Repensando el 2020: el futuro es educación
Cerramos un año que será recordado por generaciones como un hito en la historia de la humanidad, como un emblema de época de la era de la globalización. Bien podría tratarse de un capítulo de los tiempos hipermodernos a los que alude el filósofo francés Gilles Lipovetzky, y que se debaten en torno a tres ejes: el individualismo, el mercado y las tecnologías. Todo ello, exacerbado por la velocidad del cambio.
Así quedó evidenciado en este 2020 de idas y vueltas, de confluencia de espacios físicos y virtuales, de conciliación obligatoria de actividades y de puesta a prueba de capacidades, con la resiliencia al tope de la lista. Así quedó plasmado en la intimidad de los hogares, que vieron alterados por completo sus hábitos y rutinas. Ámbitos donde se resignificaron vínculos y se barajaron nuevas pautas de convivencia. Porque, puertas adentro, las familias afrontaron diversos retos: el de la escuela en casa, el del teletrabajo, el del aislamiento social y los cuidados preventivos del virus, el de la falta de certezas y las inseguridades derivadas de la pandemia.
La educación formal debió reinventarse en todos los niveles, con mayor o menor éxito, en un país en el que exhibimos ingentes desigualdades en este terreno. Otra brecha más que se ahondó este año -vinculada a las procedentes de las tecnologías digitales, tanto de uso como de acceso-, hipotecando el futuro de nuestros niños, niñas y adolescentes, sumidos en la pobreza y marginados del conocimiento.
Para Lipovetzky, la educación cobra un nuevo sentido en estas sociedades hipermodernas, porque hay que educar nuestro potencial de adaptación frente a imperativos nuevos, que demandan soluciones inéditas, para las que es esencial la formación del ser humano en su integralidad. Porque no hay persona plena sin educación.
En cierta medida, todos nuestros dilemas son educativos: de educación formal e informal, de educación escolar y familiar
Adicionalmente, para completar este 2020 de desencuentros, contamos con la media sanción por parte de la Cámara de Diputados -y un dictamen favorable de comisión en el Senado- del proyecto de legalización del aborto, de ahí que antes de que el calendario se extinga se prevé su tratamiento en la Cámara alta. El tema vino a instalarse en este escenario perturbado por la contingencia sanitaria, generando una discusión que vuelve a profundizar una de las tantas grietas presentes en nuestra sociedad. Aquí se juega el futuro de tantas jóvenes mujeres en estado de vulnerabilidad, a las que es necesario empoderar y no victimizar doblemente. Y esto solo se logra a través de la educación. Una educación de todas y todos en un paradigma de respeto de género, de igualdad y de equidad.
Llegados a este punto, podemos advertir que nuestro destino reposa en la educación. En cierta medida, todos nuestros dilemas son educativos: de educación formal e informal, de educación escolar y familiar. Sin esta conciencia, seguiremos expandiendo la miseria y distrayéndonos con un espejismo de ejercicio de derechos en un desierto de conculcación absoluta. Porque sin vida no hay derechos. De no arribar a acuerdos básicos, continuaremos divididos y frágiles. Presos de esa insólita costumbre argentina de llorar la desgracia desatada, de acudir a apagar la llama una vez propagado el incendio. Lo urgente nos distrae de lo importante. Hoy por hoy, frente al surgimiento de problemas inesperados, tenemos la imperiosa necesidad de ampliar el espectro y adquirir otras competencias.
Afrontamos un horizonte desapacible, pero la persona está siempre para más, pues lleva en sí el germen de la innovación. Esa facultad profundamente humana de proponer soluciones distintas, de pensar lo impensado y explorar lo inexplorado. Como lo afirma el filósofo, la creatividad humana hace el milagro. Pero no podemos olvidar que esta capacidad también se educa.
Familióloga, especialista en Educación, directora de la Licenciatura en Orientación Familiar de la Universidad Austral.