Reseña: Cabeza de buey, de Daniel Durand
En un Un año sin primavera, Marcelo Cohen dedica un par de párrafos a y cita algunos fragmentos de El cielo de Boedo, de Daniel Durand, al que califica de “soberbia herejía del objetivismo”.
La definición bien podría ser el punto de partida para pensar el conjunto de la poesía de Durand (Entre Ríos, 1964), incluso el de Cabeza de buey, su nuevo libro.
¿Es que fue el “objetivismo” lo que persiguieron aquellos poetas de la revista 18 Whiskys, de la que el autor formó parte, o fue su disolución en el campo de la experiencia personal? Si se sigue la idea de herejía propuesta por Cohen, podría describirse la poesía de Durand con la plasticidad con que es observada la incesante maquinaria de la mente en este fragmento de las Upanishads: “Un pájaro atado con un hilo, tras volar de un lado a otro, como no encuentra otro lugar, vuelve donde está atado. Del mismo modo, querido, esta mente, tras volar de un lado a otro sin encontrar otro lugar, vuelve al aliento”.
En el espacio de resonancia que resulta de este ir y venir de la mente, se establece el poema como forma, dicción y prosodia. Allí se asienta y verifica una construcción que incluye el enunciado y la voz omnisciente del que lo emite; y el mundo natural y el de los objetos, ya como entorno o decorado, ya a la manera de una presencia real.
Al comienzo de Cabeza de buey se lee: “Pienso en poesía y en poemas y mentalmente/ construyo oraciones dentro de alguna elucubración/ teórica del momento que en seguida se desarticula/ y desaparece mutando en otra agitación diferente…”.
El poeta exhibe de entrada su punto de partida, unos versos después lo reformula mediante el uso retórico de la vacilación técnica, deja evidencia del rumbo trazado, para luego discurrir sobre cierto asunto de la infancia. El libro se encamina de ese modo hacia la suma de sus partes, que, al igual que en cada poema, se revela como disipación de fragmentos que tienden a concentrarse en núcleos de sentido.
Cabeza de buey (¿un eco involuntario de Cólera buey, de Juan Gelman?) vuelve sobre los temas que la poesía de Daniel Durand viene entregando desde hace casi tres décadas, y en el espejo que refleja el abismo de las semejanzas, hay poemas muy logrados, como “La loma esa…”, “Nueces mojadas en los pastizales”, “Plata y melodía”, “ Tengo una idea moteada de lo que soy” o el que le da título a la colección. Junto a ellos, otros que recurren a un registro vagamente escatológico de la relación amorosa no aporta novedad para la antología personal del poeta. Cabeza de Buey, así y todo, retoma el hilo de una de las obras más intensas de la llamada Generación del 90.
CABEZA DE BUEY
Por Daniel Durand
Lomo. 72 páginas. $ 200