Renunciar a la paternidad: el fanatismo libertario y otra propuesta insólita
“No es justo que un hombre tenga que hacerse cargo de un hijo que no quiso tener”, señaló Lilia Lemoine, candidata a diputada nacional y una de las principales asesoras del candidato a la presidencia por La Libertad Avanza, Javier Milei. Lemoine agregó, durante una entrevista con la colega Guadalupe Vázquez por el canal de streaming Neura: “Ya que las mujeres tienen el privilegio de poder matar a sus hijos (sic) y renunciar a ser madres entonces, ¿por qué los hombres por ley tienen que mantener una criatura? ¿Porque les dijeron que tomaban la pastilla?, porque hay muchas mujeres que para enganchar un tipo se aprovechan”, sentenció quien se autodefine como especialista en “ingeniería social” que, según el Ministerio de Justicia, en su área de protección del ciberdelito, se define así: “las diferentes técnicas de manipulación que usan los ciberdelincuentes para obtener información confidencial de los usuarios”. A confesión de partes, relevo de pruebas.
Esta propuesta de campaña realizada por una candidata del espacio libertario no fue desautorizada ni por Milei ni su candidata a vicepresidenta, Victoria Villarruel, ni por otros candidatos importantes que hacen silencio cómplice ante la barbaridad que una representante de su propio partido proclamó, convencida, como propuesta electoral. Sería su primer proyecto cuando sea diputada, según sus propias palabras.
Suelen escucharse propuestas disruptivas en todas las campañas, con el fin de llamar la atención. Estratégicamente muchos candidatos de espacios con pocas chances de ser competitivos realizan declaraciones o presentan proyectos disonantes para meterse en la conversación pública. No es este el caso, La Libertad Avanza llega como favorito a ganar, al menos para ser la primera minoría, a las elecciones del próximo domingo. Por eso hay que tomar muy en serio este tipo de iniciativas que se presentan como políticas públicas por una fuerza política con posibilidades ciertas de llegar al gobierno.
Pero LLA creció en base a tener un discurso fuera de lo convencional, sobre todo en cuanto a lo económico, con la dolarización como caballito de batalla. Pero no es en este aspecto, seguramente el más importante para el presente de los argentinos, donde debemos poner el acento. Milei tiene todo el derecho de proponer en materia económica lo que considere mejor y debatir con sus adversarios sobre su contenido y el de los otros, es otro el lugar donde debemos posar la mirada, donde un rejunte de propuestas que rozan lo inmoral ponen en peligro la convivencia que, lidiando con todos los problemas cotidianos, toda sociedad moderna sostiene. Un resumen de esas iniciativas que cobraron vida en la voz de su principal referente, Javier Milei, podrían ordenarse así: permitir la venta de órganos, lo que podría desatar un mercado paralelo de delito alrededor de la necesidad de personas agonizantes; la libre portación de armas, que podría despertar un estado de “justicia por mano propia” que imponga más violencia social sobre la reinante; que se permitiera que las adopciones fueran un mercado libre y no un proceso regulado por el Estado, algo que lamentablemente ya existe y es ilegal.
Parece que el candidato libertario cree que todo es comerciable, pero la venta de niños es un flagelo que corroe a varios países con bolsones de pobreza inhumanos donde las familias venden a sus hijos para sobrevivir. Allí nada ni nadie les garantiza que esos niños, que fueron ven-didos en un mercado libre, no terminen en una sala de operaciones clandestina como víctimas de un trasplante de órganos ilegal, o como parte de una red de pedofilia o pornografía infantil. También Milei se opuso, ya como diputado en el Congreso, a votar la ley que buscaba garantizar el control de las cardiopatías congénitas, que salvarían la vida de miles de niños, porque “implica más presencia del Estado interfiriendo en la vida de los individuos e implica más gastos”, según sus propias palabras.
No puede ser gratuito ni permitir que pase de largo que el presidenciable Milei utilice insultos misóginos o que haga repetidamente referencia a personas que sufren Síndrome de Down para denostar a otros, o realizar contantemente analogías con metáforas que referencian a la pedofilia o a las violaciones para sostener una idea relacionada con la economía. O también cuando destaca a los códigos de las mafias y su nivel de competencia sobre los estados, entre otras afirmaciones mínimamente polémicas. Es importante, en vísperas de las elecciones presidenciales, tomar en cuenta cada una de estas palabras y propuestas de Milei y sus candidatos libertarios. Nadie podrá decirnos que nos tomaron por sorpresa. Porque no solo se naturalizan, sino que también suman apoyo.
Porque en todo análisis político del nuevo escenario que se armó con la presencia destacada de Javier Milei y sus propuestas hay que posar la mirada en el fanatismo que ha generado en un sector de la sociedad, muy parecido al que forjó el kirchnerismo en su época de oro, pero en este caso caracterizado por un odio desprejuiciado que no choca con límites ideológicos. Es llamativo cómo muchos de sus seguidores celebran y justifican cada una de estas proclamas discursivas llevadas al terreno de la propuesta electoral que en otro momento hubiesen sido desechadas de inmediato por una gran mayoría. Seguramente, es tan grande el daño que hizo el gobierno de Alberto Fernández, un fracaso absoluto en todos los niveles y áreas de gobierno –a tal punto que el oficialismo decidió literalmente esconderlo en la campaña- tan profunda la desilusión de la sociedad con la política tradicional, que un sector importante hoy puede aceptar y defender algunas propuestas y modos discursivos que no son siquiera considerados viables o tolerables en democracias modernas.
Ese fanatismo se puede ver en el lugar donde más cómodos se sienten los libertarios: las redes sociales. Allí agreden a todo aquel que piensa distinto, insultan, agravian, tratan de “ensobrados” a periodistas que denunciaron la corrupción kirchnerista, muchas veces solos ante todo el poder político del peronismo en su versión más autoritaria, algo que no hizo Milei jamás. Nunca el candidato libertario, ni ninguno de sus principales candidatos y adherentes, le pusieron el cuerpo a la lucha contra la corrupción kirchnerista como lo hicieron periodistas y dirigentes políticos que investigaban, publicaban y se presentaban en los juzgados con su DNI en mano y se exponían a partir de allí a una serie de aprietes públicos de parte del poder de turno. Al contrario, una parte de esos personeros hoy se acercan a Milei y negocian por debajo de la mesa control y fiscalización, a cambio del manejo de los planes sociales, la caja más más tentadora para la política clientelar, lo más cercano a la definición de “casta” que impulsa La Libertad Avanza. Si Milei es elegido presidente, esa caja dejarán de manejarla las organizaciones sociales y la administrará la burocracia sindical. Nada menos transparente.
Existe tal enojo en la sociedad con la política que una parte de ésta cree que cuanto peor estemos mejor será, que hay que destruir todo porque nada tiene sentido. Ese sentir caracteriza el voto libertario. Hasta ahí puede ser entendible, aunque peligroso. Pero lo que realmente preocupa es que ese fanatismo permita que, en la mayoría de las propuestas que podrían llegar a modificar nuestra forma de vida, los derechos humanos y la vida pasen a segundo plano con el fin de defender un principio supuestamente liberal, aunque para muchos que se sienten y viven como demócratas, se traten sencillamente de una locura.
Ese fanatismo, lamentablemente, ya nos dio la bienvenida al comienzo de una nueva grieta. Y la experiencia reciente nos enseñó que nadie ganó viviendo dentro de ella.