Reseña: La galaxia canibal, de Cynthia Ozick
Publicada originalmente en 1983, La galaxia caníbal es la segunda novela de la estadounidense Cynthia Ozick (Nueva York, 1928), escritora cuya obra en los últimos años ha sido traducida sigilosamente al español, sin mediar ningún tipo de premio rimbombante ni boom editorial. Traducciones aparecidas bajo distintos sellos, que incluyen cuentos completos, ensayos reunidos (Metáfora y memoria) y las novelas Los cuadernos de Puttermesser, Los últimos testigos y Cuerpos extraños. Todos títulos publicados en la última década, a los que hay que sumar una nouvelle magistral, Virilidad, que funciona, tal vez, como la mejor puerta de entrada a su obra. Porque si bien Ozick se abocó con el mismo empeño a los tres géneros, lo cierto es que los guantes literarios que mejor le calzan son el relato largo y la prosa ensayística.
La galaxia caníbal es una novela vibrante de ideas y personajes, amarga e irregular, tan empática como despiadada, en la que se amalgaman cuestiones centrales de la obra de Ozick como la tensión entre Europa y Estados Unidos, sintetizadas en la figura del judío integrado en la Norteamérica protestante, entre ciencia y religión, tamizada por conceptos de la tradición judía como el mesianismo y acontecimientos históricos como la Shoá.
Joseph Brill es director de una escuela en el Medio Oeste estadounidense durante los años sesenta y setenta. Más que un director, Brill es un pedagogo que desarrolló un sistema educativo integral que combina formación laica con judía tradicional. Nacido en París en el seno de una familia judía, bajo la ocupación nazi, de un día para el otro las hermanas, el padre y la madre de Brill fueron deportados. Él se salvó de casualidad y, también de casualidad (o de milagro), terminó encontrando refugio en un convento, protegido por un grupo de monjas. En la oscuridad del sótano, aislado del horror circundante, sin mucho más que hacer para matar el tiempo, el pequeño Joseph no hizo otra cosa que leer.
Una vez terminada la guerra, luego de abandonar su ambición juvenil de convertirse en astrónomo y dedicarse a la investigación científica, Brill estudió en la Sorbona, cruzó el océano y se instaló en Estados Unidos, donde fundó la escuela que ahora dirige. Y si bien es mucho más que un maestro de escuela, en el presente de La galaxia caníbal aparece como un solterón algo mezquino y mañoso, empantanado en la medianía, enfrascado en luchas de poder minúsculas con los docentes y las madres de los alumnos, con un horizonte de expectativas cada vez más acotado.
Hasta que en su vida irrumpe Hester Lilt, madre de una alumna nueva del colegio. Lilt se dedica a la filosofía y posee una inteligencia analítica que encandila al director, que lo hace trastabillar, que lo pone en jaque. Una perplejidad que se multiplica al cuadrado por el hecho de que la hija de Lilt, Beulah, resulte una alumna sin demasiadas luces. La inteligencia de Lilt lo abisma y mortifica tanto como la aparente falta de atributos intelectuales de la niña.
Habiendo dejado de lado sus propias ambiciones (“usted se dio por vencido demasiado pronto”, diagnostica, impiadosa, Lilt), ahora la gran obsesión de la vida de Brill es “atrapar con su mano una mente nueva, arcilla fresca, una inteligencia precoz para empezar de nuevo, para observarla y observarla”. Con los alumnos del colegio esto puede volverse casi un juego, un pasatiempo, pero ¿qué pasaría si Brill tuviera un hijo? Es su gran fantasma respecto de la paternidad, que cobra cuerpo frente al espejo de Hester: ¿qué haría él en caso de tener un hijo que fuera un alumno del montón, no muy despierto?
Caníbales se llama a aquellas galaxias que, debido a la fuerza gravitacional que ejercen, terminan por devorar a otras galaxias más pequeñas. Echando mano a la metáfora astronómica, terminado el libro de Ozick cobra forma la impresión de que, tras haberse acercado demasiado a una de ellas, este director de escuela judío ha quedado desplazado, por el resto de sus días, del que hasta entonces había sido su centro de gravedad.
LA GALAXIA CANÍBAL
Por Cynthia Ozick
Mardulce. Trad.: E. Montequin. 270 págs., $ 260