Reseña: Querido Nicolás, de Pablo Pérez
¿Una novela epistolar en el siglo XXI? Sí, aunque ambientada poco antes de la invención de los mails y de las redes sociales y protagonizada por un joven aspirante a escritor. Ideada como “precuela” de Un año sin amor (de 1998), Querido Nicolás encuentra a su protagonista, Pablo Pérez, en Europa, más precisamente en París y Madrid, donde intenta vivir la vida de un poeta del siglo XX, “sin papeles” y con poco dinero. Ayudado por amigos y amantes ocasionales, así como también rechazado con vehemencia por novios y patrones, Pablo sobrevive con algunos trabajos durante tres años a inicios de la década de 1990. Las penurias padecidas en el Viejo Mundo no lo desalientan tanto como para regresar a la Argentina, cuyas condiciones de vida, a él y a muchos otros, no le permitían vivir dignamente.
Pablo le escribe a su amigo sentidas cartas en las que, una vez despejadas la nostalgia y las emociones que la distancia provoca, se da rienda suelta al pulso narrativo. Después del encabezamiento afectivo de rigor (casi siempre “Querido Nicolás”), cuenta enredadas aventuras amorosas, problemas del emigrado pobre y situaciones laborales penosas (como las que, quizás, hubiera padecido aquí) sin que el tono zumbón del relato decaiga nunca. Desde Madrid, ciudad que detesta y donde trabaja en un bar, se explaya sobre sus desafortunadas visitas a sitios de concurrencia gay: “En este sentido me viene bien el nuevo trabajo, no salir a esos lugares horripilantes a encontrarme con simios españoles. Ahora entiendo a la Argentina. ¡Con semejante Madre Patria!”.
La odisea del poeta –Pérez era integrante, junto con Nicolás Gelormini, Rafael Cippolini, Alejandro Méndez y otros jóvenes de ayer de la “Academia Medrano”– deriva en una serie de episodios que rinden tributo a la novela picaresca, el folletín homoerótico y la crónica de viajes. Consciente de su papel, germina en él un proyecto estético: “Ya ves, país extranjero, hombre solitario, hostal, en fin, todo lo que te cuento. Me veo convirtiéndome en un estereotipo de escritor”.
Situada en el inicio de un nuevo período de exilio local (los años noventa expulsaron del país a muchas personas), Querido Nicolás atraviesa otro umbral: el de vivir como paciente de VIH. A mediados de la correspondencia, Pablo le informa a su amigo que está infectado. Es optimista: “Se puede vivir hasta los ochenta y morir de viejo siendo seropositivo. Así que la cuestión de morirse casi no cuenta. Pero se trata de un estado diferente de la vida”. A partir de ese momento, la historia asume un cariz oracular, de misticismo sensual, y la comedia ligera del joven porteño en París desborda el marco narrativo y crece.