas.
Al leer autobiografías, diarios, correspondencias y biografías de artistas y escritores somos testigos del deseo de realizarse; una descomunal energía individual, tracción cuatro por cuatro, que se sobrepone a cualquier obstáculo. En la lucha por su realización el artista es artífice de su destino. Una mezcla de megalomanía y obstinación los motoriza. Nadie se vuelve artista de renombre sin querer, sin buscarlo, sin haberlo deseado intensamente. Al crepitar de ese fuego asistimos al leer los diarios de Minujín.
Tres inviernos en París
Por Marta Minujín
Reservoir Books190 páginas $ 349