Reseña: Pinceladas musicales, de César Aira
Un pintor que no pinta: la obra sin fin de César Aira
En un tiempo lejano, cuando Aira tenía el pelo largo y enrulado y podía sentar a sus dos hijos en las rodillas, confesó en la revista Babel lo mucho que lo había impresionado una frase de Fernando Pessoa: "La mayor tragedia de mi vida: haber leído The Pickwick Papers. Porque ya no volveré a tener la experiencia de leerlo por primera vez". Las novelas de César Aira son de algún modo una estrategia para desactivar este maleficio, porque con ellas ocurre justamente lo contrario, uno tiene la sensación de estar leyéndolas siempre por primera vez.
En Pinceladas musicales, el aedo de Flores narra, al mismo tiempo que encanta, y reúne a ese hechizado coro de niños mudos en que termina convertida su audiencia alrededor del "había una vez", las palabras mágicas que pueden escucharse aunque no estén escritas. El protagonista es un pintor de Pringles, el único, porque en aquel pueblo todo es único. Pringles es el paraíso perdido de Aira, su infancia toda, de una pieza. Y también un trampolín a la parodia, pero a una parodia domesticada, casi tierna; un oxímoron, si se quiere. Claro que esto no implica ninguna turbulencia en su universo, porque los significados opuestos capaces de originar nuevos sentidos no son allí una excepción sino la regla. Todo lo que sucede en Pringles está imantado de extrañezas y sus habitantes pueden toparse sin demasiado trajinar con "un éxtasis de luz", "una experiencia inexplicable", o "un coro fortísimo de píos". Se trata de un lugar mítico en el que "el hombre más llano, accesible y sin secretos termina siendo el más misterioso".
El pintor de Pringles, por supuesto, no pinta. Ni las paredes del salón de actos del Palacio Municipal que le encargaron, ni ninguna otra cosa. Es un procrastinador, como la mayoría de los artistas que nunca llegan a serlo. En su colorido abanico de biografías de seres improductivos –algunos de ellos genios, éste no es el caso– el autor parece querer decirnos que lo que más le interesa de la práctica de un arte son sus impedimentos. El arte, por lo tanto, podría definirse como una carrera de obstáculos, una guerra fría entre el hacer y el no hacer.
El lenguaje de Aira es de una claridad que encandila. Un castellano que pareciera haber descubierto como nadar el Leteo río arriba y recuperar palabras que habían caído en el olvido de vivos y muertos. Esto no significa que sea un castellano vintage, sino uno rejuvenecido, depurado de todo cliché. En Pinceladas musicales las ocasiones para el diálogo son raras, porque el pintor sin pinceles es proclive al anacoretismo, ese pariente no tan lejano de la locura. En la soledad de su pequeño pabellón de paneles móviles, emplazado en un bosque a orillas del Pillahuincó, recibe la visita del fantasma de su mujer, de un enano de las tinieblas y de un linyera filósofo que, como todos los linyeras de Aira, parecen descender directamente de Diógenes, aunque más pudorosos y menos cínicos.
Si las acciones, o las acciones del pensamiento, son más frecuentes que las descripciones, éstas últimas no resultan anodinas, sino que funcionan como el contrapeso de aquellas. En otras palabras, a las paradojas, a las teorías más o menos ilógicas y a las preguntas existenciales –¿quién es uno realmente cuando ejerce un arte?– que por su candor despiertan una sonrisa, se opone la belleza sorpresiva y seria de un lirismo cargado de botánica, cielos tormentosos y trinos, que equilibra los tantos.
Como suele suceder en los pueblos, y en las novelas de Aira, en Pinceladas musicales ocurre mucho y no ocurre nada. Todo depende de la perspectiva que se adopte. Se trata de un juego de encastres en el que conviven plagios, superposiciones y un bombardeo, en este caso literal –la Revolución Libertadora– que deja el bosque en ruinas. Pero la naturaleza aún rota, incompleta e inconclusa, tiene su encanto. Y en esto, según Aira, se asemeja a las obras de arte. Porque ya sea la Facultad de Ingeniería descabezada del arquitecto Prins, un dibujo a mano alzada, o, por qué no, esta misma novela, la obra de arte sin terminar siempre será más seductora que la que ostente un fin.
Pinceladas musicales
Por César Aira
Blatt&Ríos. 132 páginas. $ 470