Reseña: El libro de Tamar, de Tamara Kamenszain
La primera crítica importante de un libro de Tamara Kamenszain (Buenos Aires, 1947) la hizo Enrique Pezzoni, uno de los intelectuales que ella más admiraba. Sin embargo, en un principio, la autora no entendió absolutamente nada. Algo parecido le sucedió con el poema que le deslizó por debajo de la puerta su ex marido, Héctor Libertella, un tiempo después de la separación de ambos. Solo que el poema, a diferencia de la crítica, soportó en un cajón un ostracismo de más de quince años. Pero un día la casualidad quiso que viera la luz y fue entonces, gracias al desfase temporal, que Kamenszain pudo destejer los cinco versos de ese texto brevísimo y así, casi sin proponérselo, desovillar su vida, la de él, y el misterio de cómo vivieron juntos.
El libro de Tamar es la primera incursión en el oficio de narrar de Kamenszain, una poeta y ensayista que no hace demasiado caso al límite de los géneros. Su escritura, que alguna vez quiso ser gongorina, se volvió franca, transparente, confesional e intrépida, al punto de atreverse, como en este caso, a concebir una autobiografía de pareja. Un oxímoron a todas luces que hace foco en un matrimonio de escritores que fue joven cuando lo psicoanalítico formaba parte de lo teórico, la "mística textualista" se daba cita en la revista Tel Quel y nadie se sentía en falta al proclamar que la teoría era "el género más sublime".
Si se repara en que cada capítulo lleva un título tomado del poema de Libertella y que esos cinco versos formados por palabras que sólo contienen las letras de Tamar –el nombre bíblico con el que los padres de ella la anotaron al nacer– son el campo minado de "bolsones semánticos" que da pie a la narración, no sería errado pensar en un texto escrito a cuatro manos.
"Mensaje velado", "anagramático", "casi un haiku", son los modos con que Kamenszain intenta definir esa suerte de poema que irá descifrando en clave amorosa. Más que contar, está claro que para la autora de El libro de los divanes se trata de perderse, suspender y retomar. De no seguir una línea recta, de hacerse preguntas e interrogar a los amigos, y hasta de animarse a engordar poemas ajenos, como lo hace con uno de Mark Strand, para denunciarse a sí misma por sobreinterpretar las palabras del otro, y de paso justificarse por haberlo hecho: "les hago decir ahora más de lo que pueden / para que nos unan a la fuerza / como quien encuaderna en uno dos libros".
En el condensado anecdotario de vida en común de la dupla ocupan un lugar especial el roedor neoyorquino que él mata para convertirse en el héroe de ella, el ensayo que ella publica en México a instancias de él, las lecturas mutuas de los textos propios, un amigo pintor que a veces dibuja con la mano izquierda y los matrimonios de escritores que funcionan como espejos cercanos –Josefina Ludmer y Ricardo Piglia– o reflejos a la distancia: Julia Kristeva y Philippe Sollers, Sylvia Plath y Ted Hughes. El forzoso "tallerismo de pareja" que surge entre dos que viven bajo un mismo techo es una cuestión en la que Kamenszain ahonda y se pregunta, por ejemplo, acerca de la crítica como potencial arma de seducción, el no mostrar como mecanismo defensa, el riesgo de parecerse al otro, la filosa generosidad de corregirlo y la ineludible tentación de buscarse entrelíneas.
De enorme libertad para dialogar con lo ajeno, intervenirlo o vampirizarlo en el buen sentido, Kamenszain, que supo ser la okupa de su propia casa en Solos y solas, hoy elige ser la okupa del poema de Héctor Libertella. O bien, para seguir parafraseándola, podría decirse que instala su gueto en ese poema, un gueto del que emerge, como de una clase de Roland Barthes, habiendo aprendido algo nuevo acerca de cómo vivir juntos.
El libro de Tamar
Por Tamara Kamenszain
Eterna Cadencia. 96 páginas, $ 290