Reseña: El artista más grande del mundo, de Juan José Becerra
En el comienzo, hay un escritor que no puede escribir y que es millonario. Alejandro Del Valle, tal es el nombre de quien oficia de narrador en El artista más grande del mundo, novela de Juan José Becerra (Junín, 1965). No padece un bloqueo creativo, sino que su padecimiento es sobre todo físico: lo tortura el dolor de espalda. Lo ha probado todo, desde los tratamientos médicos y farmacológicos, pasando por cambios posturales y alimentarios, hasta el punto de intentar escribir colgado de un arnés, sin encontrar en ello el menor alivio.
Con respecto a su fortuna, hay que decir que Del Valle es argentino y con eso bastaría para saber, dado que ésta es una novela que a su modo adscribe al realismo, que su dinero no proviene de suculentos contratos editoriales o de regalías. Pero, por si eso no fuera suficiente, Del Valle es –o supo ser, mejor dicho–, además, un “escritor de escritura”, un “escritor marca”, con pocos lectores, desconocido fuera de ciertos círculos no obstante sus más de veinte libros publicados. Lo que ocurre, al cabo, es que ha heredado una casa que, aunque ruinosa, está en un terreno valuado en dos millones de dólares, en pleno Barrio Parque.
Su impedimento físico lo obliga a volverse “un escritor que habla”, que “escribe en el aire”. Esto es, le habla a una máquina que él mismo ha mandado a construir y que sólo registra su voz. Esta práctica le permite alimentar la ilusión de que corta amarras con el escritor que fue, de que avanza a la deriva, ajeno a los melindres del estilo, porque “hablar y errar es la misma cosa con distinto nombre”.
Convencido de que “ya no se puede creer en la ficción”, Del Valle sostiene que así, a partir de esta metodología, podrá incorporar a lo narrado los problemas que la puesta en marcha de su novela oral le vaya suscitando.
¿De qué le habla a la máquina? Sobre todo de Estaban Krause, gran amigo suyo, “el artista más grande del mundo”, a quien le pide asesoramiento para remodelar su nueva casa. Krause es brillante, megalómano, repugnante, irresistible…
¿Es Krause un genio? Se tiene la impresión de que él es más que eso, si es posible. U otra cosa, a fin de cuentas única en su especie. Porque mientras que dos genios pueden ser coetáneos, pongamos Picasso y Duchamp, el mundo no podría albergar dos artistas de la talla de Krause al mismo tiempo. El mercado del arte, por lo pronto, colapsaría, al no saber alrededor de cuál de ellos girar.
Krause vive junto con Greta, su hermosa mujer, en una mansión del Penedès, a cuarenta minutos del centro de Barcelona, donde hay desde un viñedo de sumoll, pasando por el siniestro “bosque de los pares”, hasta una habitación del silencio. Expone aquí y allá, es mimado hasta la genuflexión por la crítica, el público lo idolatra. Inspira un miedo reverencial en marchands y funcionarios públicos. Siguiendo a César Aira, “la obra de arte contemporánea se hurta a la reproducción técnica en la misma medida en que ésta avanza y se perfecciona”. Así pareciera entenderlo también Krause, pero no deja de advertir acerca de los “imbéciles del ensamblaje”, que son todos los artistas contemporáneos menos él.
La novela avanza caótica, engarzando viajes, fiestas y escenas eróticas con reflexiones punzantes y muchas veces amargas sobre la escritura y el arte, sobre la realidad y la ficción, sobre el amor y la soledad. Si su “tema” es Krause, como asegura el narrador, es posible decir que no hay tema que le resulte ajeno.
Así como Del Valle insulta para sus adentros a Krause en reconocimiento de la superioridad de éste, no sería de extrañar que, en ciertos pasajes de El artista más grande del mundo, el lector se descubriera insultando a Becerra por similares motivos. Un acto primario, de signo admirativo, en el que se cifra un modo celebrar una escritura que, libro tras libro (Miles de años, El espectáculo del tiempo), se revela cada vez más libre, loca y provocadora.
EL ARTISTA MÁS GRANDE DEL MUNDO
Por Juan José Becerra
Seix Barral. 296 págs., $ 299