Reseña: Furia de invierno, de Perla Suez
En 1979, un joven huye de Buenos Aires rumbo a Asunción. Huérfano de padre y de madre, su mujer lo ha dejado y está solo otra vez en la vida. En el largo viaje en tren, un doble de él lo persigue (o lo acompaña) en sueños y en la vigilia. Las imágenes de un pasado doloroso persiguen a Luque durante ese y otros viajes, como fantasmas crueles. En 1983, ya se encuentra en Ciudad del Este, donde trabaja como pasero bajo la vigilancia estricta de un gendarme, el Gordo, que espera su parte cada mes. El gendarme es solo un eslabón en la cadena que hace circular personas y bienes de un lado a otro de las fronteras.
Las escenas de Furia de invierno son escuetas y tienen cierto carácter anticipatorio; lo que parece un juego venal se puede transformar más tarde en un baño de sangre. En Ciudad del Este, la vida de Luque parece a punto de tomar otro rumbo, en compañía de Isabel (una adolescente entregada por el padre al "hombre de negocios") y con casa propia. ¿Pero acaso lo que se inicia casi como una violación podría terminar bien? La literatura de Suez, autora premiada en 2015 con el Sor Juana Inés de la Cruz por la impactante novela El país del diablo, no es condescendiente ni busca salidas a seres condenados por un sistema que determina que ciertas fronteras no deben cruzarse. Y Luque, por accidente o destino, cruzará más de una.
La novela cierra su círculo en 1994, cuando el menemismo ya había impuesto el neoliberalismo en la Argentina. Luque, como lumpen, como loco, regresa a bordo de una Trafic a Buenos Aires para cobrar el salario que la historia, tarde o temprano, reclama.
Furia de invierno, Perla Suez, Edhasa, 94 páginas, $295