Reseña: Mona, de Pola Oloixarac
Una feria de vanidades y frustraciones
Visto de muy cerca, todo universo se convierte fácilmente en un absurdo o en su propia parodia. Acaso el del arte como ningún otro, y dentro de él el literario, con su constelación variopinta de personajes. También con su tensión entre lo introspectivo y cotidiano, y ese mundo exterior al que los escritores de vez en cuando deben asomar la nariz –unos con reticencia, otros encantados– y en el que muchas veces parecen habitar una dimensión paralela, hecha para ellos y sus fantasmas.
Pola Oloixarac (Buenos Aires, 1977) elige adentrarse en Mona, su tercera novela, en ese cosmos particular y endogámico situando a una pequeña comparsa de escritores en un espacio paradisíaco: un resort frente al mar, en algún lugar perdido de Suecia.
Las circunstancias son excepcionales, y escenifican con elocuencia las hipocresías, mezquindades y demás mieles del gueto: un codiciadísimo premio ("el galardón literario más importante de Europa y uno de los más prestigiosos del mundo", se advierte, como si el planeta tuviese infinitos premios en infinitos continentes) al que la protagonista, la peruana Mona Tarrile-Byrne, acude como una de las candidatas a ganarlo. Los nominados llegan desde todas partes del mundo, y el misterio deberá revelarse al término de una serie de jornadas que promueven el intercambio intelectual, pero también amistoso, entre los autores a través de conferencias, charlas y otras actividades menos programáticas. Lo que muy pronto se advierte es que a la mayoría le interesa poco y nada lo que se dice y, en cambio, todos se arrastran detrás de una o dos zanahorias: la exorbitante suma del premio y el escarceo sexual. Este último parece contener a menudo una violencia latente, y ahí reside una de las claves de Mona.
Oloixarac sobrevuela, de la mano de su protagonista, a una serie de personajes que no llegan a ser –con alguna excepción– más que gestos vacíos, exabruptos emocionales o intelectuales. En ese sentido, son llamativas las transiciones abruptas de Mona respecto de algunos de esos personajes: de la remisión inicial y la desidia pasan a interesarle o conmoverla sin que el lector pueda rastrear elementos mínimamente consistentes para acompañar ese salto.
Tal vez el mayor problema de Mona sea el efecto mimético que se genera entre la vacuidad más bien artificial de esa feria de vanidades y frustraciones, y la construcción de sentido de la novela toda. Esa superficialidad podría alimentar el sesgo humorístico del texto, que aquí es solo un tamiz, o más específicamente funcionar como despliegue de lo irónico. Pero la ironía es un arte para el que muy pocos en la Argentina –Borges desde ya– parecen estar moldeados, por mucho que la escuela inglesa haya enamorado a generaciones enteras y unos cuantos se hayan proclamado sus hijos dilectos.
Por otra parte, pese a la potencialidad de la escritura y la relación intensa que mantiene con los aspectos polisémicos del lenguaje, hay una fragilidad estructural en Mona que la perseverancia de un par de hilos conductores no logra disimular. El "entumecimiento" afectivo de la joven escritora peruana, extremado por el alcohol y las pastillas, es una suerte de deriva que no parece llevar a ninguna parte, por más que el carácter ficcional de su derrotero prometa –quiérase o no– que en algún momento alguien hará un pase y materializará uno o dos conejos. Eso, por cierto, es lo que termina sucediendo: un final que busca justificar tardíamente todo el resto, a caballo de un par de pinceladas o coartadas previas, donde lo prodigioso irrumpe sin que ninguna magia, conjuro o vislumbre alcance para justificarlo.
Mona, Pola Oloixarac, Random House, 157 páginas, $ 449