Reseña: Carrusel Benjamin, de Mariana Dimópulos
Hace pocos meses la Semana de la Moda de París deparó una sorpresa particular: la exhibición de citas célebres del pensador marxista Walter Benjamin (1892-1940). Los desfiles de Dior y Gucci no temieron la recepción sarcástica al citar la idea de “constelación” o la célebre frase benjaminiana del “salto de tigre hacia el pasado” para hacer del autor de “Tesis sobre la filosofía de la historia” un lector atento a la idea de “moda”.
Más allá del absurdo de la puesta en escena, la anécdota sirve también para reflejar la “moda Benjamin”. Es que el análisis que hizo el filósofo alemán de la modernidad, la ciudad, la historia, la opresión de clase, la obra de arte, la tecnología, el mesianismo o el Barroco conforman un arco de cuestiones notablemente actuales y así también de liviana deglución instantánea.
Superpuesta a esta “tendencia” –a la que corresponderían claramente muchos hits y likes del mundo 2.0– se ha formado una generación de estudiosos extremadamente dedicados a su obra, particularmente en la Argentina. Mariana Dimópulos pertenece a este último grupo: el que ha indagado con seriedad durante años en las páginas éditas e inéditas del filósofo antes de hacer públicas sus interpretaciones.
En Carrusel Benjamin, esta traductora, periodista cultural y narradora –Cada despedida (2010), Pendiente (2013)– recorre un importante arco de temas de Benjamin, evitando las secuencias clásicas, especialmente la que hace al orden temporal de su escritura. Y es allí, en ese rechazo a la idea implícita de progreso que el propio Benjamin cuestionó, donde Dimópulos exhibe su principal desafío.
La cronología es, sin duda, una suerte de trampa que torna más digerible el desarrollo del pensamiento filosófico. En esos términos, bajo la matriz de una complejización progresiva o de la licencia otorgada a algún corte superador, el despliegue de la historia de un pensamiento suele soslayar disputas transversales y tensiones insolubles. Pero también tiene la virtud de establecer vínculos –tanto banales como sofisticados– con el contexto de discusión. Dimópulos escribe Carrusel Benjamin a partir de una premisa que sostiene de manera congruente: hacer a un lado la presentación del pensamiento de Benjamin en términos cronológicos lineales. No es ciertamente la primera analista en cumplir ese mandato, pero sí tal vez la que ha diseñado, basado en ese gesto, una suerte de género personal.
Cada capítulo del libro alude a distintos modos de ser de la mirada benjamiana: la crítica, la teología, el ser moderno y la urgencia. Esa clasificación permite construir “el carrusel” de su pensamiento bajo la presencia de la dialéctica marxista, pero también del romanticismo, sin que por ello esté sometido al mero azar. Allí están las referencias a las reflexiones sobre lo extremo, la tragedia, la melancolía –en su inevitable diálogo con Aby Warburg–, el corte que implica en su pensamiento el encuentro con el materialismo histórico –donde se cuela algo de la temida cronología–, la complejidad de la noción de experiencia, la perturbadora figura del narrador.
El volumen busca construir una mirada total sobre el pensamiento de Benjamin. La ambición es bienvenida. No hay timidez en la voluntad de desgranar minuciosamente sus ideas sin construir la clase de continuidad tranquilizadora que resultaría devorada por la “moda Benjamin”, ya sea arriba o debajo de la pasarela.
Dimópulos descarta también cualquier diálogo de los textos de Benjamin con la inabarcable y diversa bibliografía secundaria que se ha escrito sobre su obra. Forma parte de la estrategia encarnada por Carrusel Benjamin. El problema de esa decisión es que, al no saberse con qué o quién se está discutiendo, resulta difícil exponer argumentos o identificar claves de lectura claras. La búsqueda de un Benjamin más auténtico resulta en un encapsulamiento de su pensamiento que, a fuerza de insistir en acercarlo de manera radical, termina por alejarlo.
CARRUSEL BENJAMIN
Por Mariana Dimópulos. Eterna Cadencia. 278 págs., $ 380