Reseña: Locos de Dios, de Santiago Kovadloff
Los profetas y un desvelo por la justicia lleno de actualidad
Emplear un oxímoron quizá no sea la manera más adecuada de iniciar el comentario de un libro, pero hay obras que la justifican e incluso promueven. Aplicaremos este procedimiento retórico al último libro de Santiago Kovadloff, Locos de Dios, porque está constituido por una sucesión de estallidos silenciosos, y una contenida violencia de lenguaje que nos comprometen y se interrogan sin cesar sobre la trascendencia de lo expresado.
¿Quiénes son los llamados locos de Dios? Son los profetas judíos que hace dos mil setecientos años fueron los primeros en exponer "las dramáticas relaciones entre el poder político y la justicia social, tan actuales y extendidas en todo Occidente y fuera de él".
Pero en rigor, tal como nos explica Kovadloff, no se trata meramente de judíos que se dirigen a otros judíos, sino más bien de judíos que hablan a no judíos, probablemente sin saberlo, aunque su mensaje moral se distingue, sobre todo, por su tácita universalidad. Es fácil detectarlo en las páginas de la Biblia judía (vulgarmente conocida, en las ediciones de confesiones cristianas, como Antiguo Testamento), a través de la severa condena, por parte de los profetas, del Poder a menudo injusto y alejado de Dios.
Veamos cómo, en los distintos capítulos del libro, que señalan también los cambios de época que se suceden, el discurso profético se fortalece y actualiza, llegando a adquirir una modernidad que está lejos de resultarnos extraña. Por el contrario, resuena entre nosotros con inquietante contemporaneidad. En todo el texto, vale la pena advertirlo, Kovadloff habla de la voz del Profeta como la del conjunto de profetas que hablaron e inscribieron su mensaje en la historia. Es decir: en esa voz única están encerradas todas las voces que hoy nos siguen hablando.
Uno de los apartados del libro que tiene mayor interés, y que tal vez merezca una consideración más amplia, es el de la relación del pensamiento profético con la obra fundadora de los presocráticos griegos. La filosofía en Grecia, de cuño racionalista, se niega a aceptar la exaltación de profetas y poetas. Así lo expresa Platón: "El poeta es incapaz de crear hasta que se endiosa y enajena, hasta perder por completo la razón. Al hombre razonable le es del todo imposible poetizar y cantar oráculos". Sin embargo -observa Kovadloff-, en los clásicos libros de Platón se tropieza muy pronto con la lograda expresión poética y una inocultable destreza verbal. El filósofo parecería permitirse lo que prohíbe a los demás.
En la comparación de rabinos y profetas, son estos últimos los que llevan la delantera. En lo que respecta al rabinato, su papel en los más de 2500 años de diáspora ha sido bastante conservador, reservándose para el discurso profético el perfil de utopía y justicia social.
La segunda mitad de la obra liga el profetismo con personajes históricos no judíos (o "judíos en transición", como podría decirse de Saulo de Tarso, el futuro san Pablo), pero que por las lecciones de vida que nos han dejado, o el desgarrado pensamiento que nos han transmitido, merecen figurar en esta nómina. Allí encontraremos a Sócrates, a Jesucristo (ya en los albores del cristianismo), al personaje de El Bufón shakespeariano, a Maquiavelo (que parece el reverso del profeta pero no lo es), y a dos hombres de nuestro siglo: Camus y Mandela.
Conozco desde hace muchos años la obra de Kovadloff, y en una escena literaria poco preocupada por lo que significa un libro bien escrito, o la belleza y precisión de una prosa, o un tono de lenguaje mantenido hasta el final, Santiago constituye una excepción: cuida cómo se escribe, no solamente qué se escribe.
No alcanza, sin embargo, con decir que es un libro bien escrito, ni tampoco que cumple acabadamente con la condición transparente y a la vez polisémica del mejor ensayo actual. Es filosofía, es literatura y es historia. Atraviesa y comparte sin temor una teología judía progresista, si tal cosa existe. Y los no judíos podremos leer este libro con el mismo provecho y placer que los judíos, porque -no olvidarlo- somos seres humanos y habitamos el mismo planeta.
Locos de Dios
Por Santiago Kovadloff
Emecé178 páginas$ 259