Reseña. La mujer del pelo rojo, Orhan Pamuk
Una fábula que sobrevuela encuentros ambiguos
La extensión de un texto no debería ser -no es- un capricho sino estar relacionada con las necesidades de la trama pero, asimismo, con la búsqueda de ciertos efectos y cualidades indispensables como el suspenso, la empatía, la construcción de un mundo.
Al margen de cualquier otra distinción estética y poco sensata de esas que parecen entender la lectura como un manual de supervivencia, lo cierto es que la novela posee por sobre el cuento -es decir, apenas y nada menos: un texto más largo respecto de otro más corto- la habilidad de sumergirnos en un espacio y un tiempo, de obligarnos a convivir con él y familiarizarnos. Y, si la misma triunfa en su relación con el lector a este se le volverá imprescindible, provocándole luego del punto final un vacío, una suerte de falta irreparable. Una novela extensa, a su vez, contiene casi inevitablemente unos cuantos excesos, pero en sus digresiones, en sus oscilaciones, en el modo en que su núcleo se pierde y se reencuentra, anida con frecuencia algo primordial que no puede ser reducido, algo en lo que para el escritor vale la pena, en última instancia, fracasar.
La mujer del pelo rojo, último opus del Premio Nobel Orhan Pamuk (Estambul, Turquía, 1952), no es una novela breve, pero la comparación con la "excesiva" y previa Una sensación extraña quizá permita visualizar algunas de sus flaquezas o, más bien, el desencuentro entre el qué y el cómo. Es decir, entre una historia que en su muy relativa compresión -en verdad acaricia las 300 páginas- a veces solo consigue quedarse en la superficie o en los acentos de su potencial y acaso imprescindible desarrollo.
Una sensación extraña trataba de un hombre, vendedor de boza -bebida fermentada hecha a base de trigo- como su padre, que resistía en un oficio sin ningún futuro pero cuya persistencia a menudo le agradecían con devoción y que veía, entre el asombro, la fascinación y el espanto, cómo su ciudad -Estambul- se había multiplicado en poco tiempo y la vida de todos se había modificado de manera poco antes inimaginable, y acaso tampoco deseable. En lugar de dar cuenta de esa transformación con un par de veloces recapitulaciones, Pamuk nos invitaba a seguir a su protagonista, a lidiar con sus devaneos internos y externos, a olvidar el Norte de su historia para reencontrarlo inesperadamente.
En esta ocasión, en cambio, parece como si sobrevoláramos las instancias más fértiles de la novela, o como si se tratara de una canción solo hecha de estribillos. La primera parte, en la que el protagonista adolescente Cem Celik trabaja de asistente de un maestro pocero -aquellos que todavía en los años 80 buscaban agua en las profundidades para que luego se establecieran allí viviendas o industrias-, conoce a la mujer del título y talla su destino, hace pie en el oficio y la lucidez de Pamuk para entrever en los pequeños gestos y actitudes las claves de una personalidad. A la vez, en la intimidad de la relación entre maestro y aprendiz logra por momentos transmitir la ambivalencia y la profundidad de un vínculo que se asemeja en mucho al de padre e hijo.
Pero es justamente en el entramado de esa relación donde Pamuk se arrebata, cuando las pocas instancias entre ambos que hemos presenciado están lejos de probar lo que se nos cuenta: ese joven parece, muy novelescamente, demasiado dispuesto a ver en ese hombre a un padre sustituto, y vicerversa, y lo mismo puede afirmarse de su obsesión por "La Mujer del Pelo Rojo" -así se la menciona no menos de cien veces- y de cada una de las transiciones del libro, incluida la relación entre el protagonista y su esposa, quien logra convertirse a nuestros ojos en poco más que un nombre propio.
Del mismo modo, la carga alegórica (plantada aquí de la mano de dos grandes mitos), esencial para la consumación de esta fábula, luce sobreactuada, como si Pamuk se hubiese esforzado en darle un trasfondo más espeso a una historia en la que no terminaba de creer.
La mujer del pelo rojo, Orhan Pamuk, Random House. 281 páginas,$ 749