Reseña: Cenizas de carnaval, de Mariana Travacio
"Pero si con la edad nos da por repetir ciertas historias no es por demencia senil, sino porque algunas historias no paran de ocurrir en nosotros hasta el final de la vida", reza el epígrafe de Chico Baurque que encabeza Cenizas de carnaval. Es sobre esta reincidencia, sobre la locura y la obsesión, que se construye el libro de cuentos de Mariana Travacio (Rosario, 1967). La primera persona (con alguna segunda inmiscuida que actúa de testigo) refleja los pensamientos que rumian y rumian los personajes. Una madre obliga a su hija a comer en "Entre gardenias". La pobre chica está tan trastornada con su peso e imagen que golpea al único pretendiente que tiene en la vida. En "Matriz", otra madre, hace que sus hijos se cepillen los dientes hasta sangrar y tomen cinco jarras de agua todas las noches, para evitar que se enfermen como ella. El súmum de la manía aparece en "Certeza de lo inmóvil", donde un hombre impide a su mucama mover algo de lugar, incluso sus propios cuerpos.
Las relaciones parentales reaparecen en otros relatos como dejadez o exigencia. También, como cuestionamiento de la identidad. "Cenizas de carnaval", el cuento que titula el libro tiene otro tono, y le da otro relieve a la colección. Un hombre se ausenta del trabajo para acompañar a su abuelo a tirar las cenizas de su abuela al río. Junto con "Es de noche y en la otra orilla", narra un viaje y ese movimiento –más la cadencia del agua– suaviza la insistencia y preocupaciones de sus personajes, como si buscara compensar la densidad argumental del resto de las historias.
Cenizas de carnaval
Por Mariana Travacio
Tusquets. 176 págs./ $ 289