Reseña: Siempre empuja todo, de Salvador Biedma
"Todo el lugar estaba cambiado y, a la vez, seguía igual. Encontrarse con algo y recordarlo distinto o idéntico le generaba la misma extrañeza", escribe el narrador de Siempre empuja todo, novela corta de Salvador Biedma (Buenos Aires, 1979). El protagonista está de regreso en el balneario al que solía ir con su mujer y su hijo treinta, cuarenta años atrás. En el presente del relato su esposa está muerta y su hijo lleva una vida próspera y ajetreada en un país extranjero. Con él habían planeado el viaje al balneario, pero a último momento el joven canceló su visita.
Rubén decide viajar de todas formas y pasa los días escribiendo en el cuarto, deambulando solitario por las calles que separan la playa del hospedaje, interactuando con personajes locales: la dueña del hotelito, un par de lugareños que hacen gala de una hospitalidad inquietante y una adolescente que de a poco lo irá cautivando. No es un anciano Rubén, pero sufre los achaques de su edad, que parecen potenciarse al estar de regreso en un lugar significativo de su vida. Buena parte de la novela se juega en el modo de narrar la decadencia de un cuerpo y, sobre todo, de una mente. "La cabeza era un hormiguero. Cada vez más difícil separar claramente lo que sucedió de lo que tendría que guardarse en otras zonas," se dice, cuando la percepción del protagonista empieza a enturbiarse y queda claro que ya no habrá vuelta atrás.
Inscribiéndose en una tradición reconocible de la literatura argentina (resuenan, entre otros, personajes del Andrés Rivera tardío), Siempre empuja todo se revela como una aplomada y precisa novela crepuscular.
Siempre empuja todo
Por Salvador Biedma
Eterna Cadencia. 96 páginas $ 299