Réquiem/Kadish: un espectáculo, un significado, a 25 años del atentado a la AMIA
Como un grupo de sumos sacerdotes, a punto de cumplir con un acto sacramental, 90 músicos de negro se sentaron en forma pausada frente a sus respectivos instrumentos. Timbales, oboes, violines, flautas, cornos, arpa, tambores, trompetas y clarinetes esperaban a que esos magos acometieran el acto de darles vida, mientras en sus frágiles atriles, las partituras rezaban Réquiem/Kadish.
A continuación, otros 90 hombres y mujeres del Coro Polifónico se ubicaron en sus posiciones y el silencio se hizo cada vez más hondo. Sin solemnidad, en el ambiente solo se percibía respeto y cierta tristeza.
El autor y director general del espectáculo, el maestro Ángel Mahler, subió a su podio con una actitud sobria.
Entonces desde el fondo del escenario emergió la actriz Norma Aleandro, imponente en su sencillez, trémula, pero que con voz firme y cierta ternura preguntó a los 2300 espectadores cuál era la razón de la presencia de todos en el Teatro Colón: "¿se trata de un concierto?". Volvió a interrogar a los asistentes, hizo una pausa y casi con voz quebrada respondió: "nos reúnen los ausentes". Y en ese instante, brotó el silencio emocionado, el temblor de los recuerdos, las lágrimas, ante una sala repleta. Todas emociones que se quedarían hasta el final del espectáculo.
Reclamos no correspondidos, huellas de ausencias, angustias sin respuestas y el dolor en cada rostro, eran las postales de los hijos, nietos, familiares y sobrevivientes del atentado a la AMIA que estaban sentados en la primera fila. Se empezaba a sentir el salobre sabor de las lágrimas y el amargo de la impotencia.
Desde el fondo del escenario emergió la actriz Norma Aleandro, que con voz firme y cierta ternura preguntó cuál era la razón de la presencia de todos en el Teatro Colón: "¿se trata de un concierto?". Volvió a interrogar a los asistentes, hizo una pausa y casi con voz quebrada respondió: "nos reúnen los ausentes"
El director levantó su batuta con serenidad, recorrió con sus ojos alertas a todos esos artistas y el milagro de la música se abrió al mágico ritual de consolarnos por tantos sufrimientos en estos 25 años de dolor.
LA NACION, que había articulado ese encuentro, narró en su cobertura que el haber construido ese encuentro era una confirmación de que la vida es más fuerte que la muerte. Es justo evocar, que la media luz de la sala permitía observar a un Mauricio Macri en un palco, reconcentrado, casi anónimo y singularmente conmovido. Gabriela Michetti, temblorosa y consternada, daba su presente austero, cercana a sus afectos.
El público estaba comprometido con los pedidos justicia desde el silencio. No se percibía venganza ni odio, sino el deseo de llegar a la verdad. Acompañaban diplomáticos, empresarios, representantes de instituciones, hombres de la política y la cultura.
La tensión fue aumentando, mientras que las letras del rabino Marcelo Polakoff en hebreo y castellano clamaba por justicia para la AMIA: "AMIA abrazo, AMIA amor".
El texto también nos acercó a pasajes bíblicos: El paraíso, la voz del pueblo, la muerte, el mismo Dios interrogándonos, el pueblo clamando al Señor, y así aquellos ocho movimientos plenos de matices y sonoridades.
Fueron 75 minutos de obra, pero se había consumado el ritual de convocar a la piedad, transformar el abandono en consuelo, privilegiar la presencia sobre la ausencia, la cordura sobre la locura, la ira sobre la paz. No había odio y una extraña paz se apoderó de todos los presentes.
Todo esto sucedió 25 años después de aquel trágico 18 de julio de 1994, en Pasteur 633.
El clamor de toda una Argentina es por justicia para los 85 muertos y los más de 300 heridos y mutilados. Es el reclamo de toda una sociedad, 45 millones de argentinos que están convencidos de que sin justicia no puede constituirse una sociedad seria y confiable. Este modo de rogar por justicia es insoslayable.
Fueron 75 minutos de obra, pero se había consumado el ritual de convocar a la piedad, transformar el abandono en consuelo, privilegiar la presencia sobre la ausencia, la cordura sobre la locura, la ira sobre la paz. No había odio y una extraña paz se apoderó de todos los presentes
Vaya paradoja: el arte, la música, las voces de un coro, el sonido de los instrumentos, quienes evocan el valor de seguir recordando lo que es justo y equitativo. Sin despejar los enigmas del pasado, no hay porvenir.
El camino parece infinitamente largo, pero hechos brutales como el asesinato del fiscal Alberto Nisman deben redoblar esos reclamos de justicia.
Que este Réquiem/Kadish tenga el peso para responder a todos los interrogantes, para disipar el mar de dudas y pérdidas. Y que sirva, también, para aportar luz, fortaleza y temple sobre aquellos hombres y mujeres probos, que deben trabajar por la verdad que busca justicia.