Reseña: Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara
La figura de la cautiva forma parte del mundo de Gabriela Cabezón Cámara, escritora que, hasta ahora, ha releído ese mito fundacional de la literatura argentina desde dos perspectivas. En Beya (2011) escribió sobre la violencia de los cuerpos. Como en el clásico viaje del héroe, la protagonista atraviesa un doloroso camino hasta lograr su liberación. Enraizado formalmente en la literatura gauchesca (es un poema de versos en su mayoría octosílabos), las referencias del libro aluden en gran parte a la producción literaria argentina del siglo XIX.
De ese mismo núcleo emerge Las aventuras de la China Iron: la protagonista se desprende de “La ida” de El gaucho Martín Fierro y adquiere vida propia, embarcada en una aventura que la lleva desde la penosa existencia de la estancia hasta una comunidad utópica tierra adentro.
En el poema de José Hernández, la china no tiene nombre. En la novela de Cabezón Cámara se llama China (con mayúscula), Josephine Star Iron o Tararira, nombre que se da a sí misma tras la decisión de cambiar radicalmente de vida. Por la ley de levas se han llevado a Fierro, junto con todos los hombres de la estancia, y una alegre sensación de libertad impulsa a la China, a sus catorce años, a abandonar a los dos hijos que ha tenido con el gaucho. Los deja al cuidado de un matrimonio de ancianos y se sube a la carreta de Elizabeth, una inglesa colorada, culta, hermosa que también se ha quedado sin marido y está decidida a rescatarlo.
Ambas mujeres comenzarán una travesía por la pampa y el desierto que, para la protagonista, será iniciática: se alfabetiza, aprende otra lengua –el inglés–, lee clásicos de la época, conoce la ceremonia del té y del whisky, aprende las texturas de las telas; tiene la experiencia del sexo deseado y del goce.
La China relata desde un futuro lejano los recuerdos de ese renacimiento personal y celebra la naturaleza explosiva y salvaje de la pampa y de los ríos que se comen las orillas. Hay un tono de realismo maravilloso en esta esencialidad pródiga de la naturaleza que concede su fuerza y desmesura a los seres que la habitan. Mágica es también la carreta de “Liz” que provee, como si fuera la galera de un mago, todo lo que necesitan: especias, artefactos, barriles de whisky. La China a veces se viste de varón inglés, menos por estrategia de protección (que supone la presencia masculina) que por la asunción de su nueva identidad genérica.
En algún momento se les une Rosario, un joven gaucho medio indio que anda con su ganado por la pampa. La caravana llega al fortín La Hortensia y los recibe el dueño del casco de estancia, José Hernández, un coronel decadente, alcohólico, que piensa que a las mujeres “hay que darles rebenque hasta que se den cuenta de que quieren ser mandadas” y dice haber “copiado” los cantos al propio gaucho Martín Fierro que se encuentra allí con él. En lugar de la refalosa hay una fiesta del ponche que deviene en orgía desenfrenada donde se liberan todo los límites. A Fierro “lo han visto a los arrumacos con otro negro como él” y, en el pliegue de esta ficción que es una suerte de cinta de Moebius, le pide perdón a la China a través de una nueva serie de versos.
En estos tiempos de avances sustanciales sobre los temas de género, Las aventuras de la China Iron propone un pasaje hacia algo que podría llamarse la matria, un territorio regido por lo femenino más que por las mujeres, en el que lo masculino está devaluado por efecto de su propio exceso.
Gabriela Cabezón Cámara cruza el límite y apuesta fuerte a una historia que, con irreverencia y desenfado, lee en clave de género la gauchesca en general y el Martín Fierro en particular. El resultado es una utopía del origen de la nación narrada con imágenes poéticas, explícitas y coloridas, una obra de espíritu carnavalesco que no deja un solo mito literario en pie.
LAS AVENTURAS DE LA CHINA IRON
Por Gabriela Cabezón Cámara
Random House. 192 páginas, $ 249