Reglas que obstaculizan la innovación educativa
Los sistemas educativos comienzan a salir de su letargo ante la realidad fáctica de una demanda que reclama más educación, pero no más de lo mismo. La globalización cultural y las nuevas tecnologías impulsan el cambio, mientras las normativas y burocracias estatales y sindicales retrasan su velocidad: falta una auténtica y real reforma. De Oriente a Occidente, la educación virtual se expande y en algunos países hacer cursos universitarios a distancia ya no es algo marginal ni cosa de unos pocos.
En estos nuevos aprendizajes, los estudiantes adquieren otras habilidades diferentes a las de la educación presencial: a ser creativos, a organizar sus tiempos, a adquirir perseverancia, a interactuar con sus pares en la nube para construir saberes y lograr independientemente objetivos. Todas aptitudes crecientemente valoradas por el mercado laboral. Las búsquedas en Google Trends muestran el evidente interés de los jóvenes en estudiar a distancia. Y esto no es exclusivo de la educación superior: la educación secundaria también transita, a pasos más lentos pero firmes, por ese sendero.
Según el informe de 2017 de Digital Learning Compass, más de 6 millones de estudiantes estaban inscriptos en 2015 en cursos a distancia de educación superior en EE.UU. Esto representó el 30% de la matrícula universitaria total de ese país. Esta cifra crece sostenidamente y se acompaña con la disminución del 5% de las inscripciones on campus. Estados como Florida, Michigan y Virginia cuentan con su propia agencia estatal proveedora de materias de high school a distancia, y sus estudiantes secundarios tienen obligación de hacer al menos uno de esos cursos para obtener su diploma del nivel.
Existen escuelas completamente a distancia con buena reputación, como Laurel Springs School o Franklin Virtual High School, donde se cursa el secundario online, incluyendo asignaturas avanzadas (AP y Honors). También algunas universidades crearon sus propios high school a distancia: Stanford Online High School, University of Nebraska High School y Arizona State University Prep Digital. Cursar allí una asignatura o todo el programa posibilita adelantar cursos que acrediten tanto para el nivel secundario como el universitario.
En nuestra región, existen bachilleratos a distancia. En Colombia, la Universidad Nacional Abierta y a Distancia tiene uno para jóvenes y adultos, y el Bachillerato Digital de la Ciudad de México pueden cursarlo alumnos de todas las edades.
En el país, la educación a distancia tiene presencia incipiente. Existen carreras online en universidades, entre ellas, tal vez las más conocidas sean la Universidad Virtual de Quilmes y la Universidad Siglo XXI. También hay experiencias en la escuela media como la del colegio Belgrano Day School, que ofrece un diploma dual con el high school norteamericano cursando materias online. Por otra parte, si bien existen programas a distancia para adultos para completar estudios primarios o secundarios -por ejemplo, los programas Terminá la Secundaria de la CABA o Adultos 3.0 en la provincia de Buenos Aires-, estos carecen de representación.
El aprendizaje virtual transnacional en busca de la calidad y la diversidad crece por la internacionalización de las comunicaciones. Pero este aprendizaje encuentra su límite en la acreditación y las normas formales que hoy son inadecuadas. Los alumnos necesitan un pasaporte educativo capaz de registrar los créditos y que incluya las nuevas formas de aprendizaje desescolarizadas diversas abordables y de máxima calidad internacional. En nuestro país estas innovaciones encuentran límites en la legislación actual, que prohíbe taxativamente que los estudiantes menores de 18 años hagan siquiera una parte de su escolaridad con programas a distancia. El artículo 109 de la ley de educación nacional expresa que los estudios de educación a distancia son para los jóvenes y adultos y "solo pueden impartirse a partir de los dieciocho (18) años de edad".
Los legisladores deben reformar la reglamentación que atenta contra los progresos educativos y también con los intentos de las administraciones nacionales y provinciales. La inercia retardataria de los sistemas formales, que todavía tienen el monopolio de la acreditación de conocimientos, se sostiene en un imaginario social que mayoritariamente atribuye al sistema educativo formal un valor intrínseco convertible en capital simbólico de los educandos, y es reticente a los aprendizajes no formales. Asimismo, este componente innovador debe incluirse en la finalidad educativa de la ley de presupuesto.
Pese a ello, la sociedad en transformación permanente supera estas deficiencias formales representativas de tradiciones vetustas, por ejemplo, mediante las experiencias de búsquedas que realizan los jóvenes nativos digitales. También por la prestación de servicios de formación y capacitación no formales que carecen de integración y reconocimiento por parte del sistema educativo, pero sí poseen valor en el mundo del trabajo. En esa línea el Ministerio de Trabajo cuenta con estándares curriculares para la formación profesional, pero desvinculados del sistema formal. Integrando estos programas con los del Ministerio de Educación, el sistema educativo se acercará más a la demanda laboral.
Se imponen importantes cambios políticos y legales para hacer un sistema educativo diverso y plural a través de más libertad y nuevas acreditaciones. Esto no obedece solo a la puesta al día de las reglas frente a los nuevos aprendizajes, sino que se vuelve imprescindible frente a una realidad de la formación online informal, que adquiere relevancia mundial cada día. Basta con observar muchos rubros del mercado laboral privado que prescinden de las certificaciones formales para evaluar calidad y aplicabilidad de los recursos humanos.
La innovación que surge de la libertad creadora siempre va por delante de los marcos normativos. La tarea es actualizar las reglas para que, por inercia o intereses sectoriales, ellas no se conviertan en anclas del progreso.
Equipo Nueva Educación