Reseña. Cuaderno de oficio, de Mirta Rosenberg
Los versos y su solicitud sonora
La poesía entendida como oficio anima todo el trabajo de Mirta Rosenberg (Rosario, 1951), autora de otros cinco libros de poemas –además del volumen El árbol de palabras, que reúne su obra hasta 2006– y numerosas traducciones del inglés y del francés. ? Las páginas de este breve Cuaderno de oficio tienen a la poesía como asunto. El quehacer poético, la manualidad del verso, pero también un lugar imaginado como “una isla / un paisaje / hecho de lenguaje”. ? El trabajo artesanal que la poeta realiza con precisión sobre los pliegues del verso convive con una confianza en el lenguaje, en la potencia, por ejemplo, de una rima, para sugerir vínculos insospechados entre las cosas. “Soledad”, aquí, rima con “mitad”, “silencio” con “reverencio” y “contraluz” con “Proust”. El ritmo y el trazo melódico trabajan la disponibilidad del verso para la emergencia de sentidos. Un poema ilustra de manera radical el modo en que la entrega a la cadencia precede cualquier designio semántico: “ellos todos, ellos, / están muertos / y no estoy ni cerca de ellos / ni voy blablá a ellos”, se lee, donde ese “blablá” responde, con leve ironía, a la solicitud sonora del verso.
Sin atender a las rigideces de esquemas formales predefinidos, la poesía de Rosenberg urde una música personal, ceñida a su propio rigor a través de partículas preñadas de reverberaciones fónicas. Rimas consonantes o diluidas en suave asonancia, trazadas en el borde o hacia el interior de los versos, despliegan una “cadena de ecos” (al decir de la poeta española Olvido García Valdés) por la cual los poemas renuncian a toda pesadumbre, depurados según una economía en la cual “lo que se pierde acaba por ser
pura ganancia”. Los trazos de historia familiar se adhieren a una escritura que actúa como lúcido distanciamiento y coloca tanto las cosas exteriores como el propio yo en perspectiva.
“La poesía también es pensamiento”, escribe Rosenberg. Es así como un poema de largo aliento propone una concentrada reflexión sobre la traducción de poesía. Allí, acogiendo con hospitalidad múltiples citas y referencias, se encarga de sentar una posición al respecto: ni la traducción literal por la que abocaba Nabokov ni la reescritura libre que planteaba Robert Lowell. Propone en cambio: “Traducir en el medio, ni literal ni libérrimo, no perder el hilo
del sentido: usarlo más bien para domar el narcisismo, para dar”.
La escritura y la traducción se retroalimentan en Rosenberg; son dos maneras de practicar, alternadamente, el mismo oficio. Uno de los poemas menciona la doble necesidad que alimenta esta “tarea de poeta”: conocer versos de lenguas que uno ignora, y a la vez “darle aire a la poesía en nuestra lengua”.
Como en su libro anterior, una sección de Cuaderno de oficio consagrada a la traducción lleva por título “Conversos”, aludiendo a la condición de los poemas al ser volcados en su lengua de destino, pero también a la conversión que significa, para la propia traductora, asumir esa tarea, así como a la conversación implícita que entabla con los autores traducidos. En esta ocasión, vuelca al castellano las versiones de Safo de la poeta Anne Carson, poniendo en escena un juego de reflejos entre el griego de la poeta de Lesbos, el inglés de la canadiense y el castellano de su versión.
Los poemas de la última parte del libro, “Día a día”, se abren a la experiencia íntima de la soledad, el paisaje, el paso del tiempo, en una suerte de diario poético que apunta fugaces hallazgos en el seno de la experiencia cotidiana. “Aquí es invierno,
otra vez la lechuza / con su vuelo rasante, / ave mala que señala / –otra vez es después– / que hay atrás y no adelante.”
Como en la poesía japonesa clásica, el paso de las estaciones queda engarzado al discurrir emotivo. Es así como “viento”, aquí, rima con “siento”.
A modo de coda, un “Minúsculo diccionario personal” ofrece una definición paradójica, que bien podría funcionar como ars poetica: “La poesía es decir una cosa por otra y que sea verdad”.
Cuaderno de oficio, Mirta Rosenberg, Bajo la luna. 65 páginas. $190