Reseña: Florentina, de Eduardo Muslip
Una aparición señala el inicio de la cuarta novela de Eduardo Muslip (Buenos Aires, 1965). El recuerdo de Florentina, la abuela del narrador, irrumpe con la nitidez de una presencia luminosa y lo transporta, recién llegado de unas vacaciones en Brasil, al universo de su infancia. Más exactamente, a una escena familiar en la casa de sus tíos: mientras el resto de los parientes conversa en la cocina-comedor, él pasa el tiempo leyendo enciclopedias fasciculadas y relatos de Las mil y una noches en el living junto a su abuela. Participan, los dos, de una complicidad silenciosa que consiste en permanecer allí, apartados de los demás. Este pasado proyecta, a su vez, un tiempo más remoto: el de la Galicia natal de la abuela, lugar casi mítico donde lo natural y lo sobrenatural se superponen en un mismo plano de realidad, como lo hacen, en las primeras lecturas del protagonista, el saber universal enciclopédico y las historias fabulosas de los relatos árabes.
A lo largo de la novela, los recuerdos traman, en coalescencia con la imaginación del narrador, una colección de anécdotas que funciona como retrato familiar pero, sobre todo, como semblanza de Florentina. Se evoca su fraseo, limitado a un repertorio de insultos, órdenes y refranes breves y contundentes. “El odio era lo que más vivía de sus relatos junto con el amor por la naturaleza de Galicia”, recuerda el narrador. En contraste con la singularidad de la abuela, el resto de la familia aparece como una sola voz homogénea que cobra la forma impersonal de lo que “se dice”. Es la voz de las frases hechas, de las formas convencionales, de juicios perentorios repetidos como leitmotivs irreflexivos. A un relato de la abuela sobre un personaje de Galicia, por ejemplo, sigue invariablemente la sentencia descalificadora por parte de alguno de los parientes: “Todos esos deben estar muertos”.
Como un fondo del cual emergen recuerdos aislados, la narración consigue restituir la atmósfera y los tonos de la vida familiar durante los diez años previos a la muerte de Florentina. Una excursión para cruzar en bote el Riachuelo, la fuga de una paciente del manicomio en el que trabajaba la madrina, la resistencia por el traslado de un enigmático baldaquino, la presentación al resto de la familia de nuevas adquisiciones domésticas por parte de los tíos constituyen algunos de los episodios narrados con la nitidez brumosa de los recuerdos de infancia. Una infancia no idealizada, a la que se vuelve como algo necesariamente inconcluso, que pide ser revisitado.
Igual que en Avión, su novela anterior, Muslip hace de la memoria personal el motor de un relato en el cual lo lejano consigue acercarse y lo más inmediato gana distancia.
FLORENTINA
Por Eduardo Muslip. Blatt &Ríos. 140 págs., $ 230