Rescatar la noción de ciudadanía
Me hizo pensar una noticia en el diario. En una nota sobre la negociación del gobierno con los movimientos piqueteros, leí que estaba organizándose la obra social piquetera y que tendría algunos servicios propios y el resto lo contrataría con el sector privado. Muy parecido al proyecto del Gobierno de "cobertura universal de salud" mediante la creación de la obra social de pobres, y un paquete acotado de prestaciones dado por el sector estatal y complementariamente por el sector privado. Un paso más en la tendencia a la corporativización y la desigualdad social en nuestro país.
Y no son problemas de bandos políticos que se enfrentan con proyectos diferentes, sino de intereses distintos que convergen. El mercado regulado por intereses grupales -distinto del regulado por un Estado con proyecto político- ha reemplazado históricamente a la política, y en esa circunstancia, como ahora, el Gobierno es un bailarín que obedece el ritmo de la coyuntura. Lo que converge, en este ejemplo, es la apetencia de poder de los dirigentes populares con la necesidad de lucro de la empresa privada, a lo que se agrega la necesidad de calma social del Gobierno. Pero el dibujo que se va definiendo es el de una sociedad de privilegios en el que naufragan calladamente la igualdad de los derechos y toma vuelo su desigualdad.
Eso significó no poca legislación laboral que no atiende a los intereses de la mayoría que está fuera del grupo beneficiado y ciertas empresas protegidas por su acceso al poder. Claro, la asimetría no se ve en el jolgorio de los festejos, pero sí en el mediano plazo, como pasó con la degradación del maestro estatal, en la que también colabora, paradójicamente, la adquisición de nuevos derechos corporativos, proceso que está ayudando en la privatización y desigualdad de la educación argentina.
Y no es tan simple la disyuntiva planteada como servicios estatales o privados: los viejos trenes en poder del negocio inglés respetaban las jerarquías de solvencia, pero todos viajábamos -en primera o segunda clase- en el mismo tren. Hoy son predominantemente estatales, muy deficientes, y en ellos viajan sólo los pobres y la clase media baja. Cosas como ésta son el resultado de una larga serie de errores y oportunismos; las explicaciones no consuelan, pero sirven para pensar un nuevo dibujo. El ruidoso caso actual de la reforma del impuesto a los ingresos sirve como otro ejemplo de los equívocos de la Argentina social: está claro que en una democracia social todos deben pagar ese impuesto como ciudadanos, y en proporción progresiva a su ingreso, sea renta del capital o del trabajo, y que el régimen impositivo debe tender a que este impuesto sea el de mayor recaudación. Así se terminarían tonterías como que "el salario no es ganancia" o "impuesto alto a la ganancia desalienta la inversión".
Maquiavelo apuntaba que "el promotor (de reformas) tiene por enemigos a todos aquellos que sacaban provecho del viejo orden y encuentra unos defensores tímidos en todos los que se verían beneficiados por el nuevo". No obstante ello, un proyecto político claro, que no tenga apuro por llenar las legislaturas, induciendo la discusión de estos temas y rescatando el concepto de ciudadanía, como superior al de integrante de una corporación -religiosa, profesional, sindical, armada, empresarial, piquetera- puede aportar al cambio cultural.
Y así se discutirían asuntos de la democracia como una seguridad social universal basada en la condición de ciudadanía y superadora de la originada en el mercado laboral formal; un ingreso ciudadano universal e igualitario, a la altura de las posibilidades fiscales, que dé flexibilidad al destino laboral de las personas y sustituya algunos beneficios de la seguridad social y la maraña de programas asistenciales; un régimen impositivo que colabore en la redistribución del ingreso sin desalentar la inversión realmente productiva; un transporte público que sea una opción para la ciudadanía; un servicio de salud y educación, estatal o privado, totalmente igualitario, que no entre en la mercantilización de mercado -como ahora la salud- y no sea tributario de corporaciones y clases sociales; un urbanismo que integre a la población y no la fragmente; ¿no es un programa estimulante? Tal vez se trate de un sueño; pero el sueño, en política, es el impulso para caminar, como lo sabían Luther King y Mandela.
Ex ministro de Salud y Acción Social. Miembro del grupo PAIS