Reseña: El ferrocarril subterráneo, de Colson Whitehead
Vuelta de tuerca sobre la esclavitud
Las credenciales de Colson Whitehead (Nueva York, 1969) son consecuentes con el Pulitzer y el Premio Nacional del Libro que ganó el año pasado con El ferrocarril subterráneo en Estados Unidos. Educado en Harvard y docente en las universidades de Princeton y Columbia, beneficiario de becas como la Guggenheim y la MacArthur, finalista desde el principio mismo de su carrera de galardones como el PEN/Faulkner y el PEN/Hemingway, Whitehead incluso "coronó" su trayectoria de élite con una recomendación en el Club de Lectura de Oprah Winfrey, donde cualquier elogio significa convertirse en un best seller (o en un desorientado resentido, como le ocurrió a Jonathan Franzen). En tal caso, la alabanza de Oprah –enfática hasta el punto de afirmar que esta novela "la mantuvo despierta por la noche con el corazón en un puño"– sigue, también, una línea consecuente alrededor de autores cuya literatura, como en el caso de Toni Morrison, Maya Angelou o Uwen Akpan, funciona en sintonía con un decidido activismo en favor de los derechos civiles de los negros. Y aunque en algunas entrevistas Whitehead ha intentado mostrarse indiferente a esta exigencia, su novela no la elude.
Concentrada en Cora, una esclava harta de soportar la vida de una "cosa" en una plantación algodonera del estado de Georgia, El ferrocarril subterráneo imagina entonces la posibilidad de que bajo el suelo de Estados Unidos, antes de la Guerra de Secesión, existe una red ferroviaria secreta capaz de trasladar a los esclavos hacia los estados abolicionistas del norte. El riesgo de esa fuga, por otro lado, es proporcional al riesgo de resignarse a la esclavitud. Las vejaciones, los castigos, el hacinamiento, las muertes, todo insiste en repetir que, a diferencia de África, desde donde llegan los esclavos, "en América lo raro es que las personas son cosas".
La prosa de Whitehead se divide así entre la investigación histórica –a partir de una verdadera red clandestina de activistas que ayudaba a los esclavos– y las esperanzas y los miedos de Cora, un equilibro que, por momentos, no logra evitar frases al estilo de "el esclavo solo es ser humano un minúsculo instante en la eternidad de su servidumbre". Pero aún si "los gritos del capataz y la sombra del amo" amenazan con disolverse entre excesivos golpes de efecto, la novela encuentra su mejor ritmo después de la fuga.
Entonces, ¿qué es la libertad para alguien que descubre de qué está hecho el mundo más allá de los látigos y las cadenas?
Mientras se adapta junto a su novio Caesar a la vida civilizada y moderna de Carolina del Sur, Cora no tarda en descubrir que el verdadero racismo no necesita la fachada de un brutal régimen esclavista para mantenerse activo.
"Carolina del Sur estaba aplicando un extenso programa de salud pública, le explicó el doctor Stevens, para educar a la población acerca de una nueva técnica quirúrgica donde se seccionaban los tubos íntimos de la mujer para que creciera un bebé. En parte lo habían contratado para que enseñara el procedimiento a los médicos locales y ofreciera sus ventajas a la población de color". Expresada con amabilidad en una consulta médica, Cora entiende que no le ofrecen "la posibilidad de controlar su destino" sino "conducirla y domesticarla como ganado criado y capado".
Entre ambos mundos, Whitehead ubica a Ridgeway, un "cazador de esclavos". Inspirado en el Juez de Cormac McCarthy en Meridiano de sangre, Ridgeway no solo es la personificación burda del mal –con collares de orejas humanas y dispuesto a matar por un poco de silencio–, sino también la voz de la esclavitud. "Por cada esclavo que devuelvo, otros veinte abandonan sus planes de escapar con la luna llena. Soy una noción de orden", le dice a Cora en un estilo mucho más hollywoodense que realista.
Ante la libertad y la maldad, Whitehead tampoco defrauda, y su novela termina ofreciendo previsiblemente todo lo que promete.
EL FERROCARRIL SUBTERRÁNEO
Por Colson Whitehead
Random House. Trad.: Cruz Rodríguez Juiz. 320 págs.. $ 369