Reseña: El tiempo de la improvisación, de Alberto Giordano
Después del poema, tal vez el diario personal sea la forma literaria por excelencia. ¿O qué es más literario que esa periódica escritura de ilusiones y fantasías, comenzando por la imprescindible, la de ser o tener una interioridad, un yo? Nada hay más profundo que la superficie, dijo Oscar Wilde parafraseando a maestros del tono como Michel de Montaigne o Sir Thomas Browne. En El tiempo de la improvisación, nuevos fragmentos de un diario escrito en Facebook entre 2017 y 2018, Alberto Giordano lleva las conquistas de su primer volumen, El tiempo de la convalecencia, más allá, provocando que esa tentativa primera persona del autor se transforme en la inolvidable voz y peripecias de un personaje. La literatura como aritmética simple: el mejor destino de un texto de no ficción es que parezca ficción. Y viceversa.
Las anécdotas y monólogos del profesor universitario que es Giordano se destacan por su emotividad y heterogeneidad (en un post pueden surgir desde Andrés Percivale hasta Jules Renard o, desde luego, su hija, su mujer, o el fantasma del padre de Giordano, entre Roland Barthes, Juan Ritvo o algún librero rosarino). Como un personaje de Svevo o de Bioy, el autor se sirve de Facebook para reducirlo a un barrio más, una aldea, donde construir su mitología.
El tiempo de la improvisación vale menos por su condición de experimento formal o crítico, testimonio de época o su condición de diario público que por el efecto estético que promueve. La belleza que, como dijo Alain Jouffroy, siempre nos vuelve ausentes de nosotros mismos.
El tiempo de la improvisación, Alberto Giordano, Iván Rosado, 292 páginas, $ 390